LAS FISCALIZACIONES
SANITARIAS
Por
diversas circunstancias este último tiempo he estado presente en varias
conversaciones de empresarios gastronómicos donde analizaban las normas
sanitarias existentes en el país y su aplicabilidad. Para muchos de ellos es un
tema de vital importancia para el éxito de sus negocios y agradecen la
rigurosidad con que las autoridades ven el tema. Les molesta –en parte- las
repetidas inspecciones, más aún en horas peak, pero creen que a la larga todas
las inversiones que han realizado con el fin de cuidar la salud de sus clientes
es un negocio para el futuro. Estos empresarios, todos dueños de restaurantes
de prestigio, tomaron ya hace bastante tiempo conciencia que la seguridad
alimentaria es de costo elevado, pero necesaria y útil.
Pero
el tema llega hasta ese nivel: la alta restauración. Por mucho que se diga o se
quiera traspasar la receta a otros establecimientos, la visión e historia es
otra. Muchos esperan las inspecciones para corregir uno que otro detalle que
encuentren y si los clausuran un par de días, poco les importa. Otros ni
siquiera se preocupan del tema. –“Nadie se ha intoxicado en años”, comentan y
siguen con su sistema de trazabilidad creado nadie sabe cuándo ni por quién.
“La ley en este caso les llega a los poderosos” cuentan otros y piensan que
limpiando cada cierto tiempo los cuchillos y su tabla multiuso con un trapo
lleno de hoyos y agua corriente nunca les pasará nada.
Mi
oficio, por ende mi trabajo, es comer. Algo envidiado por muchos pero el riesgo
es grande. Visito anualmente cerca de trescientos establecimientos de todo tipo,
por tanto sé de lo que escribo. Se ha avanzado una enormidad en este tema, pero
aun así he llegado a cadenas de fast food donde a pesar de sus grandes campañas
sanitarias (y publicitarias), aun la empleada que atiende la caja y entrega el
vuelto, carga las bandejas con papas fritas que ella misma mete en un
cucurucho, además de servir y tapar los vasitos de las bebidas con las mismas
manitas que dan el vuelto, todo ello a vista y paciencia del cliente. También
he llegado a céntricos restaurantes donde he tenido que devolver la carne por
estar “pasada”, y lógicamente pagar y partir. Más allá me encuentro con los
típicos vendedores de sopaipillas “una actividad autorizada por las
municipalidades”, me advierten, manipulando materia prima, friendo y trabajando
con monedas y billetes al mismo tiempo. A decir verdad, ya ni me atrevo a
entrar a algunos restaurantes de comida china… podría ser un suicidio.
¿Es
que el llamado “pueblo” o el común de los mortales pueden comer de todo y nunca
le pasa nada y la fiscalización sólo va dirigida a locales de alta gastronomía?
No quiero pensarlo pero pareciera que la cosa es así. Las autoridades me podrán
contradecir y justificar que sus acciones son equitativas para todos los establecimientos
de alimentación. No lo creo, pero me encantaría acompañarlos un día y llevarlos
a un mundo que no conocen ni esperan. Ese mundo que no está al oriente de
Santiago ni en los hoteles de categoría. Iríamos a darnos una vueltecita por el
centro, por la Estación Central, por Renca o por Recoleta (sólo por nombrar
algunas comunas). ¡Que ellos elijan! Se llevarán toda una sorpresa. Y la idea
no es que se ablanden con los grandes restaurantes, sino que los reglamentos
sean parejos para todos.
Y
para el lector común y corriente un consejo. Antes de consumir en un
restaurante, dese una vuelta por el baño del local. No falla nunca. Tal como
está el baño está la cocina.
Algún
día me lo agradecerá. (Juantonio Eymin)