EL GATO DE LA SUERTE
Tengo en casa un puto gato dorado que a punta de pilas mueve una de sus patas delanteras de arriba hacia abajo. Me lo regaló Sofía, la paquita, advirtiéndome que lo pusiera mirando hacia la puerta de mi departamento. O sea, lo primero que encuentran mis visitas es el endemoniado gato moviendo una de sus extremidades. A decir verdad, todo sea por Sofía.
- Es para la suerte, me dice.
- Eso espero, respondí.
Como el gato en cuestión no es a cuerda y funciona con dos pilas AA, apenas se las puse comenzó a mover su pata de arriba hacia abajo. Como debía estar cerca de la puerta, lo ubique estratégicamente en la mesita del teléfono, que nunca ha tenido aparato alguno, ya que con el advenimiento de los celulares, los equipos tradicionales tuenen menos vigencia que este veterano. Allí, y desde esa posición, el felino cuidaría mi vida y supuestamente traería alegrías y beneficios económicos.
El minino comenzó haciendo bien su pega. Al par de horas que micifuz subía y bajaba la mano, recibí un llamado de Mathy avisándome que se quedaría al menos tres meses más en Iquique, ya que uno de sus nietos tiene intolerancia a la lactosa (¿y quien no?), y no lo dejará solo. Además, dice, culminando su perorata, -parece que ya no me necesitas en Santiago.
Miré al gato y juro haberle visto una sonrisa en sus labios. ¡Nos llevaremos bien!, pensé. Sólo me falta ponerle un nombre.
La segunda llamada me confirmó que el gato estaba haciendo su pega: era Sofía, mi paquita. Me contó que tenía dos días libres y que no pensaba ir a meterse a su casa para agarrarse con su padrastro y discutir con su mamá.
- ¿Te tinca la Fiesta de la Vendimia, Exe?
- Mucho, -respondí. ¿Pero, dónde?
- ¡En Santa Cruz!
- ¿Y dormiríamos allá?
- Lógico, Exe. Te dije que no quiero aparecer por mi casa.
Nos juntamos en el Terminal de Buses. Ella andaba más linda que nunca con una blusita de seda blanca y colgando en su cuello un fino sweater de algodón de color verde (¡Verde paco, pensé!). Aparte, jeans, zapatillas verdes y su siempre pesada cartera con su pistola y al menos dos cargadores. Según ella, ya no puede andar desarmada.
Llegamos a mediodía a Santa Cruz y hacía un calor de mierda. La plaza ya comenzaba a parecer parque de diversiones etílicas y por los parlantes se escuchaban cuecas, payas y tonadas. Entramos al hotel Santa Cruz, en plena plaza, y pedí una habitación a sabiendas que estaba todo repleto. La explicación de la recepcionista fue tajante: Lo siento, no tenemos habitaciones señor. Sofía, más práctica, me pide la mochila y parte a conversar con el teniente de una patrulla de carabineros. El paco, deslumbrado, guarda las dos mochilas en el portaequipaje del radiopatrulla y le dice que las pasemos a buscar, cuando queramos a la comisaría. Así, con un peso menos en nuestras espaldas, comenzaríamos nuestra historia.
- Tengo hambre Exe. ¿Vamos a almorzar?
- Mira Sofía, todo esto es gracias al gato dorado que me regalaste. ¿Te tinca hacerle honores en un restaurante chino?
- ¿Habrá alguno en Santa Cruz?
- Linda, no hay lugar de Chile que no tenga un chino.
- Me gusta el chapsui
- A mi el pollo chitén
- ¡Yo pensé que te gustaba más el pollo al velador!
- Jajaja. ¡A estas alturas de mi vida tendrías que decir pollito al mausoleo!
Rosé para comenzar. Wantan para dos y unos horripilantes arrollados primavera de repollo. Chapsui de verduras y arroz chau fan para ella. Filete mongoliano con más chau fan para mi. Aunque no crean, uno de los pocos lugares donde como arroz es en los restaurantes chinos. A pesar que nos ofrecieron cerveza, preferimos continuar con rosé… hay un algo en esa cepa que liga a la perfección con las toneladas de cebollín y los litros de salsa soya que le meten a cada plato. De postre, lichis –en conserva- para ambos. Guatita llena y corazón contento para enfrentar nuestra propia vendimia… allá en Santa Cruz.
Lo único que espero es que al gato no se le acaben las pilas, le comenté a Sofía mientras visitábamos los puestos (stands le dicen los snobs) de vino que estaban en la plaza. Sonreía cuando los pacos saludaban a Sofía y me rendí a sus pies cuando me contó que la habían ascendido a capitán. ¡Que lata! – comenté. ¡En una de esas te mandan a Aysén y ahí cagamos todos!
Pero el gato, a la distancia, me tenía más sorpresas. En una de esas vueltas por la plaza, la número dieciocho a decir verdad, me encontré con la Carola Bisquertt, una gentil conocida y bien ponderada amiga. Tras los saludos y presentaciones del caso, me consulta dónde cenaríamos y en qué lugar dormiríamos. A decir verdad, dos preguntas sin respuesta. Yo pensaba dormir en la comisaría y ella en las habitaciones para el personal soltero de la institución. Pero el minino, desde Santiago, mandaba buenas vibras.
- ¡No se habla más!, -dice Carola.
- ¿Qué pretendes?
- Sólo ir a cenar a Vino Bello, de la Giovanna Vanni y luego nos vamos todos a Las Majadas. ¿Las conoces?
- ¡Una vez llegué ahí!
- Jajajaja. Sabía que te acordarías. Entonces, ¿de acuerdo?
- ¿Y qué ponemos nosotros?
- Carola me mira a los ojos y me dice: “Sólo escolta policial desde el restaurante de la Giovanna y Las Majadas. ¡La ley de alcoholes está muy dura!
Con la mirada le pregunté a Sofía. Ella y en forma suave me dice que cuando vayamos por nuestras mochilas a la comisaría pedirá ayuda. ¡En cada minuto que pasa amo más a mi gato!
Rico ambiente, ricos platos y una gran gentileza de parte de Giovanna. Sofía pidió un queso Camembert dorado y apanado acompañado de mix de hojas verdes, nueces caramelizadas y peras pochadas al vino tinto, y yo unos Ravioles de pasta de betarraga rellenos con zapallo camote, queso crema y nueces en una deliciosa salsa de mantequilla de salvia. En honor a Carola, bebimos un Q Clay, uno de los íconos de la bodega. (perdón, no uno, varios).
Sinceramente salimos bien entonados del lugar. Afuera, una patrulla nos esperaba. La ley es la ley, nos dice uno de los pacos y solicita las llaves de los autos de los enfiestados. Nos dejaron en las puertas de Las Majadas y le dimos las gracias. Los choferes anexos regresaron las llaves a sus propietarios y se retiraron no sin antes despedirse de Sofía: ¡Buenas noches mi capitán!, esperamos que tenga un buen regreso.
Las Majadas es una especie de oasis metido quien sabe dónde, pero cerca de Santa Cruz. En nuestra habitación nos esperaba una fría botella de espumoso y un platillo con frutos secos. Sinceramente, no fuimos capaces ni de uno ni lo otro.
Despertamos cuando algunos rayos de luz entraban por las cortinas. Nos duchamos, cambiamos de ajuar y nos encaminamos a tomar desayuno en este idílico lugar. Una gran mesa familiar nos esperaba incluso con Mimosa, ese combinado de espumoso y jugo de naranjas que tan bien le hace al organismo después de tanta jarana. Mientras bebo un sorbo de ese jugo (algo alcohólico), recuerdo a mi gato. ¡Menos mal que aun tiene pilas! Comenté en voz alta
- ¿Quién?, pregunta Sofía
- Mi gato, -respondí
- Me alegro que te haya gustado.
Poco a poco el comedor comenzó a llenarse de los conocidos la noche anterior. ¿Alguien quiere ir a la plaza de Santa Cruz o nos quedamos acá en la piscina?, preguntó Carola.
Gran día: piscina, aperitivo, quesos, asado y agua fría mientras los patos caían asados en la plaza del pueblo, fue nuestra despedida de la fiesta de la vendimia. Lamento no poder contarles cómo se veía Sofía en traje de baño. Ella y su cartera… esa que no la despinta por ningún motivo. Aun hacía calor cuando recibe una llamada… eran los pacos de Santa Cruz avisándole que pasarían por nosotros en media hora. Posiblemente al gato se le estaban acabando las pilas…
La pasé a dejar a su lugar de trabajo donde dormiría. Regresé medio apenado a mi departamento y lo primero que veo es al minino moviendo su pata y (creo) con una gran sonrisa en su cara. Fue cierto. Un fin de semana maravilloso y todo gracias a un puto y dorado gato que me acompaña… hasta siempre.
¡Eres grande, gato! Te admiro.
Exequiel Quintanilla
Vino Bello: Barreales s/n, Santa Cruz, Valle de Colchagua, fono 72- 822.755
Las Majadas: Camino El Huique, Palmilla, VI Región, fono 72- 821. 792
Tengo en casa un puto gato dorado que a punta de pilas mueve una de sus patas delanteras de arriba hacia abajo. Me lo regaló Sofía, la paquita, advirtiéndome que lo pusiera mirando hacia la puerta de mi departamento. O sea, lo primero que encuentran mis visitas es el endemoniado gato moviendo una de sus extremidades. A decir verdad, todo sea por Sofía.
- Es para la suerte, me dice.
- Eso espero, respondí.
Como el gato en cuestión no es a cuerda y funciona con dos pilas AA, apenas se las puse comenzó a mover su pata de arriba hacia abajo. Como debía estar cerca de la puerta, lo ubique estratégicamente en la mesita del teléfono, que nunca ha tenido aparato alguno, ya que con el advenimiento de los celulares, los equipos tradicionales tuenen menos vigencia que este veterano. Allí, y desde esa posición, el felino cuidaría mi vida y supuestamente traería alegrías y beneficios económicos.
El minino comenzó haciendo bien su pega. Al par de horas que micifuz subía y bajaba la mano, recibí un llamado de Mathy avisándome que se quedaría al menos tres meses más en Iquique, ya que uno de sus nietos tiene intolerancia a la lactosa (¿y quien no?), y no lo dejará solo. Además, dice, culminando su perorata, -parece que ya no me necesitas en Santiago.
Miré al gato y juro haberle visto una sonrisa en sus labios. ¡Nos llevaremos bien!, pensé. Sólo me falta ponerle un nombre.
La segunda llamada me confirmó que el gato estaba haciendo su pega: era Sofía, mi paquita. Me contó que tenía dos días libres y que no pensaba ir a meterse a su casa para agarrarse con su padrastro y discutir con su mamá.
- ¿Te tinca la Fiesta de la Vendimia, Exe?
- Mucho, -respondí. ¿Pero, dónde?
- ¡En Santa Cruz!
- ¿Y dormiríamos allá?
- Lógico, Exe. Te dije que no quiero aparecer por mi casa.
Nos juntamos en el Terminal de Buses. Ella andaba más linda que nunca con una blusita de seda blanca y colgando en su cuello un fino sweater de algodón de color verde (¡Verde paco, pensé!). Aparte, jeans, zapatillas verdes y su siempre pesada cartera con su pistola y al menos dos cargadores. Según ella, ya no puede andar desarmada.
Llegamos a mediodía a Santa Cruz y hacía un calor de mierda. La plaza ya comenzaba a parecer parque de diversiones etílicas y por los parlantes se escuchaban cuecas, payas y tonadas. Entramos al hotel Santa Cruz, en plena plaza, y pedí una habitación a sabiendas que estaba todo repleto. La explicación de la recepcionista fue tajante: Lo siento, no tenemos habitaciones señor. Sofía, más práctica, me pide la mochila y parte a conversar con el teniente de una patrulla de carabineros. El paco, deslumbrado, guarda las dos mochilas en el portaequipaje del radiopatrulla y le dice que las pasemos a buscar, cuando queramos a la comisaría. Así, con un peso menos en nuestras espaldas, comenzaríamos nuestra historia.
- Tengo hambre Exe. ¿Vamos a almorzar?
- Mira Sofía, todo esto es gracias al gato dorado que me regalaste. ¿Te tinca hacerle honores en un restaurante chino?
- ¿Habrá alguno en Santa Cruz?
- Linda, no hay lugar de Chile que no tenga un chino.
- Me gusta el chapsui
- A mi el pollo chitén
- ¡Yo pensé que te gustaba más el pollo al velador!
- Jajaja. ¡A estas alturas de mi vida tendrías que decir pollito al mausoleo!
Rosé para comenzar. Wantan para dos y unos horripilantes arrollados primavera de repollo. Chapsui de verduras y arroz chau fan para ella. Filete mongoliano con más chau fan para mi. Aunque no crean, uno de los pocos lugares donde como arroz es en los restaurantes chinos. A pesar que nos ofrecieron cerveza, preferimos continuar con rosé… hay un algo en esa cepa que liga a la perfección con las toneladas de cebollín y los litros de salsa soya que le meten a cada plato. De postre, lichis –en conserva- para ambos. Guatita llena y corazón contento para enfrentar nuestra propia vendimia… allá en Santa Cruz.
Lo único que espero es que al gato no se le acaben las pilas, le comenté a Sofía mientras visitábamos los puestos (stands le dicen los snobs) de vino que estaban en la plaza. Sonreía cuando los pacos saludaban a Sofía y me rendí a sus pies cuando me contó que la habían ascendido a capitán. ¡Que lata! – comenté. ¡En una de esas te mandan a Aysén y ahí cagamos todos!
Pero el gato, a la distancia, me tenía más sorpresas. En una de esas vueltas por la plaza, la número dieciocho a decir verdad, me encontré con la Carola Bisquertt, una gentil conocida y bien ponderada amiga. Tras los saludos y presentaciones del caso, me consulta dónde cenaríamos y en qué lugar dormiríamos. A decir verdad, dos preguntas sin respuesta. Yo pensaba dormir en la comisaría y ella en las habitaciones para el personal soltero de la institución. Pero el minino, desde Santiago, mandaba buenas vibras.
- ¡No se habla más!, -dice Carola.
- ¿Qué pretendes?
- Sólo ir a cenar a Vino Bello, de la Giovanna Vanni y luego nos vamos todos a Las Majadas. ¿Las conoces?
- ¡Una vez llegué ahí!
- Jajajaja. Sabía que te acordarías. Entonces, ¿de acuerdo?
- ¿Y qué ponemos nosotros?
- Carola me mira a los ojos y me dice: “Sólo escolta policial desde el restaurante de la Giovanna y Las Majadas. ¡La ley de alcoholes está muy dura!
Con la mirada le pregunté a Sofía. Ella y en forma suave me dice que cuando vayamos por nuestras mochilas a la comisaría pedirá ayuda. ¡En cada minuto que pasa amo más a mi gato!
Rico ambiente, ricos platos y una gran gentileza de parte de Giovanna. Sofía pidió un queso Camembert dorado y apanado acompañado de mix de hojas verdes, nueces caramelizadas y peras pochadas al vino tinto, y yo unos Ravioles de pasta de betarraga rellenos con zapallo camote, queso crema y nueces en una deliciosa salsa de mantequilla de salvia. En honor a Carola, bebimos un Q Clay, uno de los íconos de la bodega. (perdón, no uno, varios).
Sinceramente salimos bien entonados del lugar. Afuera, una patrulla nos esperaba. La ley es la ley, nos dice uno de los pacos y solicita las llaves de los autos de los enfiestados. Nos dejaron en las puertas de Las Majadas y le dimos las gracias. Los choferes anexos regresaron las llaves a sus propietarios y se retiraron no sin antes despedirse de Sofía: ¡Buenas noches mi capitán!, esperamos que tenga un buen regreso.
Las Majadas es una especie de oasis metido quien sabe dónde, pero cerca de Santa Cruz. En nuestra habitación nos esperaba una fría botella de espumoso y un platillo con frutos secos. Sinceramente, no fuimos capaces ni de uno ni lo otro.
Despertamos cuando algunos rayos de luz entraban por las cortinas. Nos duchamos, cambiamos de ajuar y nos encaminamos a tomar desayuno en este idílico lugar. Una gran mesa familiar nos esperaba incluso con Mimosa, ese combinado de espumoso y jugo de naranjas que tan bien le hace al organismo después de tanta jarana. Mientras bebo un sorbo de ese jugo (algo alcohólico), recuerdo a mi gato. ¡Menos mal que aun tiene pilas! Comenté en voz alta
- ¿Quién?, pregunta Sofía
- Mi gato, -respondí
- Me alegro que te haya gustado.
Poco a poco el comedor comenzó a llenarse de los conocidos la noche anterior. ¿Alguien quiere ir a la plaza de Santa Cruz o nos quedamos acá en la piscina?, preguntó Carola.
Gran día: piscina, aperitivo, quesos, asado y agua fría mientras los patos caían asados en la plaza del pueblo, fue nuestra despedida de la fiesta de la vendimia. Lamento no poder contarles cómo se veía Sofía en traje de baño. Ella y su cartera… esa que no la despinta por ningún motivo. Aun hacía calor cuando recibe una llamada… eran los pacos de Santa Cruz avisándole que pasarían por nosotros en media hora. Posiblemente al gato se le estaban acabando las pilas…
La pasé a dejar a su lugar de trabajo donde dormiría. Regresé medio apenado a mi departamento y lo primero que veo es al minino moviendo su pata y (creo) con una gran sonrisa en su cara. Fue cierto. Un fin de semana maravilloso y todo gracias a un puto y dorado gato que me acompaña… hasta siempre.
¡Eres grande, gato! Te admiro.
Exequiel Quintanilla
Vino Bello: Barreales s/n, Santa Cruz, Valle de Colchagua, fono 72- 822.755
Las Majadas: Camino El Huique, Palmilla, VI Región, fono 72- 821. 792