martes, 25 de agosto de 2009

DESAFÍOS

LA PIZZA DE MIS SUEÑOS…
ESTA SEMANA: CLAUDIA PATIÑO, DESDE ISLA DE PASCUA…
PERDÓN… LA PIZZA DEL VIEJO EXE

Parece que al jefe le fue mal con su última invitada, o las comunicaciones son muy malas con la Isla de Pascua y por ende, Claudia Patiño, la chef que ahora vive allá y que había quedado de mandar su receta lo antes posible a su mail, aun no responde. Por ello, el mandamás me avisó a última hora que preparara la pizza de mis sueños para publicarla esta semana en Lobby.

La tarea no era fácil, ya que había leído las recetas anteriores publicadas y mis autorías culinarias nunca han sido dignas de recomendación alguna. Sin embargo, en espera de la pizza pascuense que mandará Claudita alguna de estas semanas y para pasar el bochorno del editor, decidí hacer una pizza, en la cocina de Mathy obvio, bajo su observación y jurisdicción.

Pasé por el supermercado y compre una masa de pizza, queso gauda, jamón del baratito, 50 gramos de salame, tres tomates, un tetra chico de salsa y una bolsita de orégano.

- ¡Serás bola de chancho!, me ladró cuando vio las compras. ¡Si vas a preparar una pizza en serio, ponte serio!, gritó. –Si tu jefe quiere una pizza buena, ¿Cómo le vas a mandar una receta tan ordinaria?

Seria el primer reto de la tarde. Antes que vinieran otros enfrentamientos le pedí, amablemente, que me acompañara a comprar los ingredientes que ella pensaba que eran necesarios. Definitivamente se transformaría en la pizza más cara de la historia de Chile, algo así como la Pizza del Bicentenario, ya que cuando a Mathy se le pone algo en la cabeza… no hay quien la saque de ahí.

Compramos cuatro variedades de pizza pre-elaborada. –No pretendo hornear masas, me explicó. Tomates y concentrados en lata de lo mismo; ocho variedades de queso de distintos orígenes (mis hijos van a estar felices cuando sepan que hice añicos su mesada); camarones de alto vuelo; prosciutto italiano y unas lenguas de machas más caras que caviar Beluga. Por si acaso –sólo por si acaso- comentó Mathy, agregó al carro unos tarritos de arenques alemanes; escargots franceses; anchoas españolas y un sobrecito de damascos orientales. Pilló, de sorpresa, un trozo de grana padano que puso tembleque mi billetera, y salimos del supermercado, ella ufana y yo, casi entregado.

Llegamos al departamento y ella se encargó de la mise en place. Regia se veía con su delantal de cocinero que hacía resaltar su madura y espléndida figura. Le ofrecí una copa de espumoso Flichman mientras yo me preparaba un Olivera (medio vaso de vodka, tres cubos de hielo, un shot de tónica y un chorrito de jugo de limón fresco). Y felices comenzamos a preparar la pizza de mis (o sus) sueños.

-¡Los tomates hay que pelarlos, ganso!, me gritó en algún momento. Yo, sin práctica en esos menesteres eliminaba gran parte de la pulpa la que iba a la basura… ¿Por qué tendría que hacer yo la tarea sucia de la pizza?

Mandamos al horno cuatro pizzas diferentes. Ocupamos, perdón, Mathy ocupó todos los ingredientes que adquirimos en el supermercado. Probamos y las degustamos todas. Las acompañamos con espumoso (champagne para los que aun no se resisten a perder la palabra). Ricas las cuatro. El queso fundido es realmente un placer que no tiene sustituto. ¿Los rellenos? Aire, mar y tierra. Solos o en conjunción. Sin embargo, una de las pizzas que llenó mi espíritu y mi goce fue la última, la de las sobras… Sobre una masa delgada Mathy puso tomate concentrado, le agregó cebolla caramelizada, mezcló todas variedades de queso que le sobraron (incluso el pobre gauda que le llevé al principio); puso en el microondas y por dos minutos un par de lonjas de prosciutto y dos pancetas envueltas en papel absorbente y luego, secas las tajadas, las trituró y la distribuyó en la pizza. Un par de minutos al horno y luego, al sacarla, encontró unos berros que tenía en el refrigerador. La comimos con fruición y la acompañamos con champagne o como quiera llamársele.

Buena combina. Sobre todo si era sábado y la noche larga… como me pasó.

Exequiel Quintanilla