Mis lectores deben saber que la depresión es producida por factores externos que influyen en el cerebro humano. Ayer amanecí mal y me sentí más longevo que nunca. Tanto, que casi no escribo esta columna (para beneplácito de algunos). Sin embargo, aquí me tienen, contándoles parte de mis avatares gastronómicos… y de los otros.
No soy un retrogrado y eso lo deben saber todos. Amo las chicas que saben vestirse y acicalarse. Muchas veces he alabado incluso un pequeño diamantito incrustado en la nariz (siempre y cuando sea un diamante y no un pedazo de vidrio) o un sensual tatuaje en la nuca. Pero cuando conocí a Tattoo (me imagino que era su apodo), todo cambió en mí.
Son cachos que me manda mi tía Adelaida. Ella imagina que a mi edad ya no me atrae nada más que un pernil al horno o los riñones al Jerez que preparan en Las Lanzas. Por eso decidió llamar y pedirme que cobijara en mi departamento durante dos días a Tattoo, una chica provinciana, hija de la amiga de una parienta, que venía a matricularse a la Universidad. Como sabrán y comprenderán, no me agrada tener compañía en mi departamento y menos de gente que no ubico, pero con el fin de agradarla, aprobé su petición.
Menos mal que la petisa conocía Santiago y un día de la semana pasada golpeó la puerta de mi departamento. Era una morenita muy mona y jovial. Antes que me dijera nada, le leí las instrucciones.
Linda: Uno) Yo no soy tu tío, así que me dirás Exe. Dos) No tienes permiso para salir de noche. Tres) Vas a cocinar estos días. Si te falta algo, vas y lo compras. Cuatro) Los habanos y las botellas de trago son mías. Si quieres beber, cómpralo tú. Cinco) Ni se te ocurra encontrar feo el gato dorado que tengo en la entrada del departamento.
- ¿Algo más Exe?
- Por ciento. Si quieres escuchar música electrónica, ocupa tus audífonos.
- ¿Puedo darme una ducha? En realidad vengo cansadísima y quiero relajarme.
- Mira Tattoo, mientras sigas los consejos, siéntete en tu casa. A propósito, ¿qué vienes a estudiar?
- Periodismo, Exe.
Lancé una carcajada de esas que hacía años no me permitía.
- ¿Periodismo? ¿Para qué?
- Ha sido mi ilusión toda mi vida.
- ¿Y sabrías qué hacer una vez titulada?
- Aun no, Exe, pero me gustaría trabajar en la tele.
No estaba nada de mala la enanita. Era bajita pero todo lo tenía muy bien puesto. La deje divagar con su periodismo ya que no era de mi incumbencia. Pobre guacha, pensé, otra que se pierde en esta puta profesión.
Tanta lástima me dio que pensé invitarla a cenar. Debí haberme arrepentido.
Parte de su espalda se veía cuando salió del baño. En un principio no identifique nada pero luego me percaté que toda su retaguardia estaba llena de tatuajes. También los divisé en sus pantorrillas y parte de los brazos. Era, por así decirlo, un cuaderno de dibujo andante. Cuando regresó, después de vestirse, nada de ello se veía. Tattoo tatuaba su cuerpo sólo para ella… o quien la viera en pelotas.
- ¿Cuántos años tienes?
- El 3 de abril cumplo los 18.
- ¿Y tu mamá te deja hacerte esos tatuajes?
- Ella me lleva, contestó. Mi mamá es joven aun, tiene 36.
Uff, razoné. Si la mamá tiene 36 debe estar para partirla con la uña. La pendeja no estaba nada de mal, pero sólo tenía 17 añitos y eso en Chile significa cárcel. Me acerqué al gato dorado y le miré los ojos. Él movía su pata de arriba hacia abajo y su cara sonreía. Por primera vez no le creí, así que lo di vuelta y lo dejé mirando la muralla. ¡Esto no es suerte, gato de mierda. Es pura mala cueva!
- Nos llegaron ranitas don Exe, me cuenta el mozo de Las Lanzas apenas nos asomamos por el condumio. ¿Las prefiere con ensalada o puré picante? Y su nieta ¿que va a comer?
- Si fuera mi nieta comería ranitas, le respondí ofuscado, es la hija de una amiga.
Una pechuga de pollo con dos porciones de papas fritas y harto ketchup fue su pedido. Yo acompañé mis ranitas con un grueso tinto y ella pidió un jugo de frutillas. Tras la ingesta, solicité un fernet con menta y ella un barquillo con helado de vainilla. Definitivamente, varias generaciones nos separaban.
Dormía plácidamente (cada uno en su habitación), cuando siento que se acerca una figura angelical. Tatoo prende la luz de mi dormitorio y dice que le duele el estómago.
- ¿Fuiste al baño, nenita?
- Cuatro veces Exe. Pero nada de nada. ¿Tienes algo para mi dolor de guatita?
Aparte de sal de fruta, omeprazol y bicarbonato, no tenía nada más en el botiquín. Nada de eso le haría bien a esa hora.
- ¡Tengo frío, Exe!
- ¿Qué puedo hacer por ti?
- ¿Y si sobas mi barriguita?
¡Ahí estaba la sonrisa del gato de mierda! De pronto recordé que mi tía Adelaida había olvidado en mi departamento un guatero y lo busqué en el closet. Calenté agua y le preparé un té con hojitas de naranjo… al menos algo, pensé. Luego, llené el guatero con agua hirviendo y tras envolverlo en una toalla se lo llevé a su habitación. – “Gracias Exe, dice. ¿Sobarías mi guatita?
Amanecí enrabiado. Me miré al espejo y me sentí viejo. La lolita estaba como para rendirle culto pero la conciencia me ganó. El ángel bueno le propinó una paliza al ángel malo… Y aquí me tienen, con depre y aburrido. Tattoo se matriculó en la U y regresó a sus tierras. Yo, mientras, metido en Internerd, buscando sitios que hagan tatuajes a veteranos de la tercera edad. Me gustaría tatuarme un jote en la espalda, de esos que dan vueltas y vueltas esperando a su víctima. Algo parecido a mí.
Exequiel Quintanilla