martes, 8 de agosto de 2017

EL REGRESO DE DON EXE


EL RESTO DE MI VIDA

“Te quedan siete años de vida”, me dice una estupenda rubia k (eso es decir Koleston…o sea rubia química)  que conocí el otro día durante el partido Chile- Alemania por la copa Confederaciones. Estábamos en La Chimenea y como ahora estoy de solterón, ya que a mi paquita la enviaron por un tiempo a Caracas para vigilar la Embajada, voy donde quiero y regreso a la hora del níspero a casa. A la rubia en cuestión no la conocía pero hicimos buenas migas. Limpió mis manos con crema antes de analizarlas. Ni a pesar de lo limpias y tersas que quedaron me regaló un minuto más los siete años.

-¿Te dedicas a esto?
- No, Exe. Me gusta ver y tocar tus manos, explicó mientras las acariciaba antes de comenzar a leerme las líneas.

Le dije que siete años era una eternidad. Yo, que vivo cada instante que pasa, cualquier día de estos voy a parar las chalas. Ella, encantadora, reía. Nadie le había explicado la vida de tal manera. Bebíamos ron y pedimos otro. Mi Nirvana estaba cerquita de ella y recién comenzaba el atardecer.

Regia ella. Con un vestido cortito y calzas de lana me pregunta dónde podríamos cenar. Le ofrecí los condumios que estaban cerca de mi depto, pero ella quería fiesta en el barrio alto. “Vamos donde el Minsu Bang”, me insinuó. Yo no tenía idea quien era el famoso Minsu y tampoco tenía ganas de salir de mi barrio. -“Yo te llevo y te traigo”, fueron sus acertadas palabras mágicas. Apagué mi celular –por las dudas- y partimos a celebrar el segundo lugar en la Copa.

Partieron bien estos siete años de vida que según ella me quedaban. Estacionó su 4x4 en los bajos del hotel Inter-Continental y luego me llevó a una especie de pirámide de vidrio.

¿Es tu papá?, le preguntaban las amigas que se encontró en el boliche. Yo, un poco tímido, miraba los rincones de un lugar algo oscuro, ideal para una conversación de a dos. También me percaté que la edad promedio de sus parroquianos era bastante inferior a la mía. ¡Con razón mi compañera de aventuras me dio siete años de vida! Sería como mucho seguir conquistando corazones cuarentones cuando con cueva me funciona una parte del cerebro a estas alturas de mi vida.

Pero había que gozarla, y partimos con un mojito con ron blanco. Habíamos bebido ese mismo licor toda la tarde y es dañino cambiar de alcohol. Teníamos hambre, así que el famoso Minsu nos recomendó unos Edadame, que son unos porotos de soya con su vaina, salteados al wok con sal gruesa. Ni nos percatamos cuándo el plato estaba vacío, ya que es una delicia compartirlo mientras se comienza una amena (y seductiva) charla. Luego, y siempre bebiendo mojito, ella pidió un Sashimi mixto, con una selección de los mejores cortes de pescado del día. En la mesa, la infaltable soya, que le otorga carácter a todo sashimi. “De ensueño todo esto”, me susurró al oído. Allí en las penumbras de una mesa ubicada en un discreto rincón dimos rienda suelta a nuestra glotonería. Como habíamos quedado con apetito (intestinal, no del otro… por el momento), acerté con pedir el Butayaki, una de las atracciones del lugar, ya que finas láminas de pierna de cerdo salteadas con zanahorias, repollo, cebollín en salsa picante Gachujang y crispys, todo ello sobre crujiente pan de campo, y con un picor de esos calentones, quedamos listos para pedir la última ronda de mojitos antes de regresar a la triste y dura realidad.

El postre fue como un trago amargo. De la noche a la mañana mis dotes de conquistador se transformaron en atributos de abuelito. El brownie de chocolate blanco con sopa inglesa me pareció antiguo. A decir verdad, había envejecido tras esta aventura.

Prendí mi celular y me encontré con catorce llamadas perdidas de mis hijos. Ahora, como estoy sin que nadie me vigile, ellos se encargan de joder la pita. ¿Y si les cuento que me encontré con una sobrinita que necesitaba consejos?

Era medianoche cuando pidió perdón por haberme secuestrado durante casi todo el día y me regaló un suave beso en la mejilla. Mareados como estábamos, pidió un Uber en su nombre para trasladarme a mi departamento céntrico. Al despedirnos sentí por última vez su aroma. Pensé que había llegado la primavera…

¡Hasta los viejos soñamos!

Exequiel Quintanilla