DRY MARTINI: EL REY
Para
millones de personas, la palabra cóctel se refiere a una bebida en particular y
mítica. Para ellos un cóctel es un Dry Martini. Y la hora del cóctel es la hora
del Martini. Clásico entre los clásicos, su nombre evoca lujo y sofisticación. Es
un aperitivo perfecto que pasa la cuenta
a sus “víctimas” tras beber el tercero.
Despierta veneración y fanatismo, estando sometido a continua discusión, tanto
en su origen como en la forma de prepararlo. Desde que se mezclaron por primera
vez la ginebra y el vermouth, de esto hace más de 160 años, empezó ya la
búsqueda... la búsqueda de un mejor Martini: El perfecto Martini.
Cuenta
la leyenda que en San Francisco, allá por el 1850 había muchas tabernas. La más
famosa de todas era la de Jerry Thomas, el primer gran barman de la historia.
Un día muy caluroso, un viajero cansado pidió a Jerry que le preparase algo que
le animase para el largo viaje que aún tenía por delante. Pensó un instante y
tomando una botella de ginebra y otra de vermouth mezcló ambos con bitter,
maraschino y hielo. Cuando el cliente se retiró, Jerry probó la mezcla y le
agradó. Pensó en ponerle el nombre del
cliente pero no lo sabía, sólo su lugar de destino le era conocido: Martínez,
una pequeña población al otro lado de la bahía de San Francisco. A medida que
ganó popularidad en el Este, Martínez se convirtió en Martini.
En
cuanto el Martini creció en popularidad, su paternidad fue objeto de disputa,
dando lugar a una segunda teoría: la versión de los ciudadanos de Martínez.
Allá por el 1880, en la época de los buscadores de oro, su ciudad era la
primera en importancia entre San Francisco y las minas del preciado metal. Una
noche sucedió que un minero queriendo celebrar su fortuna, acudió al salón de
Julio Richelieu, barman de origen francés llegado de Nueva Orleans, y dejando
encima de la barra una bolsa de cuero llena de pepitas de oro pidió champagne
para todos los que allí se encontraban. Como quiera que no había, el barman dijo
que tenía algo que era muchísimo mejor: un “Martínez especial”, para
ello mezcló ginebra con un poco de vino Sauternes, añadiéndole una aceituna. El
minero afortunado lo encontró fantástico y camino de San Francisco
por todas partes donde iba, pedía un “Martínez especial”.
Verdad
o leyenda, lo cierto es que la ciudad celebra anualmente un Festival Martínez
para conmemorar el nacimiento del Martini. El 11 de abril de 1992, un
entusiasta grupo de martinianos inauguró en el cruce de las calles Alhambra y
Masonic, un monolito con una placa de bronce para dar fe de su origen y
rememorar el hecho.
Más
orígenes. Los ingleses dicen, como no, que es una creación suya tomando el
nombre prestado del rifle Martini & Henry usado por el ejército británico
en el siglo XIX, caracterizado por su exactitud y retroceso.
De
Italia nos llega otra versión. Según la Casa Martini & Rossi, elaboradora
de los conocidos vermouths, esta bebida se llamó así porque se preparaba con su
vermouth y en gran cantidad.
Esta
y otras anécdotas las cuenta John Doxat en su mítico libro: “Stirreed, not
shaken” (“Removido, no agitado”). "La
controversia creada de si el Martini fue así llamado debido al nombre de una
ciudad, un rifle o un destilador, no será nunca aclarada. No tiene importancia.
Desde hace mucho tiempo esta controversia ha sido oscurecida por otra, la que
se inició desde el mismo momento que la bebida fue mezclada, decantada y probada: como debe prepararse un Martini"
Desde
el Martínez creado por Thomas, en que el vermut predominaba sobre la ginebra en
una proporción de 4 a 1 y en el que el vermut era el dulce y rojizo vino
italiano y la ginebra no era la seca London que hoy tenemos, sino la dulce Old
Tom...Y todavía más, para que fuera más suave se añadía un poco de Maraschino
y, para que no estuviese muy helado, dos trocitos de hielo.
¿Cómo,
con un inicio así, pudo sobrevivir el Martini? Clarividencia e inteligencia del
ser humano, así como un nombre único y mítico que abrió el camino a la búsqueda
de un nuevo y diferente tipo de Martini: el Dry Martini.
Ahí
se inicia la genialidad: Año 1910. Martini di Arma di Taggia, a la sazón barman
del hotel Knickerbocker de Nueva York, sirvió a John D. Rockefeller, prototipo
del magnate tacaño y desdeñoso, algo que era una combinación de London Dry Gin
y vermouth francés a partes iguales, rematado con un golpe de orange bitter,
todo ello servido en una copa de cristal que había sido enfriada previamente y
sobre la que exprimió una peladura de corteza de limón -un twist-, para rematar
el invento con una oliva verde ensartada en un palillo.
Rockefeller
quiere la leyenda que bautizase el cóctel como The Dry Martini, que felicitase
por vez primera al barman por haber conseguido un trago seco y aceptable y,
hasta se supone que dejó propina, cosa inaudita en el multimillonario como todo rico que se precie.
La
hermosa leyenda fue narrada, con todo, por un tal Luigi, entonces aprendiz de
barman a las órdenes del señor Martini y luego barman a su vez de diversos
hoteles, y no pasa de ser apócrifa. Según los estándares de hoy día, aquello no
sería un Dry Martini. Otros preferimos creer que el Martini lo inventó un tal
Martínez, camarero o cliente, vayan ustedes a saber, y que él fue el que dio
con la clave que ha quedado para la posteridad: un cóctel de gin en el que el
vermouth no es más que un perfume, una evocación, apenas nada… el recuerdo de
un amor perdido.
*Javier de las Muelas es un exitoso
empresario y está considerado como un referente en el mundo de los cócteles. Es
propietario y gestor de restaurantes y coctelerías en Barcelona, Madrid, San
Sebastián, Palma de Mallorca, Bali, Singapur, Tailandia, Rio de Janeiro, Boston
y Londres.