Los domingos son fomes esté donde se
esté. Hay un algo inexplicable en el ambiente. Tienen razón los que hablan de
fomingos.
Me levanté aburrido. Leí el diario por
Internerd ya que así me ahorro unos pesitos. Llamé a mi paquita con la sana
intención que me invitarla a almorzar y me contó que estaba trabajando. Luego,
otra amiga me mandó a la cresta. ¡Me acosté a las siete de la mañana Exe y ando
con una caña que ni te cuento! ¡Llámame el jueves!
Mala cosa. Todo partía al revés.
De aburrido y lateado salí a estirar las
piernas. Encaminé mis pasos hacia la plaza Ñuñoa y aparte de una viejita con
una bolsa de yute que traía del almacén, no me topé con nadie más. ¿Dónde se
habrían metido todos?
Feo panorama. Pero algo distrajo mi atención.
En una banca de la plaza encontré sentada a una pelirroja ma-ra-vi-llo-sa.
Andaba de shorts, hawaianas, una raída blusa que mostraba harta pechuga y una
mochila a su lado. Me acerque a ella y más encantado quedé. Fumaba, por lo
tanto era una buena excusa para pedirle fuego. Me detengo a su lado y
mostrándole el cigarrillo, le digo.
- Perdona, pero se me quedaron los
fósforos en la casa. ¿Me puedes ayudar?
Me pasa su encendedor y me dirige un par
de palabras inentendibles.
- ¿Hablas español?... ¿Spanish?
Movió la cara negativamente.
- ¿French?Igual movimiento negativo.
Saca un mapa de su mochila y me muestra
su lugar de origen ¡Era holandesa! Por tanto hablaba en neerlandés y con cueva
algo de alemán.
- Kannst du Deutsch ?
Ahora el que movió la cabeza
negativamente fui yo.
Ambos reímos. No teníamos por donde
comenzar una amistad. Le dije con las manos que esperara y llamé a una amiga
alemana para que me diera un par de datos. El calor y la calentura llamaban a
una fría cerveza y posiblemente un sangúche. Pero había que saber cómo se decía
en alemán. De mala gana ya que la había despertado, mi amiga me da la
traducción.
Bier trinken?
Hunger haben?
La pelirroja sonríe y acepta con un
gesto de aprobación. Como en Las Lanzas sé positivamente que nadie entiende ni
sabe nada de alemán, preferí llevarla a la Fuente Suiza, capaz que allí sí. La
guacha tenía sed y hambre y solita se mandó al buche dos fricas y una gorda,
además de tres shops. Bueno, era una mochilera. Yo, un lomito con palta y dos shops.
Ocupamos varias servilletas para
comunicarnos. Así supe que se llamaba Drika y que tenía 34 años. En otro dibujo
que hizo me enteré que quería darse una ducha y cambiarse de trapos. Le ofrecí
mi departamento y nuevamente sonrió.
- Danke, Exe. Sehr liebenswürdig!
Le pasé una toalla grande y el secador
de pelo de mi paquita. Le indiqué dónde y cómo cerrar la puerta del baño y le
mostré el lugar donde estaba el jabón, el shampoo y acondicionador. Ella entró
al baño con su mochila, hizo un mohín y me besó la punta de la nariz, mientras
siento su mano incursionar por mi bragueta.
Ni saben lo que me imaginé. Más feliz
que unas pascuas me senté en el bergere a esperarla. Antes, obvio, pasé por mi
dormitorio y me tomé una pastillita azul. No quería (ni podía) fallar en estas
circunstancias.
Las cervezas hicieron estragos. Me quede
profundamente dormido y desperté sobresaltado. La ducha aun corría y así
continuó por diez largos minutos. Golpeé la puerta del baño y no tuve
respuesta. En esos momentos pensé que la gringa estaba desfallecida con tanta
agua. Abro y veo la cortina corrida, la ducha funcionando y nadie en el baño.
Tampoco estaba el secador de pelo y menos el shampoo, el jabón ni los perfumes
de Sofía. La condenada se los había llevado. Fui al escritorio y tampoco estaba
mi notebook. ¡Gringa chuchasumadre!, grité.
Llamé al conserje y me contó que “mi
amiguita” había salido veinte minutos atrás. Salí tras ella y lógicamente no la
encontré. Fui a la comisaría a estampar la denuncia y cuando estaba dándole los
datos del computador a un carabinero de guardia, aparece Sofía, mi paquita.
- ¿Qué haces aquí, Exe?
No tuve más remedio que contarle mi
aventura.
- Eres un estúpido Exe. Nunca
aprenderás. Parece que lo lacho te supera. La holandesa no es tal. Vivió en
Holanda, es cierto, pero es una ratera que engatusa a veteranos como tú. Menos
mal que la sacaste barata. La “gringa” te metió una pastilla en la cerveza para
que te durmieras mientras ella revisaba tu departamento. Suerte la tuya que no
tienes tarjetas de crédito ni cheques. Es una de sus especialidades. Parece que
tendré que enseñarte mucho. No sé por qué te quiero tanto, debe ser que te
pareces a mi papá. ¡Arriba el ánimo, hombre! En cinco minutos termina mi turno.
¿Vamos por una cerveza a la Fuente Suiza y luego a tu departamento?
¡Que domingo!
Exequiel
Quintanilla