NI CLASE NI DINERO. SOLO HAY QUE BEBERLO
Pascual
Drake, desde España
“El otro día descorchamos un Pétrus,
fulano lo trajo de Francia y nos lo bebimos: eso es tocar el cielo, qué
delicadeza, qué seda, dice engolosinando la voz, y, a continuación, en tono
agrio: etiquetas que te llenan la boca y te vacían el bolsillo, aburridísimas
discusiones sobre variedades de uva y cepajes y maridajes, cuando ninguno de
ellos tiene ni puta idea”.
Se trata de una parodia que hace uno de
los personajes de la novela Crematorio (de Rafael Chirbes), sobre las
conversaciones que el protagonista -un promotor inmobiliario setentón forrado
gracias al cemento armado de la Costa del Sol- mantiene en sus reuniones con
empresarios, políticos, amigos…
Gran imagen.
Lo mejor -o peor- del asunto es que
tiene poco de parodia. Y no me parece mal, la verdad.
Si hablar de seda, untuosidad y cepajes es un incentivo para que quien pueda y quiera se deje miles de euros al año en vino, bendito sea. Viva la palabrería y el desenfado, aunque no se tenga ni puta idea, que ni falta hace.
¿El problema? El rechazo que esto
provoca y la imagen que creo ante el resto, pobres mortales que no metemos
botellas de 4 mil euros en el carrito de la compra, y que a fin de cuentas
es/somos mayoría, y que bien por envidia, falta de ganas, o simplemente dejadez
nos guarecemos en otros placeres y bebidas dejando el tinto y el champán en
manos de Gatsbys y Rockefellers, que son los que tienen la pasta y enjundia
para posturear copa en mano.
De ahí la retahíla de:
Porque hay que saber, porque es caro,
porque tiene detrás mucho postureo, porque es de gente mayor, porque está
pasado de moda, porque no sé qué pedir, porque no entiendo… Y todo lo demás. Y
todo lo demás que son excusas, frases y disculpas que escucho cuando pregunto a
alguien si le gusta o si habitualmente bebe vino.
El vino hay que beberlo, y punto. Ni clase
ni dinero. Ni Gran Gatsby ni Rockefeller. Ni seda ni delicado. Ni descripciones
engolosinando la voz. Es mucho más simple que eso.