BASÍLICO
Afianza su propuesta
La apuesta del Basílico, en Nueva Costanera, avenida de grandes restaurantes y atrevidos precios, está entrando en su madurez. Nació cercano al terremoto que asoló a nuestro país a principios de año y ha tenido que competir con una oferta descarnada en calidad y a la vez poco contemplativa al ingreso de nuevas propuestas gastronómicas. Allí, en Nueva Costanera y sus calles aledañas se encuentran los mejores restaurantes de la ciudad y de la nada aparece el Basílico, para luchar codo a codo con los grandes de la gastronomía chilena.
Y era arriesgado ya que sus propietarios, aparte de comer bien, poco conocían el negocio. Carolina Suárez, propietaria de una galería de arte y Nicolás Ortiz, su hijo y director de televisión, vieron que detrás de la gastronomía podría haber un negocio interesante. Recuerdo la primera vez que fui a su restaurante cuando aun los temblores post terremoto eran pan de cada día. En pañales aun, las materias primas eran escasas y las repetían en las entradas y los fondos. Era, por así decirlo, una especie de comedor alternativo a la casa.
Pero con el tiempo la figura ha cambiado. Hoy, con patente de alcoholes y un bagaje en el cuerpo, son capaces de ofrecer una gama de productos salidos de una cocina donde brillan Leonardo de la Iglesia, su chef, y Carolina Gatica, la repostera. Del bar salen tragos de fantasía que desgraciadamente no son del gusto de todos. Pero a la sombra de un buen sauvignon blanc Veramonte Reserva 2009, entramos en las intimidades de una cocina que sin ser brillante, gusta y entretiene.
De aperitivo y para compartir, una tabla con tiras de entraña servida con una salsa de queso azul y pan de campo. Rica pero poco creativa. Luego, y ya en tierra derecha, un gravlax de salmón con papines peruanos, alcaparras mediterráneas y hojas verdes. Una preparación que si bien pudo ser brillante no destacó ya que el salmón no estaba lo suficiente bien marinado para la ocasión.
Sin embargo los fondos me entretuvieron. De mar destaco un congrio a la plancha con un ragout de lentejas rojas y vegetales salteados al sésamo y jengibre que bien merece una pronta visita al local. Todo en su punto y bien cocinado. Aquí el chef muestra su lado más positivo, tanto como un costillar de cerdo ahumado con chuchoca. (Ojo, el cerdo viene rojo, como si estuviese crudo, pero es efecto de los nitritos que ocupa el proveedor para mantenerlo de ese color. Parece crudo, pero no lo está.)
De postre, una genial baba au rhum (nuestro popular borrachito) de buena calidad, además de un sorbete de maracuyá y un fraisier, un clásico francés de siempre. Es posible que acá tengamos una repostera de alto nivel. Ya me sorprendió en mi primera visita y en esta segunda vuelta no me decepcionó. Y eso es harto que decir.
En resumen, el Basílico se está haciendo su espacio en Nueva Costanera. A precios similares a sus congéneres tiene una oferta corta pero significativa. El lugar es precioso y cuenta con una gran terraza digna de la temporada primavera – verano. Si no fueran tan, tan creativos en los cócteles y ofrecieran los normales, es posible que se llenen en estas tardes – noches que se avecinan. El barrio necesita un lugar como este, pero hay que tener mucho cuidado con los precios. No hay que ajustarlos hacia arriba. La gracia está en que el Basílico sea un lugar alternativo. Y por ahí hay que buscar. (Juantonio Eymin)
Basílico: Nueva Costanera 3832, Vitacura, fono 228 9084
Afianza su propuesta
La apuesta del Basílico, en Nueva Costanera, avenida de grandes restaurantes y atrevidos precios, está entrando en su madurez. Nació cercano al terremoto que asoló a nuestro país a principios de año y ha tenido que competir con una oferta descarnada en calidad y a la vez poco contemplativa al ingreso de nuevas propuestas gastronómicas. Allí, en Nueva Costanera y sus calles aledañas se encuentran los mejores restaurantes de la ciudad y de la nada aparece el Basílico, para luchar codo a codo con los grandes de la gastronomía chilena.
Y era arriesgado ya que sus propietarios, aparte de comer bien, poco conocían el negocio. Carolina Suárez, propietaria de una galería de arte y Nicolás Ortiz, su hijo y director de televisión, vieron que detrás de la gastronomía podría haber un negocio interesante. Recuerdo la primera vez que fui a su restaurante cuando aun los temblores post terremoto eran pan de cada día. En pañales aun, las materias primas eran escasas y las repetían en las entradas y los fondos. Era, por así decirlo, una especie de comedor alternativo a la casa.
Pero con el tiempo la figura ha cambiado. Hoy, con patente de alcoholes y un bagaje en el cuerpo, son capaces de ofrecer una gama de productos salidos de una cocina donde brillan Leonardo de la Iglesia, su chef, y Carolina Gatica, la repostera. Del bar salen tragos de fantasía que desgraciadamente no son del gusto de todos. Pero a la sombra de un buen sauvignon blanc Veramonte Reserva 2009, entramos en las intimidades de una cocina que sin ser brillante, gusta y entretiene.
De aperitivo y para compartir, una tabla con tiras de entraña servida con una salsa de queso azul y pan de campo. Rica pero poco creativa. Luego, y ya en tierra derecha, un gravlax de salmón con papines peruanos, alcaparras mediterráneas y hojas verdes. Una preparación que si bien pudo ser brillante no destacó ya que el salmón no estaba lo suficiente bien marinado para la ocasión.
Sin embargo los fondos me entretuvieron. De mar destaco un congrio a la plancha con un ragout de lentejas rojas y vegetales salteados al sésamo y jengibre que bien merece una pronta visita al local. Todo en su punto y bien cocinado. Aquí el chef muestra su lado más positivo, tanto como un costillar de cerdo ahumado con chuchoca. (Ojo, el cerdo viene rojo, como si estuviese crudo, pero es efecto de los nitritos que ocupa el proveedor para mantenerlo de ese color. Parece crudo, pero no lo está.)
De postre, una genial baba au rhum (nuestro popular borrachito) de buena calidad, además de un sorbete de maracuyá y un fraisier, un clásico francés de siempre. Es posible que acá tengamos una repostera de alto nivel. Ya me sorprendió en mi primera visita y en esta segunda vuelta no me decepcionó. Y eso es harto que decir.
En resumen, el Basílico se está haciendo su espacio en Nueva Costanera. A precios similares a sus congéneres tiene una oferta corta pero significativa. El lugar es precioso y cuenta con una gran terraza digna de la temporada primavera – verano. Si no fueran tan, tan creativos en los cócteles y ofrecieran los normales, es posible que se llenen en estas tardes – noches que se avecinan. El barrio necesita un lugar como este, pero hay que tener mucho cuidado con los precios. No hay que ajustarlos hacia arriba. La gracia está en que el Basílico sea un lugar alternativo. Y por ahí hay que buscar. (Juantonio Eymin)
Basílico: Nueva Costanera 3832, Vitacura, fono 228 9084