MI PAVO NAVIDEÑO
Antes,
en la juventud de los “baby bommers” (los nacidos entre el 1946 y 1964), había
que ser amigo del panadero para que éste asara tu pavo navideño en uno de sus hornos.
Eran pavos gigantes que no cabían en la cocina familiar. No existía el pavo
trozado y la única fórmula para asarlo era en la panadería o descuartizarlo en
casa, para lo cual había que inyectarle una jeringa con al menos medio litro de
coñac ordinario para que diera jugo y sabor. Ese plumífero que aun extrañamos y
que siempre lo acompañábamos con papas duquesas y puré de manzanas.
Lo
preparé muchas veces en los años 90 ya que mi amigo panadero se cambió de
barrio. Sufría, ya que aparte del calor ambiental, la cocina hacía su aporte
adicional. Menos mal que ya existían las papas duquesas congeladas, así que la
tarea era más fácil. Mi receta era sencilla: “pintaba” el pavo (por fuera y por
dentro) con pimentón en polvo, aceite, sal y pimienta, le metía manzanas
cocidas y tocino molido por el traste. Le chorreaba jugo de naranjas por su
exterior y el pobre quedaba lleno de agujeros por donde le introducía el licor
de marras.
A las tres piscolas el pavo estaba listo y jugoso. ¿Puré de manzanas? Fácil
¡Colados de manzana para guaguas! (un dato que aun pocos utilizan y que es
insustituible). En esos tiempos, los regalos los entregaba el Viejito Pascuero
muy de madrugada así que los niños comían en paz y su apuro mayor era acostarse
temprano para tener los regalos a los pies de sus camas el día 25.
De
entrada, jamón serrano (sepa Moya el origen, ya que ni hablar de importaciones)
con melón calameño. De fondo, el pavo con sus tontas papitas duquesas y puré de
manzanas. De postre, cerezas y un pan de pascua lleno de fruta confitada y duro
como el acero. Ni soñar en esos años con los stollen alemanes ni el panettone
italiano.
Navidades
sencillas. Una botella de blanco y otra de tinto sin nombre ni apellido. Un
Viejo Pascuero madrugador al que los niños le dejaban un vaso de Coca Cola para
refrescarse y un buen trozo de pan de pascua para que éste se terminara pronto.
Un 24 sin Twitter, Facebook, Instagram, ni menos Whatsapp. Con suerte un
teléfono fijo que tampoco servía ya que las líneas estaban colapsadas.
Así
eran mis navidades. Nunca volverán. Se extrañan pero hay que adecuarse a los
tiempos. No somos un país de grandes tradiciones y el pavo navideño es una de
las pocas que mantenemos. Hoy el viejito pascuero pasa por nuestras casas más
rápido que el león de Tasmania y todos perdemos la ocasión de compartir una
cena en común.
Mañana
regresaremos a lo normal. Conectados con todos y desconectados de los nuestros.
(JAE)