- ¿Así que bebiendo con los amigotes,
eh?
- No te entiendo.- No te hagas el de las chacras, Exe. No te resulta.
- Aun no te entiendo, preciosa.
De mal modo toma una revista que tenía
en el sofá y me la pasa.
- Averígualo solito y tómate tu tiempo.
Yo ahora salgo con una amiga a un after office.- ¿After qué?
- After office, menso.
Estaba tan emputecida que mi instinto de
supervivencia no me dejó decirle que ella me había dejado meses mientras
apaciguaba la Araucanía (les dejo una foto que me envió del sur). Pero me
contuve y tras el portazo que dio me quedé solo y con la revista en cuestión.
No tenía idea pero en esas páginas estaba yo, bebiendo espumoso y un cuantuay en un sinnúmero de lugares. Ahí
me acordé que un amigo periodista me había pedido ayuda para buscar los mejores
bares de la capital. Pero nunca pensé que pondría fotos con nombre y apellido.
Leyendo la crónica me enteré que habíamos visitado doce locales. Y lógicamente doce
tragos (al menos). ¡Con razón mi paquita estaba furiosa!
No quise esperarla ya que no valía la
pena. Dejé en su refrigerador una nota avisándole que me retiraba de su departamentito
que le pasaban los pacos, ya que no pretendía estar solo allí. Como aún era
temprano y mi día no podía terminar de esa abrupta manera, llame por teléfono a
Colomba, una jovial argentinita que tiene un ambigú en Providencia. ¿Me invitas
a cenar? -pregunté con mi mejor voz de conquistador y ella sin desvanecerse -ya
que nadie se desmaya por mí a estas alturas de la vida-, me contesta que feliz
lo haría, pero que tiene un par de problemas familiares que le impedirán estar
en el boliche.
Opción uno: un fracaso. Me acordé de
Adelita pero me contestaron que estaba en Miami en un curso; de Jacinta, y otra
vez fallé ya que estaba visitando el casino de Talca. ¡Michelle, ella sí!, pero
otro error. Era su día libre. Tras cinco llamados posteriores a Maca, Eva,
Renata, Anita y Claudia, llegué a la conclusión que mi after office sería muy
aburrido. Menos mal que no me deprimo, ya que si así fuera ese día estaba para
el suicidio. ¿Dónde mierdas quedaba mi fama? ¿Qué dirían si ven tomándome un
trago sin compañía en algún tugurio de mala muerte?
Mala cosa.
Con la puteada de mi paquita no tenía
hambre. Traté de llamar al autor de la crónica de la discordia para salir a
tomar un trago entre hombres. Para variar su teléfono no contestaba. Caminé por
Coventry con la mirada puesta en las rayitas que hace el cemento entre un
bloque y otro de la acera. ¿Por qué no habrá un bar en esta calle?, feliz
habría entrado a uno a beber un martini en vodka.
Sin horizontes de algo entretenido esa
tarde-noche, regresé a mis tierras. Llegar a la Plaza Ñuñoa a la hora en que un
millón de autos pululan por las calles de Santiago no es fácil. Pero como me
traje de recuerdo la revista en que aparezco, se me hizo corto el viaje. Cuando
llegué a mi departamento me encuentro con una hoja de cuaderno de matemáticas
(con espiral) que con un plumón rojo Sofía había escrito “Perdona Exe, fueron
celos”.
¿Celos? ¿De qué? ¿De un par de tragos?
¡Mujeres! Con razón dicen que no hay que
entenderlas, sólo hay que quererlas.
Casi dormía cuando sonó el teléfono.
Pensé que era Sofía pero era Adelita.
- Querido… te llamo desde Miami… ¡supe
que me andabas buscando!- Cierto, pero ya pasó.
- Nada de eso. Te espero el jueves a cenar. ¡Tengo mucho que contarte!
- Pero…
- Nada de peros, Exe. El jueves a las nueve de la noche. ¡Te llevo de regalo una pulsera de cuero chévere!
Yo sé que a nadie le falta Dios, pero
aquí me la están tirando con pala. Ahora, y con la cueva que ando, capaz que
aparezca el domingo en las sociales de El Mercurio cenando con Adelita.
Definitivamente tendré que irme paso a
paso. Los incendios se apagan de a uno y no todos juntos. ¿Qué hago si Colomba
también llama para invitarme a cenar?
Tiene razón mi paquita cuando dice que me voy a ir al cielo –o al infierno- en pelotas, con una copa en la mano y una corbata puesta como cintillo indio en la cabeza y que seré titular en “La Cuarta”. Definitivamente no soy un buen ejemplo. Pero lo comido y lo bailado…
Exequiel Quintanilla