ENTRE TONGOY Y LOS VILOS
A
veces las vacaciones aburren. Más aún en mi caso ya que en los siete días que
estuve en la cuarta Región, no logré atraer la atención de ninguna chica.
¿Estaré poniéndome viejo y calamitoso?
Decidí
regresar a la capital. Por lo menos dormiría en mi cama y más de alguna amiga
estaría en febrero en este sauna urbano que es Santiago. Mi paquita anda
apagando incendios (eso me contó), pero a falta de pan, conocí a Florencia, una
morenaza para cortarla con las uñas. Florencia no se movería de su casa y le
anuncié visita para el lunes a la hora del happy hour.
Encaminé
mis pasos al terminal de buses de Coquimbo. Entre consulta y consulta sólo
encontré un pasaje libre en una línea bastante desconocida. Partiría de regreso
a la capital a las 12.30 de la noche y llegaría a Santiago a las 7 y media de
la mañana. Bueno… esa era mi intención.
Siete
largas horas de viaje me esperaban en un bus “salón semi cama” que no tenía
nada de salón ni menos de cama. Para el viaje, una mineral y pasada la
medianoche me embarqué en una nave que nunca llegaría a destino.
¿Qué
pasó? Bueno. Lo que tenía que pasar. La máquina fundió su motor entre Tongoy y
Los Vilos, o sea, lejos de todo y cerca de nada. Con un aroma a goma quemada
dentro del bus, el piloto (o chofer) nos pide que salgamos de la máquina y
esperemos una de reemplazo. Luego, con voz esperanzadora nos comenta que se
comunicó con Santiago y que en tres horas (con cueva), llegaría otra nave.
No
hace frío pero está fresco. Quería fumarme un cigarrillo pero como no se puede
fumar en los buses, no había comprado. Lo único que tenía era una botella de
Cachantún y sinceramente eso no valía nada en esas circunstancias.
Agudicé
mi vista y veo a cuatro jovencitos en plena charla. Más bien tres minitas y un
nerd con aritos y jockey al revés. Fumaban y algo bebían en unos vasos
plásticos. Me acerqué y entablé una pequeña conversación:
- Chicos, me quedé sin cigarrillos y no saben
las ganas que tengo de fumar.
- ¡Hola abuelo!, dice una de las chicas.- Soy Exe y tengo algo de dinero para comprarles cigarrillos, les conté.
- ¡Naa tío! Acá toos somos iguales, dice, mientras me ofrece de una cajetilla arrugada un Belmont.
- ¡Gracias! En Los Vilos multiplicaré tus buenas intenciones.
Prendí mi cigarrillo y tras una larga aspirada
le pregunto su nombre
- Josselyn, me cuenta.
- ¿Y tus amigos?- Bueno… el Yonattan, la Katiuska y la Ferny.
- ¿Van a Santiago? (primera pregunta idiota)
- ¡Íbamos!, contesta. Ahora parece que nos quedaremos en Los Vilos en la casa de la Katiuska. ¿Querís tomar algo?
- ¿Tienen? (segunda pregunta idiota)
La
Ferny me pasó un vaso plástico con ron (de caja) y una bebida cola que no
conocía. A esas horas de la madrugada y sentados a la vera de un camino donde
no pasaban ni las luciérnagas, me pareció una bebida celestial. –“Se nos
acabaron los Belmont, Exe. ¿Querí que te liemos un puchito?
A
esas alturas del partido estaba a merced de mis nuevos amigos. Josselyn me
lleva a un lado y pregunta por mi vida. Mirábamos la luna nueva mientras yo le
contaba de mis años y ella escuchaba haciéndole cariño a mis brazos. No sé qué
estaba fumando, pero mis sentidos se multiplicaron por mil.
Otro
pito en conjunto y dos vasos de ron (esta vez puros ya que se les terminó la
bebida cola), nos pasaron la cuenta. Se acurrucó a mi cuerpo y se durmió…bueno,
nos dormimos.
Despertamos
cuando el resto de los pasajeros aplaudían al bus de reemplazo. Me dolían todos
los huesos. Bebimos el resto de la Cachantún, el único activo que tenía en ese
lugar y juntos proseguimos el viaje.
No
le costó mucho para convencerme que me quedara en Los Vilos en casa de
Katuiska. Para pagarles la caña de la noche anterior, los convidé a tomar
desayuno en uno de los boliches de la ex carretera. A las ocho de la mañana,
todos comíamos sánguches de pescado frito y “tecito”. Josselyn no me soltaba.
Según ella, había encontrado a su “media naranja”.
La
vivienda de Katiuska era, por así decirlo, una casa. Un respetable casa con
varias habitaciones que estaba a cargo de la “tía Leonor”, quien, al vernos
llegar sucios y hediondos a ron barato, nos mandó a una habitación múltiple de
tres camarotes y un baño común. Ahí dormimos al son del reggaetón. Yo, al
menos, dormí un par de horas, aunque el maldito ritmo aún resuena en mis oídos.
Estaba
al debe con mis nuevas amistades y con la tía Leonor. La madame, respetada por
todo el pueblo, nos acompañó a comer ostiones y merluzas a una picada de la
playa. Luego nos endilgó al terminal de buses. Yonattan y la Ferny en un
asiento; Josselyn y yo en otro.
- El domingo es mi día libre, Exe ¿Me invitas a algún lugar?
- ¿Cómo cuál?- ¡Fantasilandia!
- ¿Por?
- Quiero ser y sentirme niña alguna vez en mi vida.
- ¿Nunca lo fuiste?
- Nací en cuna de carbón, Exe. Mi padre era minero en Lota. Allá, con cueva jugábamos a las bolitas y a la pieza oscura. Y no me digas más Josselyn. Mi nombre es Rosa y bien debes saber a estas alturas a qué me dedico.
No
me importó ni su origen ni su oficio. Privilegio de viejo solo, pasé el día
domingo en Fantasilandia con un calor de mierda. Josselyn (o Rosa o como quiera
que se llame) estaba más feliz que perro con dos pichulas (perdonen el
exabrupto pero así estaba). De ahí nos fuimos por una parrillada (de esas con
prietas, ubres, chunchules, longanizas, papas cocidas y ensalada mixta) a un
clandestino en las cercanías del Club Hípico y luego, en taxi, a su casa -
asilo, allá en el casco antiguo de la ciudad.
Rosa
intuía que jamás volvería a verla. Al despedirse, sacó de su cuello un colgajo
con una imagen de Santa Nefija (patrona de las chicas que tratan de tú) y lo
pone suavemente en mi cogote. Se santigua y me da un beso en la frente. –
Gracias, dice. Que Dios te acompañe.
Entre
Tongoy y Los Vilos no solían suceder muchas cosas. Ahora sí. Mi problema ahora
es Florencia, ya que me esperaba el lunes y ya es jueves. ¿Se tragará eso de
que quede varado entre Tongoy y Los Vilos?
Veremos…
Exequiel Quintanilla