COMIDA CHÉ EN SHERATON
Orondos llegamos a El Cid, el restaurante ícono del hotel Sheraton en una noche muy especial. El jefe me había traspasado una invitación a ese ambigú ya que se realizaría una semana de comida argentina gracias al alto auspicio del hotel y del Instituto Nacional de Promoción Turística, algo así como nuestro criollo Sernatur.
Para qué contarles: cuando Mathy supo que iría al Sheraton, encontró que todo su ropero estaba pasado de moda y partió a comprarse pilchitas nuevas. Ni que le hubiese llegado la devolución de impuestos: vestido, abrigo (estaban en liquidación, me explicó), zapatos y carterita ad hoc y como siempre haciendo composé con su tacos reina. A decir verdad se produjo como si fuera la ocasión de su vida. Yo, ya más acostumbrado a estas degustaciones, mi clásica y bien ponderada chaqueta de tweed y mi abrigo de pelo de camello (le digo pelo de camello ya que es de color medio amarillento, pero realmente lo compre hace un par de años en la calle Monjitas, en una “vintage clothes shop”, por decirlo elegantemente).
Variopinta la fauna presente. Muchos argentinos (de la embajada supongo) y algunos locales que no ubicaba. Espumoso argentino y unas empanaditas de carne y otras de pollo a la suerte del comensal. Ricas eso sí. En instantes me deslumbró una pibita que merodeaba por el comedor.
-¿Qué miras, Exe?
¡Diablos! Mathy me conoce tanto que estoy comenzando a creer que es una agente de inteligencia de algún país musulmán.
- Nada reina. El panorama global del hotel, mentí.
- No me mientas guachito, me advirtió. Me gasté cien lucas en ropa para ser tu estrella esta noche y te pones a mirar cuanta pajarraca flaca y anoréxica que pasa por tu lado.
- Linda.
- ¡Nada de linda, Exe! Últimamente las pocas hormonas que te quedan parece que las tienes en la vista. ¡Pusiste una cara de caliente cuando viste a la flacuchenta esa!
Menos mal que me salvó la campana y nos llamaron a cenar. Mesa para dos y un trozo de merluza negra sobre una crème brûlée de tomates secos, polvo de olivas negras y sal de limón acompañado de un buen vino malbec mendocino como estrada. Rica preparación.
- Me gusta Argentina, Exe
- A mi también, preciosa. Es un país enorme
- ¿Cuándo vamos? ¿Te tincaría para el 18?
Ella es como la Corfo. Siempre tiene recursos Pero como nos vamos a medias cuando salimos para mí la cosa no es tan fácil. Como sabía que los pasajes estaban agotados le seguí el cuento. A decir verdad, mi fin de semana dieciochero será en Curacaví, con chicha baya y de la otra.
Ella pensaba en los cueritos que compraría en Baires y yo en el tremendo asado que me mandaría en la capital de la chicha. Cada uno en su tema cuando llega el segundo plato de la noche: un sorrentino de cordero ahumado con jugo de locro criollo. Realmente para chuparse los dedos y para sopear con pan el restante. Una maravilla de plato que fue preparado por los chefs argentinos Manuel Ausejo, Javier Rodríguez y Guillermo Busquiazo. Realmente un plato para orar en lenguas. Lo mejor de la noche de todas maneras.
Como era una comida gaucha, no faltó una pareja bailando tangos y milongas. Al final de lo salado, un bife con costra de chimichurri, papa confitada, manzana y morcilla y papas al romero.
- ¿Te gusta este plato, lindo? (después de tres copas de vino Mathy se pone siempre cariñosa. Ni calcula lo que me sucede después de tres piscolas)
- Rica combinación Mathy, me encantó la morcilla más que la carne ya que parece que el vacuno estaba muy estresado cuando se fue para el otro mundo… algo duro el filete.
- Estoy de acuerdo perri. ¿Te cuento una infidencia?
- Dímela preciosa.
- Me compre ropa interior. Roja como el fondo de un volcán. ¿Te tinca?
Mientras comíamos un clásico alfajor argentino con una mousse de chocolate, aire de frambuesas, nieve de almendras y salsa de dulce de leche, pensaba en mis casi destruidos calzoncillos y en los fondos de mi tarjeta de debito. Verdaderamente todo en contra. Así que decidí tomar las riendas de la situación y encarar el dilema. Yo sabia que ella quería quedarse en el Sheraton, pero eso era imposible.
- ¿Tienes huevos en tu departamento?, pregunté
- Si, me responde, ¿Y eso que tiene que ver?
- Es que mañana tengo ganas de comerme al desayuno unos huevitos a la copa. Y como en mi departamento no hay huevos, nos vamos al tuyo… ahora y ya… antes que se destiñan tus prendas rojas.
- Eres un viejo zorro, respondió.
Partimos no sin antes despedirme con un besito largo en la mejilla de la flacuchenta del inicio de esta recopilación de verdades gastronómicas. Me pasó su tarjeta para que estuviéramos en contacto.
Puse la tarjeta en el bolsillo de mi chaqueta y me olvide de ella. Me concentré en la lencería roja. Cuando regresé a casa busqué su tarjeta y me encontré con otra. Una de la Mathy que había escrito arriba de ella: “Jajajaja”
¿Será una conspiración?
Exequiel Quintanilla
Orondos llegamos a El Cid, el restaurante ícono del hotel Sheraton en una noche muy especial. El jefe me había traspasado una invitación a ese ambigú ya que se realizaría una semana de comida argentina gracias al alto auspicio del hotel y del Instituto Nacional de Promoción Turística, algo así como nuestro criollo Sernatur.
Para qué contarles: cuando Mathy supo que iría al Sheraton, encontró que todo su ropero estaba pasado de moda y partió a comprarse pilchitas nuevas. Ni que le hubiese llegado la devolución de impuestos: vestido, abrigo (estaban en liquidación, me explicó), zapatos y carterita ad hoc y como siempre haciendo composé con su tacos reina. A decir verdad se produjo como si fuera la ocasión de su vida. Yo, ya más acostumbrado a estas degustaciones, mi clásica y bien ponderada chaqueta de tweed y mi abrigo de pelo de camello (le digo pelo de camello ya que es de color medio amarillento, pero realmente lo compre hace un par de años en la calle Monjitas, en una “vintage clothes shop”, por decirlo elegantemente).
Variopinta la fauna presente. Muchos argentinos (de la embajada supongo) y algunos locales que no ubicaba. Espumoso argentino y unas empanaditas de carne y otras de pollo a la suerte del comensal. Ricas eso sí. En instantes me deslumbró una pibita que merodeaba por el comedor.
-¿Qué miras, Exe?
¡Diablos! Mathy me conoce tanto que estoy comenzando a creer que es una agente de inteligencia de algún país musulmán.
- Nada reina. El panorama global del hotel, mentí.
- No me mientas guachito, me advirtió. Me gasté cien lucas en ropa para ser tu estrella esta noche y te pones a mirar cuanta pajarraca flaca y anoréxica que pasa por tu lado.
- Linda.
- ¡Nada de linda, Exe! Últimamente las pocas hormonas que te quedan parece que las tienes en la vista. ¡Pusiste una cara de caliente cuando viste a la flacuchenta esa!
Menos mal que me salvó la campana y nos llamaron a cenar. Mesa para dos y un trozo de merluza negra sobre una crème brûlée de tomates secos, polvo de olivas negras y sal de limón acompañado de un buen vino malbec mendocino como estrada. Rica preparación.
- Me gusta Argentina, Exe
- A mi también, preciosa. Es un país enorme
- ¿Cuándo vamos? ¿Te tincaría para el 18?
Ella es como la Corfo. Siempre tiene recursos Pero como nos vamos a medias cuando salimos para mí la cosa no es tan fácil. Como sabía que los pasajes estaban agotados le seguí el cuento. A decir verdad, mi fin de semana dieciochero será en Curacaví, con chicha baya y de la otra.
Ella pensaba en los cueritos que compraría en Baires y yo en el tremendo asado que me mandaría en la capital de la chicha. Cada uno en su tema cuando llega el segundo plato de la noche: un sorrentino de cordero ahumado con jugo de locro criollo. Realmente para chuparse los dedos y para sopear con pan el restante. Una maravilla de plato que fue preparado por los chefs argentinos Manuel Ausejo, Javier Rodríguez y Guillermo Busquiazo. Realmente un plato para orar en lenguas. Lo mejor de la noche de todas maneras.
Como era una comida gaucha, no faltó una pareja bailando tangos y milongas. Al final de lo salado, un bife con costra de chimichurri, papa confitada, manzana y morcilla y papas al romero.
- ¿Te gusta este plato, lindo? (después de tres copas de vino Mathy se pone siempre cariñosa. Ni calcula lo que me sucede después de tres piscolas)
- Rica combinación Mathy, me encantó la morcilla más que la carne ya que parece que el vacuno estaba muy estresado cuando se fue para el otro mundo… algo duro el filete.
- Estoy de acuerdo perri. ¿Te cuento una infidencia?
- Dímela preciosa.
- Me compre ropa interior. Roja como el fondo de un volcán. ¿Te tinca?
Mientras comíamos un clásico alfajor argentino con una mousse de chocolate, aire de frambuesas, nieve de almendras y salsa de dulce de leche, pensaba en mis casi destruidos calzoncillos y en los fondos de mi tarjeta de debito. Verdaderamente todo en contra. Así que decidí tomar las riendas de la situación y encarar el dilema. Yo sabia que ella quería quedarse en el Sheraton, pero eso era imposible.
- ¿Tienes huevos en tu departamento?, pregunté
- Si, me responde, ¿Y eso que tiene que ver?
- Es que mañana tengo ganas de comerme al desayuno unos huevitos a la copa. Y como en mi departamento no hay huevos, nos vamos al tuyo… ahora y ya… antes que se destiñan tus prendas rojas.
- Eres un viejo zorro, respondió.
Partimos no sin antes despedirme con un besito largo en la mejilla de la flacuchenta del inicio de esta recopilación de verdades gastronómicas. Me pasó su tarjeta para que estuviéramos en contacto.
Puse la tarjeta en el bolsillo de mi chaqueta y me olvide de ella. Me concentré en la lencería roja. Cuando regresé a casa busqué su tarjeta y me encontré con otra. Una de la Mathy que había escrito arriba de ella: “Jajajaja”
¿Será una conspiración?
Exequiel Quintanilla