EL BAZAR DE LAS ESPECIAS DE ESTAMBUL*
Oler, palpar, charlar, reír, probar,
adivinar, mirar, conocer, comer queso turco envuelto en piel de cabra, sentir
el bullicio y regatear, siempre regatear, es la clave para ser feliz en este
terreno de alquimistas, brujas, amantes del té y los dulces turcos. Y de las
especias, todas las especias que te puedas imaginar: pimienta de todos los
colores, blanca, negra, verde, roja; azafrán, pimentón, nuez moscada, curry,
canela, higos, dátiles, pistachos y un largo etcétera procedentes de todos los
países productores de especias que impulsó a los grandes aventureros como Colón
y Marco Polo a descubrir nuevos mundos.
Los cinco sentidos son pocos cuando uno
se interna por los pasadizos del mercado de las especias en Estambul. Acá te
dejan mirar, catar, probar y te explican uno a uno los condimentos que tienen
los locatarios. Incluso te convidan té de manzana para comenzar a hacer
negocios. Y salir cargado de especias es su labor. Acogedores y buenos para conversar (incluso
en español), los turcos venden lo que quieren.
Estoy extasiado y embelesado. Desde que
llegué a Estambul no he parado de maravillarme con esta tremenda ciudad que
tiene algo de europeo y mucho de asiático. Colores y aromas por doquier y una
majestuosidad sobrecogedora que nunca había sospechado. Bueno, estoy en lo que
antes se llamó Bizancio y luego Constantinopla. También fue capital del Imperio
Romano del Oriente y del Imperio Otomano. Cientos de años de guerras, intrigas,
amores, engaños, religiosidad y mucha cultura.
Estoy en uno de los mercados favoritos
de esta ciudad. El Misir Çarsısı Bazar Egipcio, más conocido como el bazar de
las especias. Con una ubicación privilegiada sobre el muelle, en el extremo sur
del Puente Galata, el lugar fue construido por la madre del Sultán Mehmet IV en
1663, y su nombre viene de los impuestos que se cobraban ahí de las especias
procedentes de Egipto y de la ruta de la seda, que entonces formaba parte del
Imperio Otomano.
A pesar de que sólo unos cuantos de sus
locales aun venden especias y hierbas medicinales, los fuertes aromas se
extienden más allá de sus muros de piedra que atraen al más fuerte; las
intensas fragancias del azafrán, del cilantro, la canela, el pimentón, la
salvia y cientos de exóticas especias del oriente dejan claro que su nombre es
más que pertinente.
Me tomo tiempo. Estoy perdido pero hay
mucho que conocer y revisar. Sobre mi cabeza penden oscuras berenjenas,
pimentones trenzados y salames con especias. Las nueces, los higos y los
duraznos deshidratados se acomodan sobre bandejas de latón. Más allá, caviar
iraní y ruso, lujo de sultanes. Incluso, casi me tiento con el “viagra turco”,
una mezcla de hierbas afrodisíacas orientales.
Después aparecen los tés, en latas,
sobres y cajas. Se puede escoger por tipo o por sabor: naranja, cereza, limón,
canela o escaramujo. También hay té de manzana —en bolsitas de varios tamaños—
que se prepara al cocer la pulpa deshidratada en agua. Y se pueden comprar
coloridas cajitas con el jugo de manzana cristalizado. Ahí aprovecho la oferta.
Si piensas que podrás volver al lugar, olvídalo. Los puestos, uno al lado de
otro, marean y nunca podrás regresar donde el mismo vendedor. A no ser que
vivas en Estambul.
De regreso al hotel, la fragancia de las
especias aun la llevo impregnada en mi ropa. Bien lo dijo Napoleón Bonaparte:
“Si la tierra fuese un sólo Estado, Estambul sería su capital”
Del
completo al kebab
Como reza el refrán: donde fueres haz lo
que vieres, hay que hacer tripas corazón y enfrentarse a una comida con sabores
y aromas diferentes. Cubrir en las mañanas el estómago con una buena dosis de
yogurt para aceptar los condimentados platos turcos. Miles de puestos
callejeros donde puedes comer kebabs y pide (un simil a la pizza) o un sinfín
de productos a precios realmente convenientes como $ 1.500 de nuestros pesos.
Si la idea es sentarse, están los
Meyhane, una especie de tabernas donde se sirve alcohol y un buen lugar donde
probar el Raki (servido en su forma tradicional) o cervezas acompañado de
platos típicos. Los Lokanta, son bares similares aunque de mayor nivel y los
Restoran, son los locales que todos conocemos, habitualmente bastante más caros
Tierra
de contrastes
Asia a un lado, al otro, Europa y en su
frente Estambul. Resuenan los versos de Espronceda, de la Canción de El Pirata
para ubicar una ciudad milenaria que ha sido la capital de tres imperios, cuna
de civilizaciones, de intriga y mucha historia, multicultural, mágica y
contradictoria ¿Qué tal vivir una auténtica pasión turca?
Dicen que todas las ciudades acaban por
parecerse, menos una, Estambul. Bastará con perderte por la parte trasera del Gran Bazar o penetrar
por la majestuosa mezquita de Santa Sofía, para certificar que es una ciudad
distinta. Todo en Estambul es contraste; desde los actuales y coquetos garitos
de Beyoglu, a la derecha de Istiklal Caddesi desde la Plaza Taskim, hasta el
señorial barrio de Pera, con el Pera Palas, hotel donde Agatha Christie
escribió el Orient Express. Desde el constante ajetreo del puente de Gálata
hasta las silenciosas calles del barrio sefardí, y desde el lujo otomano del
palacio de Topkapi hasta el mundano Bazar de las Especias.
Pero siempre los días se hacen cortos en
Estambul y cinco son mis grandes recomendaciones para no regresar frustrado de
una visita a Estambul. Aparte del Bazar de las Especias, camina junto al puente de Gálata, viendo los numerosos
puestos callejeros; viaja en Ferry por el estrecho del Bósforo, que te dejará
atónito por sus grandes palacios y mansiones; festeja una noche de juerga en
las tabernas de la calle Balik Pazari; recorre y detente el barrio bohemio.
Casi es una obligación ir a Ortaköy, desde la plaza de Iskele Meydani (plaza
del muelle), donde parten decenas de callejuelas llenas de buenos restaurantes
y kumpires, puestos callejeros. Y por último, para llevarse grabada la gran
vista de Estambul, sube la Torre Gálata. Si cumples esos pasos, tu visita a
Estambul está prácticamente pagada.
Pero no creas que Estambul sea una
ciudad que no goza de las garantías de una ciudad moderna. De hecho y gracias a
Turkish Airlines, que en doce horas conecta Sao Paulo con el Asia Menor, duermo
en un hotel boutique en un barrio donde se reúnen las más prestigiosas marcas
del mundo. Le llaman el Beverly Hills de Estambul y aquí se concentran las
mejores tiendas de marca. Un lujo que tienen sólo las grandes capitales. Mal
que mal Turquía recibe treinta millones de turistas al año y sus índices de
comodidad son del primer mundo. Hombres y mujeres que vestidos a la última moda
en el barrio europeo contrastan con los habitantes de la ciudad vieja, esa de
bazares, tiendas, carteras y relojes de imitación, alfombras y regateo. (Juantonio Eymin)
*Original publicado en revista UVA junio 2012.