UNA FUGAZ
HISTORIA ETÍLICA NACIONAL
¿Qué se bebía antes?
Esa fue la pregunta que motivó esta reflexión.
¿Antes de qué?, pregunté, dado
que el actual lector puede confundirse rápidamente ante una pregunta que quizá
nunca se la hizo, ya que muchos piensan que siempre se ha bebido de todo en
nuestro Chile.
Antes
del 60, ni idea, respondí, ya que mis primeros recuerdos se remontan a la época
en que Chile fue sede del Mundial de Fútbol del año 62. En esos entonces la
lista era larga, pero casi todo elaborado de forma artesanal, salvo dos o tres
ejemplos. Vino blanco y tinto (olvídese de las cepas, valles y otros demases,
ya que ello sólo se aprendió a inicios de los noventa). Aguardiente de Doñihue
y Chillán, coñac Tres Palos, anís del Mono, menta (frappé), pilsener (Malta, Bilz
y Pilsener, como debía ser en los trenes de la época), un símil de champagne
para las fiestas de Año Nuevo, y unas incipientes botellas de pisco Control de
30°, completaban el panorama alcohólico nacional en aquellos entonces.
Poco
a poco la industria local fue amononándose para entregar otras variedades. El
“fuerte” como le llamaban, creció de la mano de Licores Mitjans y de una
pequeña fábrica valdiviana bajo la marca Fehrenberg. En los bares sólo entraban
hombres (una ley no escrita pero absolutamente valedera), y lo más alcohólico
de las fiestas juveniles eran unas grandes poncheras con champagne (poquito),
mucha Ginger Ale y helado de piña.
El
pisco comenzó a ganar terreno en los años 70, cuando alguien descubrió que,
uniéndolo con Coca Cola, era un placer. Mucho antes de que el pisco sour fuera
aperitivo de moda (junto a la vaina, elaborada con un pésimo vino añejo
nacional, la piscola se convirtió en uno de los tragos más consumidos por los
chilenos, obvio que tras el vino.
El
gin también tuvo su época. Más que nada en los bares y discotecas en los años
setenta. Booth’s y elaborado bajo licencia por Mitjans, y gin con gin como
bandera para los más exquisitos de la época. Años que también conquistó
paladares el Martini, cuando descubrieron mezclarlo con pisco y creando el
pichuncho.
De
los 60 a los 70 fue una larga década. También el whisky comenzó a ser bebida de
las familias pudientes, esas que podían traerlo desde Mendoza o Buenos Aires.
Old Smuggler era su marca y muchos aún lo recuerdan como uno de los placeres
más grandes de sus vidas.
Pasados
los años 70 y con el dólar a $ 39 y una verdadera etapa de la “plata dulce”,
comenzaban a llegar al país las primeras importaciones de whisky, donde el
etiqueta roja era el súmmum. Un poco más de cuatro dólares la botella era el
precio en el comercio de esos tiempos. Miro para atrás y creo que nunca se
bebió más whisky que en esos años.
Aunque
no lo crean, el vino seguía igual: blanco y tinto. (A decir verdad, la
industria vitivinícola estaba en pañales aún). La Fundación Chile logro el año
1988 traer a dos expertos de la Universidad del Vino de Francia, Michel Mathieu
y Albert Golay, quienes dictarían el Primer Seminario de Catación de Vinos y
Pisco. La meta era “buscar las fórmulas precisas para que cada día se sepa más
como seleccionar y servir el vino”. Los asistentes, varios empresarios
vitivinícolas descubrieron ese año que aparte del cabernet sauvignon, existían
una gran variedad de cepas en el país.
Desde
los años 90 en adelante, se comenzaron a vivir las modas: creció la industria
vitivinícola a la par con el descenso de bebedores de vino per cápita. México
se puso de moda y el tequila apareció sonriente en Santiago, pero fue solo un
sueño fugaz. Se llenó el país de licores importados y el marketing se impuso a
la calidad del producto. Hoy la gama llega incluso a la venta de Absenta, por
años prohibida en muchos países del mundo.
Hoy
manda la variedad. El pisco sour (el nacional) ha bajado de su pedestal y ahí
apareció el espumante. Los tragos mixológicos tienen su target y la cerveza es
lo que más se consume en el país (80 lts. per cápita). En la actualidad, -creo
y pienso-, que se bebe menos, pero mejor calidad, y a pesar de la Ley
Tolerancia Cero, no ha disminuido la venta de alcohol. Eso merece un ¡salud!