LANDÓ
Una vieja casona, de esas de gruesas paredes y grandes espacios, alberga desde hace unos meses al restaurante Landó, un sueño de tres profesionales de distintas nacionalidades (peruano, mexicano y chileno) que se unieron para concretar esta aventura gastronómica que los tiene bastante contentos por los resultados que han logrado en este período.
A pesar de que es fácil decir que la cocina peruana es similar en todas partes, hay siempre un algo que diferencia: la calidad del producto. Ahí esta parte del misterio que rodea la cocina. A buen producto y buena elaboración, buen resultado. Por ello entretiene venir al Landó. El lugar, con su comedor pintado de rojo furioso, algo común en los negocios peruanos, ofrece una carta con lo más tradicional de esta cocina. Piqueos, cebiches, causas, jaleas, cebiches, ají de gallina, seco de cordero, tacu tacu y todo lo imaginable. También trabajan (y muy bien) la cocina nikkei y las pastas, como unos logrados ravioles rellenos con ají de gallina o con camarones. Gusta también que tengan algunos platos chinos, como el arroz chaufa especial, un salteado de gran factura y un par de tacos y tequeños (si, esos mexicanos) rellenos con lomo saltado. ¿Fusión? Si, y entretiene.
Los postres, los tradicionales del Perú y que ya son preferidos por los nacionales (y casi adoptados): crema volteada, pie de maracuyá y suspiro de limeña entre otros.
A favor: una gran cocina a la vista pulcra y que se trabaja a la minuta. Hay que darse el tiempo necesario para almorzar o cenar ya que cada plato es trabajado en el momento. Un cocinero peruano, Ramses Carril, que se las sabe todas o casi todas ya que viene de los restaurantes El templo del Inka y Astrid y Gastón. Un segundo piso destinado a fumadores y una buena carta de vinos que se sugieren con cada plato y de cervezas nacionales e importadas. Valores atractivos con un promedio de doce mil pesos por persona. Un estacionamiento privado que le da un plus, y un buen servicio de sala.
En contra: La lentitud de trabajar a la minuta lo que a veces puede alterar el ánimo de los clientes y las copas usadas para servir el pisco sour, que no corresponden a un restaurante de este nivel. Y en los cebiches, un cierto uso excesivo de cebolla morada, cosa que no altera para nada lo sabores. ¿El resto? Sólo gozar de una buena comida en un restaurante que sin ser de mantel largo tiene méritos de sobra para integrar el circuito de los buenos lugares peruanos en Santiago.
Un buen descubrimiento (Juantonio Eymin)
Una vieja casona, de esas de gruesas paredes y grandes espacios, alberga desde hace unos meses al restaurante Landó, un sueño de tres profesionales de distintas nacionalidades (peruano, mexicano y chileno) que se unieron para concretar esta aventura gastronómica que los tiene bastante contentos por los resultados que han logrado en este período.
A pesar de que es fácil decir que la cocina peruana es similar en todas partes, hay siempre un algo que diferencia: la calidad del producto. Ahí esta parte del misterio que rodea la cocina. A buen producto y buena elaboración, buen resultado. Por ello entretiene venir al Landó. El lugar, con su comedor pintado de rojo furioso, algo común en los negocios peruanos, ofrece una carta con lo más tradicional de esta cocina. Piqueos, cebiches, causas, jaleas, cebiches, ají de gallina, seco de cordero, tacu tacu y todo lo imaginable. También trabajan (y muy bien) la cocina nikkei y las pastas, como unos logrados ravioles rellenos con ají de gallina o con camarones. Gusta también que tengan algunos platos chinos, como el arroz chaufa especial, un salteado de gran factura y un par de tacos y tequeños (si, esos mexicanos) rellenos con lomo saltado. ¿Fusión? Si, y entretiene.
Los postres, los tradicionales del Perú y que ya son preferidos por los nacionales (y casi adoptados): crema volteada, pie de maracuyá y suspiro de limeña entre otros.
A favor: una gran cocina a la vista pulcra y que se trabaja a la minuta. Hay que darse el tiempo necesario para almorzar o cenar ya que cada plato es trabajado en el momento. Un cocinero peruano, Ramses Carril, que se las sabe todas o casi todas ya que viene de los restaurantes El templo del Inka y Astrid y Gastón. Un segundo piso destinado a fumadores y una buena carta de vinos que se sugieren con cada plato y de cervezas nacionales e importadas. Valores atractivos con un promedio de doce mil pesos por persona. Un estacionamiento privado que le da un plus, y un buen servicio de sala.
En contra: La lentitud de trabajar a la minuta lo que a veces puede alterar el ánimo de los clientes y las copas usadas para servir el pisco sour, que no corresponden a un restaurante de este nivel. Y en los cebiches, un cierto uso excesivo de cebolla morada, cosa que no altera para nada lo sabores. ¿El resto? Sólo gozar de una buena comida en un restaurante que sin ser de mantel largo tiene méritos de sobra para integrar el circuito de los buenos lugares peruanos en Santiago.
Un buen descubrimiento (Juantonio Eymin)
Landó: José Manuel Infante 1020, Providencia, fono 209 2327