LE BISTROT
No
se trata de alta cocina ni manteles blancos. Le Bistrot es, como muchos saben,
un restaurante sin demasiadas pretensiones como no sean las de encarnar un
lugar íntimo, no demasiado grande ni caro, pero con buena o muy buena mesa. Acá
hay una cocina donde se expresan los platos de charcutería o quesos, tres o
cuatro sopas y preparaciones clásicas; casi siempre guisos, como el coq-au-vin,
el boeuf bourguignon o el confit de pato ($7.200). No falta una quiche, un par
de ensaladas y los clásicos postres franceses como las consabidas créme brûlée
y tarte tatin. Eso, aparte de que en Francia, particularmente en París, los
bistrot pueden ser, usualmente, el comedor del barrio donde se vive.
La
explicación de una cocina que ofrece algunos platos mejores que otros, pero que
tiene puntos notables, reside en la presencia del joven chef francés Gaetan
Eonet, que ejecuta muy bien, precisamente, los platos clásicos de un bistrot.
Pocos patés de campagne tan aromáticos, sabrosos y suculentos hemos probado
como el plato que iniciamos nuestro almuerzo. Era una pasta de naturaleza
tosca, pero sabrosísima y abundante, con buen pan caliente y a un precio de
sólo $3.800.
La
segunda especialidad, agreste, poco apreciada por chilenos que arriscan la
nariz, pero también clásica de restaurantes regionales franceses, fue un
fromage de téte, dicho en chilena, queso de cabeza de cerdo en dos trozos
generosos, de notable sabor y delicadeza, con abundante salsa ravigote, una
finura poco usual que enriqueció tanto el plato como la ensaladilla de hojas
verdes de sabor y presentación magistral. El precio, casi ridículo en estos
tiempos, fue de $3.700.
Un
resultado dulce por la calidad de la popular cocina gala campesina que tanto
gusta a los amantes de la gastronomía. El servicio –en esta ocasión- no estuvo
a la altura del lugar. Es cierto que el día de mi visita el lugar estaba
repleto, sin embargo el servicio allí nunca decae, salvo en esta ocasión donde
el garzón estaba más preocupado de conversar con la camarera que atiende el bar
que de sus clientes. Desgraciadamente el trabajo del mozo –o garzón- me dejo un
sabor amargo que si bien sé que es un problema puntual, es necesario comentarlo
para que no vuelva a suceder.
Es
cierto que el servicio en Chile es desastroso. Posiblemente sean contados con
los dedos de una mano los restaurantes donde los mozos –o garzones o como
quiera que se los llame- entreguen el servicio para el cual están contratados.
Más aun, a sabiendas que el mozo chileno se siente denostado por ocupar esta
posición dentro de la estructura de un restaurante, muchos establecimientos
optan por contratar peruanos, ecuatorianos, colombianos o franceses (en este
caso), con resultados ampliamente
favorables para todos, ya que la mayoría de las veces entregan un cálido
servicio (que no hay que confundirlo con servilismo) y estimulan al cliente a
regresar por otra experiencia, ya que el aporte del mozo –o moza- es parte de la satisfacción de los clientes
de cualquier restaurante. Y resulta incómodo terminar este artículo pensando
que si no hubiera sido por la chica del bar que vio –tras largos minutos- mis
manos alzadas tratando de llamar la atención, aun estaría esperando el vaso de
agua que solicité luego de pagar la cuenta –con propina incluida-, luego de
varios desaciertos. (Juantonio Eymin)
Le Bistrot / Santa Magdalena
80 - local 7, Providencia / 2 22321054.