LOS FUNDAMENTALISTAS DEL VINO
Odian el pisco sour. Lo detestan tanto como un martini o cualquier cóctel de aperitivo. Para ellos, champagne, espumoso o vino. Y no hay más. El oporto, si fuese chileno, no lo soportarían. Son los apóstoles del vino, los que no se abren a otras posibilidades, como si los chinos, indios, rusos y africanos (la mayor población mundial), fueran aborígenes que no saben nada de alcoholes y por su –supuesta- ignorancia, los dejan fuera de toda conversación.
Son los talibanes del vino. Para ellos es una religión. Sauvignon de aperitivo. Chardonnay para la entrada y pinot noir o cabernet para los fondos. Creen tanto en el vino que llegan a aplaudir los late harvest que se elaboran en el país. A lo más un coñac de bajativo. Un destilado preparado con uvas, como si muchos otros licores no lo fueran.
Y como está de moda, el vino vende. No solo botellas sino revistas y libros. Sus autores son capaces de levantarse a las siete de la madrugada para comenzar a catar, luego de sus enjuagues con Colgate, a las nueve de la mañana. “No hay nada como catar temprano”, cuentan, con la boca entintada como si hubiesen comido maqui un verano en el campo.
No entienden cuando los terrestres comentamos que el vino sólo sirve para acompañar las comidas. Alegan que el pisco sour es una aberración y que mata las papilas gustativas; que sólo se debe beber espumosos o champagne antes de comer. En fin. Su norte es uno. El vino. Para ello viven
Y eso que con suerte llevamos un poco más de veinte años de historia (decente) vinícola en el país. Y hablamos de malbec, pinot noir, viognier y gewürztraminer como si hubiésemos nacido con un racimo en las manos. Lloramos cuando una lluvia veraniega cae sobre nuestros viñedos cuando a los franceses, líderes en esto, les llueve, graniza y nieva en sus terrenos y ni siquiera se alteran. Buscamos un Grand Cru, puntos y medallas en el exterior y participamos de cuanto concurso que se encuentra en el calendario mundial de eventos.
Todo un mundo.
Snobs para más encima. Las viñas luchan por tener un vino icono a sabiendas que el comercial es el que se vende. Y los busquillas escritores del vino van tras ellos mientras despliegan toda su artillería para demostrar que acá, en Chile, se elaboran los mejores vinos del mundo.
Y nos convertimos en unos pequeños soberbios.
¡Dios nos guarde!