CAMBIO DE GUARDIA
No soy de costumbres citadinas,
menos a las diez de la mañana. Sin embargo un día de la semana pasada, obligado
a levantarme de amanecida por tener que pasar a una notaría a dejar mi firma y
huella digital en un documento sin mayor importancia, me topé con el cambio de
guardia en el Palacio de la Moneda.
Años sin verlo y como
quedaba tiempo suficiente para llegar a la notaria, me quedé tras unos barrotes
que a alguien se le ocurrió bautizar como vallas papales, pero hoy en día son
de uso generalizado, incluso como arma de guerra en las protestas. Delante de
la barra papal, los pacos. Uniformados y en posición de descanso esperando que
salgan unos y entren otros. Alrededor mío, una serie de turistas sacando fotos
y selfies y varios guías hablándoles en su idioma de la “Chilean battle” y de
la “Air force” que dejó el Palacio hecho “shit” hace más de 40 años.
Estaba ensimismado
viendo una rubia (verdadera) que asomaba su chasquilla enfundada en un gorro
chilote de color gris-cuma, sin percatarme que tras mi barrera y frente a mí se
instala un personaje de color verde que susurra:
- Hola Exe. ¡Tanto tiempo!
Enfoqué mi vista hacia
su cara y me encontré frente a frente con Sofía, mi paquita preferida. Vestida
de motorista pero ahora en una moto de verdad y no en la motoneta Honda que la
conocí hace un lustro. No había sabido nada de ella desde su traslado de la
comisaria de Ñuñoa y ahora me la encuentro en pleno Santiago. ¿Será el
destino?, pregunté.
- Algo así -respondió. –En
la actualidad trabajo en la guardia de Palacio.- ¿Guardaespaldas de la gordi?
- No precisamente, ríe. Mis misiones son otras.
- ¿Conversar con tu ex tras estas barreras?
- No, Exe. Sólo vigilo lo que pasa alrededor
- ¿Y por qué desperdician una pinturita como tú en una pega tan miserable?
- Me cansé de perseguir malandras y flaites, querido… o ex querido, en realidad. ¿Pero qué haces tú en el centro y acá, en La Moneda, y a esta hora?
Le conté parte de mis penurias
y que ahora vivía en pleno centro. Mientras la banda de los pacos entonaban una
marcha, supe que ella aún estaba casada pero a su marido (paco también) lo
habían mandado a hacer patria a Puerto Aysén y que no podían juntarse debido a
los famosos decretos de traslados. –Debo irme –musitó, tras escuchar unas
palabras ininteligibles en su radio y me dijo: ¡anota…! Rápidamente saqué un
papel y me dio su número: +569 7654 4321. Wasapeame, susurró cuando subió a su
moto. Guardé el papel, le hice el quite a un par de pacos arriba de sus
caballos y me las endilgué a la notaría con la esperanza de no llegar tarde.
Mi hijo estaba con cara
de pico cuando llegué: “Llevo una hora esperándote”… “te he llamado cien veces”…
“mi tiempo es oro”… “es por tu bien este trámite”… “para qué te regalo celular”…
“he tenido que sacar número tres veces”… “cuándo aprenderás”… “con razón mi
vieja te mandó a la cresta”… Yo hice de oídos sordos. Como nunca sentí unas
maripositas en el estómago… ¿o serían murciélagos? ¿Será posible que a esta
edad uno se vuelva a enamorar o la paquita siempre me hizo “tilín tilín”?-¿Te sientes bien?, fue la pregunta más cariñosa que me hizo Joaquincito luego de la firma del papel. Le respondí que con un café y trescientas lucas me sentiría bastante mejor. Como siempre vive apurado, me pasa cinco lucas y dice que me tome solo el café ya que no tiene tiempo para acompañarme. – “Las 300 te las deposito, no se lo cuentes a nadie”, lo escuché decir cuando se agacha para darme un beso.
Mientras tomaba mi café en el Blue Jar, para mí el mejor del centro capitalino, pensaba en mi paquita. ¡Un año sin verla y tanto de qué hablar! Definitivamente le sacaré una tajadita a las 300 lucas para comprar sábanas nuevas. Aparte de eso, tendré que sacar el gato chino de la caja donde lo tenía guardado, ponerle pilas y esperar sentadito que mi musa preferida venga a verme. A Lulú tendré que ofrecerle una piadosa mentira y deberé poner en cuarentena mi departamento.
¡A eso se le llama ser
amante de la ley!
Exequiel
Quintanilla