POR UN PELO
-Exe, ¿Qué hace un par de pelos rubios y largos
en tu chaqueta?
Quedé patidifuso con la pregunta. No era la
primera vez que me encontraban pelos ajenos en mi ropa. Antes, en mis años
mozos, encontraron incluso algunas boletas comprometedoras. Pero ahora, a mi
edad, ¿Qué rubia me daría bola y para qué?
Ahí me acordé que uno de mis hijos me había
invitado a tomarme un trago al Patio Bellavista y que me presentó un par de sus
amigas. Una, bella, rubia natural y de pelo largo me abrazó con ganas y parece
que estaba pelechando. Pero fue sólo eso. Como mi paquita no lo creería,
continué con la versión del Metro. Mal que mal, no tenía ni siquiera cargo de
conciencia.
- Para la próxima, escobilla tus ropas,
amenazó.
No hay caso con ella. Tiene buen genio, pero
cuando se siente amenazada es un vendaval. Recuerdo a mi tía, moderna para
aquellas épocas, fallecida ya y espero que esté que en el cielo, me daba
consejos cuando yo aún era un mozuelo: cásate con una mujer que sea alegre, me
repetía una y otra vez. El poto y las pechugas se caen… el buen humor siempre
se mantiene.
¡Grande tía Adelaida! Tenías toda la razón.
Caros me costaron los pelos de la rubia. Mi
paquita tenía hambre y me pidió que la llevara al Patio Bellavista. –“En una de
esas te perdono”, comentó graciosamente. Yo, nervioso ya que podía encontrar a
la rubia de mis pesares, acepté a contrapelo. “Voy y vuelvo, guachón” me dice,
ya que debía ir a la comisaría a cambiarse de ropa y dejar su motoneta verde.
Al rato aparece, de civil, con unos jeans de infarto, una blusa y una suave
casaca de piel, ya que las noches comenzaban a enfriarse en la capital.

A falta de pan, buenas son las tortas y
comenzamos a mirar la carta para cambiar de opinión. Sofía, que no quería
engordar, se inclinó por una ensalada Cesar Imperial (5.850), con trozos de
ave, queso parmesano, tocino, crutones, aceitunas negras, lechuga con dressing
de mayonesa, anchoas y alcaparras, que le llegó en un inmenso bol. Yo, más
cargado a la proteína, me decidí por una Médula de res con su carne guisada y
gajos de papas fritas en su piel (7.200),
un plato que fue alabado por la prensa gastronómica. Para empujar, un carignan
del Maule, recia cepa para alivianar un poco mi plato de médula.

Hasta ese momento todo era miel sobre
hojuelas. Como toda mujer que se precie, Sofía partió al baño -“a pintarme los
labios”, según ella. Yo, mientras, bebía el último resto del carignan, que
estaba de masticarlo. No sé si pasaron segundos o minutos, pero algo me hizo
mirar hacia la puerta del Le Fournil justo en los momentos que entraba Mathy
con su hija. Escalofríos y sudor frío recorrió mi cuerpo. Mathy, ya en los
titantos, estaba realmente buenamoza. Suerte la mía ya que bajaron al
subterráneo al mismo tiempo que Sofía salía del baño.
-¿Qué hacemos ahora, Exe?
No lo había pensado ya que en esos momentos lo
único que deseaba era salir apretando raja del boliche. Sofía se extrañó ya que
no la dejé sentarse y rápidamente le ayudé a ponerse su casaca de piel. –
Vamos, le dije, necesito con urgencia fumarme un pucho… ¡esto de la ley del tabaco
me tiene hasta la coronilla!
¡Me salvó un puchito!, pensé. También ayudó el
celular de Sofía ya que la llamaron urgente de la comisaría para un
procedimiento de última hora. Tan rápido que en menos de tres minutos estábamos
arriba de un radiopatrullas con destino a la unidad donde trabaja. Y, como los
pacos querían caerle en buena, me propusieron ir a dejarme a casa apenas ella
se bajara, allí en Los Guindos.
Acá estoy. Con un whisky doble en mis manos y
un partagás en el cenicero. ¿Mathy en Santiago? ¿Será hora de sentar cabeza y
dejarme de fantasear con chicas que les gusta más el Lolapalooza que el
Municipal? ¿Será hora de asumir que no me queda bien lo de Peter Pan y dejar en
paz a las chicas sub 35?
Mañana mismo le pongo
pilas al gato chino para que me inspire.
Exequiel
Quintanilla