EL CLUB DE TOBY
Largo, pero…
Lo
importante del club es que no sea cualquier viejo el que ingrese. En esto hay
que ser selectivo. El nuestro, que se junta todos los lunes del año en el Romasanta
de la calle Huérfanos, tiene unos estatutos muy rígidos. Tenemos incluso
algunos miembros (bueno, eso de llamarle miembros a nuestros congéneres de edad
es sólo una broma) que llevan años postulando para ser socios de nuestro
exclusivo club. La idea es que el grupo no se degenere ni disperse, Sólo cuando
alguno se va al patio de los callados, se abre la posibilidad de que alguien
renueve la lista. Si no juega brisca, dominó y cacho, más le vale que se busque
otra asociación. Si gusta de los erizos y los riñones, es bien mirado. Si su
mujer no lo deja salir las noches frías de invierno, a la segunda falta es
degradado y debe pagar dos aperitivos a cada uno de los veteranos presentes en
las reuniones.
Nuestro
club tiene diez veteranos y ocupamos dos mesas para reunirnos. En una, los que
aun gustan del fútbol y disfrutan comentar lo que vieron el fin de semana. En
la otra estamos los menos deportistas y nuestra principal actividad es el
pelambre. Ahí, en ésta mesa, está Luis Rafael, un viejo periodista que hoy
recorre las calles de Santiago con un carrito que acarrea un pequeño estanque
de oxígeno. Se saca de vez en cuando la mascarilla ya sea para comer, beber o fumarse
un puchito. Es liviano de sangre y bueno para los chistes. Bueno… ahora se ha
especializado en cuentos cortos, ya que le fallan los sopladores cuando está sin
su mascarilla.
Otro
que no falta nunca es Octavio, un viejo cocinero que trabajó en lugares
exóticos. Él es el encargado de ponerle la nota sensual a las tertulias, con
sus historias de islas caribeñas y mulatas. Incluso, tras pedir dos rusos
negros, cuenta sus avatares amorosos en las gélidas tierras tras la ex cortina
de hierro.
El
tercero es Roberto. Un obeso mórbido que ofició de médico cardiovascular hasta
que le vino su tercer infarto. Ahí jubiló. Él, con su santa paciencia y
conocimientos, nos deriva a los fármacos antes de consultar al matasanos. Casi
sordo, ama la carne asada y los perniles de chancho. “¡Coman sesos!”, se atreve
a recomendarnos. “Es la única forma de crear neuronas nuevas”, ríe, a sabiendas
que nadie le hará caso.
El
cuarto es Efraín, un ex vendedor de vinos y licores que se entusiasmó más de la
cuenta con el Absenta y se volvió medio loco. Medio solamente ya que dentro de
su cordura, es hábil con el dominó, la brisca y el cacho. “Me echaron de la
casa - cuenta- cuando un día, endiablado con dos vasos grandes de Absenta,
confundí a mi mujer con mi suegra”. “Me acusaron a la justicia y el juez me
quería meter preso… no por curado, sino por huevón”, cuenta.
El
quinto soy yo. “Peter Pan” me dicen en la mesa. Veterano de mil batallas aunque
la decadencia y el aburrimiento me hicieron ingresar a este club de veteranos.
El problema es que aún me gustan las chicas aunque cada día mi agenda está más
pequeña.
Los
vejetes de la mesa del fútbol es una historia diferente que algún día les
contaré.
El
lunes pasado hacía calor en Santiago y estábamos dándole el bajo a una gran
jarra de borgoña con frutillas cuando comenzó esta historia. El loco Efraín, el
del Absenta, de repente se quedó mirando con los ojos fijos y fuera de órbita
una servilleta de papel y luego cae estrepitosamente hacia un costado. Roberto,
el matasanos, le toma el pulso y comenta…
- ¡Si no lo llevamos al hospital, este huevón se nos muere!
¡Imagínense
la batahola que se armó en el boliche! Muchos clientes pagaron las cuentas y se
retiraron. Otros se fueron sin pagar. Joselito, el regente del lugar estaba
alterado: ¡Les juro que hoy se acabó su puto club!, fue lo más simpático que
nos dijo. Suerte la de Efraín ya que justo estaba pasando por el frente del
lugar una ambulancia de una clínica siquiátrica. El gordo Roberto se paró al
medio de la calle y no la deja avanzar. ¡Soy médico!, grito. ¡Necesito urgente
esta ambulancia!
Subimos
a pulso a Efraín al vehículo de rescate y nos apretujamos todos en su interior
(con tanque de oxígeno y todo). El chofer pedía a gritos que nos bajáramos de
su máquina y el doctor le pone delante de sus ojos un antiguo salvoconducto que
se había conseguido en la época del toque de queda. ¡Parte al hospital rápido
huevón!, le dice al chofer, - ¡después arreglamos!
Lo
dejamos en la urgencia de la Clínica Dávila –la más cercana al bar- y decidimos
esperar allí por los resultados de la salud de nuestro amigo. El doctor
jubilado, aun con sus influencias, se consiguió una salita de espera donde nos
pusimos a jugar brisca con unos naipes que nos habíamos robado del bar cuando
el amo del lugar nos conminó a retirarnos. Octavio, buen cocinero y ladrón, se
apropió en el mismo lugar de una botella de ron barato, así que con las Coca
Cola de la máquina expendedora, solucionamos el problema de la larga noche que
se nos venía por delante.
Al
rato nos importunaron los pacos de guardia en el hospital. Querían conocer
detalles de la víctima y la ocasión del suceso. ¿Alguno de ustedes maneja?
Preguntó inquisitivamente uno de los uniformados pensando quizá en la ley
talibana que rige ahora nuestras calles y carreteras. ¡Ninguno!, respondimos al
unísono: ¡Nadie nos quiere dar licencia de conducir!
-
¿Conocen a alguien de su familia?, preguntó la doctorcita.
-
No directamente, le respondí. Nosotros somos su familia desde que lo echaron de
su casa.- ¿Pero?, mujer, hijos, nietos… ¿alguien que lleve su sangre al menos?
- ¡Nadie, colega! Gritó el doctor. Nosotros somos su familia y nos encargaremos de él.
- Está bien. Entonces, ¿quién paga la cuenta?
Nos
miramos a los ojos y decidimos llamar a la bruja de su suegra. Mal que mal, él
la confundió y la veterana debería estar feliz. Hicimos cachipún y fui el
elegido para hablar con la vieja.
-
¿Señora Agustina?
-
¿Quién mierda me despierta a esta hora?- Soy Exequiel, señora Agustina.
- ¿Y quién eres?
- Soy amigo de Efraín y él está en la clínica. Acá requieren de su presencia ya que necesitan hacerle el Test de Elisa urgente para saber si usted está contagiada.
- ¿Contagiada de qué?
- Sida, señora. Más vale la pena que venga de inmediato para descartar sospechas.
- ¿Sida? ¿A mi edad?
- ¡Es que Efraín me contó sus aventuras!
- Llegaré a las siete de la mañana. Gracias por avisarme.
La
doctora miraba incrédula y muerta de la risa mientras yo conversaba con la suegra
de Efraín. Tras colgar le comenté que ella firmaría todos los cargos de su
yerno. La verdad era que a la veterana siempre le había gustado el marido de su
hija, pero por razones familiares lo acusaron a la justicia.
-
Mañana tendrá la firma que necesita, doctorcita.
-
No me digas doctorcita, dime Raquel.- ¿Te puedo llamar uno de estos días, Raquel?
- Cuando quieras Exequiel.
- No me digas Exequiel, dime Exe.
- Como quieras Exe. Me tinca que lo pasaremos bien…
Amanecía
cuando llegué a mi departamento. Me saqué los zapatos y dormí vestido. Sonreí
antes de quedarme dormido ya que el Club de Toby permanecería indemne. La
próxima sesión la haremos en el mini departamento de Efraín. Definitivamente
queremos que sepa que no está solo. Por lo menos, en este club, entre veteranos
nos entendemos.
Exequiel Quintanilla