MI TIA ADELAIDA (II)
Mi
tía Adelaida me dejó agotado. Yo pensaba que era un profesional en esto de los
vinos y destilados, paro me percaté que comparándome con ella sólo era un
aficionado. –“Vine a Santiago a pasarla bien”, comentaba, y creo efectivamente
fue así. Tan cansado me tenía que el martes pasado salió sola. –“Quédate en
casa”, me dijo. -“Es mi última noche en Santiago y saldré de todas maneras”
Cuando
el reloj marcaba la medianoche, comencé a preocuparme. ¿Celular? ¡Nones!, ella
no tiene. Me di vueltas como un enajenado por el departamento sin saber qué
hacer. Los cargos de conciencia eran grandes. ¿Cómo le explicaría a mi primo Exe
que su madre salió a bartolear y nunca regresó?
Mi
cabeza daba vueltas y vueltas. En eso suena mi celular. ¡Al fin!, pensé. Por
fin a esta vieja de mierda se le ocurrió reportarse.
No
era ella y es el principio de esta historia.
-
¿Don Exequiel Quintanilla?
- Con el…- Soy el sargento Valdés de la 19ª Comisaría de Providencia. Tengo a mi lado una señora bastante mayor que dice que vive con usted.
- ¿Será la tía Adelaida?
- Bueno, ella dice que se llama Adelita.
-¿Le pasó algo?, dije medio asustado…
- A ella nada, pero trató de romper un cajero automático.
- ¿Cómo?
- Con pegándole combos a la pantalla, pero el cajero estaba fuera de servicio.
- ¿La van a dejar presa?
- Bueno, a decir verdad no. Pero necesitamos que la venga a buscar.
- ¡Bien le haría a la veterana quedarse un par de días en el calabozo!
- Es que llamamos a la teniente Jaraquemada
- ¿A Sofía?
- La dama nos pasó su tarjeta y cuando la llamamos confirmó que usted era su sobrino.
Martes…
amanecida de miércoles, lo único disponible era la Casa de Cena. Sin culpa ni
cargo de conciencia alguno por la cagadita que se mandó, le pidió al mozo un
par de empanadas de queso/camarón para iniciar su proceso gastronómico, el que
acompañó con dos pisco sour. –“Uno para la sed y otro para mí”, comentó
mientras le brillaban sus ojitos azules. Luego, una jarra de un litro de blanco
“de la casa” para un caldillo de mariscos. Yo, menos atrevido a esas horas de
la madrugada, me conformé con un lomo a la parrilla y arroz graneado.
¿Viste que eres un cartucho?
- ¿Por qué tía Adelita?- ¡No me digas tía!, vejete. Si no fuera por mí, estarías durmiendo. Ya tendremos tiempo para dormir cuando se nos acaben los días en esta tierra.
Salimos
a las cuatro de la mañana del boliche. Ella quería pagar pero se le quedó
trancada la tarjeta en el cajero que hizo mierda. A decir verdad, ahí se
acordó. ¿Qué hacemos, sobrino?
- Tía. A mí no me alcanza para pagar la cuenta.
-
¡No me digas tía!, bolsa de caca.- No me alcanza… Adelita.
- ¿Te tinca un perro muerto?
- ¿Cómo se te ocurre?
Adelaida…
Adelita se tragó un pedazo de pan y simuló ahogarse. “Ahg, ahg” balbuceaba. Se
acerca un mozo y le ordené: ¡Llama a una ambulancia, y rápido… la veterana se
nos va!.. El pobre, asustado, trató de comunicarse con el SAMU. Yo, arrastré a
la veterana hasta la puerta del restaurante e hice parar el primer taxi que
pasó por esa calle. Ella, desfalleciente, se deja caer en el asiento trasero
del taxi, lo que me obligó a sentarme al lado del chofer. -
¿Cómo se siente, tía?
Lanza
una carcajada inmensa y me dice: -
¿Lo hice bien, Exe?
Terminamos
la gran noche bebiendo en el depa un pisco Waqar que me había regalado la
Vivian Mosnaim, la mujer del dueño de la marca. –“¡Hace tiempo que no gozaba
tanto!, comenta. Y entre risas y lágrimas me dice que depositará en mi cuenta
del banco el monto que quedamos debiendo en la Casa de Cena. Ella partiría al
día siguiente a su natal Renaico.
El
viernes partí a pagar la cuenta del restaurante. El mozo que nos atendió me
sorprende cuando dice que está todo pagado. “Su tía canceló por adelantado”, me
cuenta. “La señora montó esta historia para hacer más entretenida su vida”,
finaliza.
Yo,
que pensaba aburrirme con la veterana, resultó ser una caja de Pandora. Y eso
que vive en Renaico. Si viviera en Santiago, ni duden que la “poto de pistola”
ya había encantado a media ciudad.
¡Esa
es mi tía, mierda!
Exequiel Quintanilla