Voy de mal en peor
-¿Qué haces?, le consulto.
- Nada, responde
- ¿Nada de nada?
- Bueno, casi nada de nada.
La conocí el otro día en la Embajada Argentina en una muestra de Malbec que elaboran en ese país y gracias a una invitación del jefe. Alguien me la presentó y se quedó pegada a mi lado. Rondaba los sesenta y estaba bastante aceptable para su edad. Bueno, en realidad algo fuera de mi focus group, pero para ser miércoles… peor era mascar la hucha. (Para los que piensan que está mal escrito, la hucha es una especie de monedero o chauchera que usan en algunos lugares de España. Cuando no hay dinero o muy poco para comer se dice que lo que se come no es tan malo como mascar la hucha.)
Mientras bebíamos una copa de espumoso
rosé Cruzat, comenzó a contarme su vida. Era una mezcla entre argentina,
italiana y chilena. Alguna vez se había casado con un poderoso industrial
argentino que una noche fogosa murió de un infarto y ella había heredado o más
bien dicho había quedado forrada en plata. Como era amiga del embajador llegó a
la muestra y eso sería todo. Nos presentamos. Yo Exe, ella, doña Jacinta.
Aun incrédulo le pregunto - ¿Pero nada de
nada?
- Bueno Exe, no en un cien por ciento.
Dos veces a la semana voy al sicoanalista.- ¿En Buenos Aires?
- Obvio ché. Acá no hay.
- ¿Y qué más?
- Peluquería, masajes, pedicuro, cosmetóloga, gimnasio, pilates, yoga... y todas esas cosas que hacemos las mujeres.
Adiviné que de ahí venían esos labios carnosos. ¡BOTOX! Miro sus manos y las encuentro más arrugadas que cogote de tortuga. ¡Esta mina está hecha de nuevo!, pensé. Del botox en los labios pasó a las patas de gallo. Ahí encontró que estaba bien de la cara pero vio sus pechugas caídas. Y dale… de ahí al poto caído… y dale… pero las manos… las manos… esas son imposibles de rejuvenecer.
- ¿Tienes hijos Jacinta?, le pregunté para calcularle la edad.
- Si, responde, es un artista que vive en Viena.
- ¿Pinta?
- No. Era orfebre cuando pibe pero ahora que murió el viejo, es joyero.
- Y tú ¿naciste en Chile?
- Si, responde, en la hacienda Lolol, soy nieta de uno de los Mujica.
- ¿Y dónde alojas cuando vienes a Santiago?
- Tengo un departamento en los altos del Marriott. ¿Te gustaría conocerlo?

- ¿Ahora te gustan las veteranas, viejo lacho?
¿Quién me manda a meterme con estos ejemplares? Colomba se fue emputecida y doña Jacinta haciéndose la de las chacras pregunta:
- ¿Nieta tuya la pendejita?
Jacinta me había tomado el pulso y se había dado cuenta que me gustaban las jovencitas más que el pan con palta. Parece que ese día yo sería su presa.
- ¿Querés que nos escapemos a Buenos Aires la próxima semana? Tengo un bulín en Palermo. Lo pasaríamos el descueve, como dicen ustedes.
- Lo siento mucho Jacinta, pero yo trabajo.
- ¿Es que trabajás?
- Escribo
- ¿Y eso es laburar?
- Por lo menos me pagan y de eso vivo.
- Exe. Los pobres trabajan. Los ricos son los políticos y los empresarios.
- Lo siento mucho doña. Pero no podré acompañarte.
- ¿Te tiene loco la pendejita esa?
- Nada de eso.
- Y vos no trabajás por Internet
- También lo hago
- Mirá, hagamos un pacto. Vos te vas conmigo a Palermo una semana y te aseguro que lo pasaras divino. Despachás tus notas desde la Ciudad de Buenos Aires y yo me encargo de los pasajes, las comidas y las compras.
La veterana estaba como tetera de campo. Miré a lo lejos a mi Colombita y decidí no acompañarla a ninguna parte. –Perdona, Jacinta, le dije, pero tengo que ir al baño. Cinco copas de espumoso es mucho para mí.
- ¿Conocés los departamentos del Marriott?
- Aun no.
- ¿Querés que llame a mi chofer para que nos lleve? Allá tengo champagne legítimo francés.
- Si así lo deseas, hazlo. Dame un par de minutos para ir al pichuar.
Me manda un hocicazo con botox incluido y un agarrón en cierta parte. – ¡Te espero, ché!, dice.
En buen chileno, apreté cueva. Qué baño ni ocho cuartos. Salí de la embajada y agarré el primer taxi que encontré. Bilbao- Irarrázabal- Plaza Ñuñoa- Jorge Washington, le dije al chofer mientras me secaba la transpiración. Ya me han pasado muchas cosas este último tiempo para involucrarme con esta veterana. Cuando llegué a casa me entretuve con un whisky y comencé a apretar y reventar esos forros plásticos con aire que vienen recubriendo los equipos electrónicos. Reventaba uno y sentía un grito de Jacinta, reventaba otro y otro grito… era como estar reventando globitos de silicona…
No visité Palermo ni el bulín de las
alturas del Marriott. Si doña hubiese sido más humilde y con menos botox en sus
labios, capaz que hubiésemos terminado enredados en las sábanas de un motel de
mala muerte en las cercanías de la Embajada. Pero eso ya es historia pasada.
Exequiel
Quintanilla