MULATO
Da
la sensación que el Mulato ha existido desde siempre en Lastarria. Una
percepción errada ya que recién cumple cinco años de su apertura y aun con este
poco tiempo en escena, es uno de los locales más emblemáticos del barrio.
Cristián
Correa –su chef y propietario- tiene una larga y exitosa trayectoria: tras
estudiar Gastronomía en Inacap, comenzó su carrera junto a Guillermo Rodríguez,
en esos años chef ejecutivo del hotel Plaza San Francisco. Luego vinieron
trabajos España y Estados Unidos y regresó al país para convertirse en chef
ejecutivo del grupo “Comer y Beber” con sus restaurantes Agua y Mestizo. En el
año 2012 tuvo la oportunidad de independizarse y en abril de ese año abre
Mulato (en una casona patrimonial restaurada en la esquina de la Plaza Mulato
Gil y contigua al Museo de Artes Visuales), una apuesta por la cocina de
mercado, dada la proximidad del local con los grandes centros de abastecimiento
de la capital. Una cocina de autor con productos nobles, de origen, buscando
recetas y preparaciones con sabor y calidad a valores más que convenientes.
Trabajólico
y poco dado a la figuración (algo inédito en los chefs de renombre), vuelca
toda su pasión por la gastronomía en el Mulato y su pequeña fábrica de cerveza
– Quebrada- que tiene en Curacaví. Sus
menú de almuerzo (que ofrece los días laborales) es de los mejores en base a
precio / calidad de la capital; y los que van por la carta, pueden encontrar
originales preparaciones como sus clásicas empanaditas fritas de mechada y
queso de cabra (3 x $5.600), o sus siempre apetecidos erizos con huevo pochado
($7.100)
Siempre
sorprende ya que entran y salen platos de la carta de acuerdo a la
disponibilidad de los productos. El fin de semana pasado el “pescado del día”
era Lisa con porotos granados y chicharrones de jibia ($10.800), en una
preparación llena de calidad y sabor nacional, que compite mano a mano con un
sencillo pero sublime Mero con mango ($12.600), mezclas que sólo saben hacerlas
realidad los que conocen los productos a la perfección. A la hora de los postres,
el Cheesecake de queso de cabra ($4.600) es uno de los grandes must de este
lugar.
Correa
no compite con los restaurantes de sabores chilenos de “mantel largo” como el
Bristol, Te Glass o The Singular. Tampoco su cocina se parece a los
tradicionales Don Peyo, Del Beto o Ana María. Acá el giro va por una cocina de
mercado con acento en los conocimientos del chef y las pretensiones de sus
clientes. Una cocina “culta” que gusta, entretiene y queda en el recuerdo de
sus visitantes.
Convertirse
en un clásico a tan sólo cinco años de su apertura es todo un récord y a la vez
un desafío para seguir creando y aportando calidad a uno de los buenos barrios
gastronómicos de la capital. (Juantonio Eymin)