Cuando el otoño de la vida comienza a palparse
en un caminar más lento; cuando ya es más importante saber qué medicamentos son
eficaces para enfrentar los males y los dolores matinales; cuando las minas,
pibas o chicas comienzan a ralear tanto como los pelos de la cabeza y las pocas
neuronas que se mantienen vigentes, es hora de armar un Club de Veteranos en
Retiro

Diez integrantes tiene nuestro Círculo y
ocupamos dos mesas para reunirnos. En una, los que aun gustan del fútbol y
disfrutan comentando lo que vieron el fin de semana. En la otra estamos los
menos deportistas y nuestra principal actividad es el pelambre. En esta mesa está
Héctor, un viejo periodista que hoy recorre las calles de Santiago con un
carrito que acarrea un pequeño estanque de oxígeno. Se saca de vez en cuando la
mascarilla ya sea para comer, beber y darse una pitada de cigarrillo. Es
liviano de sangre y bueno para los chistes. Bueno ahora se ha especializado en
cuentos cortos, ya que le fallan los sopladores cuando está sin mascarilla.
Otro que no falta nunca es Octavio, un viejo
cocinero que trabajó en lugares exóticos. Él es el encargado de ponerle la nota
sensual a las tertulias, con sus historias de islas caribeñas y mulatas.
Incluso, tras pedir dos rusos negros, cuenta sus avatares amorosos en las
gélidas tierras tras la ex cortina de hierro.
El tercero es Roberto. Un obeso mórbido que
ofició de médico cardiovascular hasta que le vino su tercer infarto. Ahí
jubiló. Él, con su santa paciencia y conocimientos, nos deriva a los fármacos
antes de consultar al matasanos. Casi sordo, ama la carne asada y los perniles
de chancho. “Coman sesos”, se atreve a recomendarnos. “Es la única forma de
crear neuronas nuevas”, ríe, a sabiendas que nadie le hará caso.

El quinto soy yo. “Peter Pan” me dicen.
Veterano de mil batallas aunque la decadencia y el aburrimiento me hicieron
ingresar a este club de la cuarta edad. El problema es que aún me gustan las
chicas aunque cada día mi agenda está más pequeña, aunque aún guardo fotos que
les muestro a los viejos de mis correrías por el mundo.
Los vejetes de la mesa del fútbol es una
historia diferente que algún día les contaré.
El lunes pasado hacía calor en Santiago y
estábamos dándole el bajo a una gran jarra de borgoña cuando comenzó esta
historia. El loco Efraín, el del Absenta, de repente se quedó mirando con los
ojos fijos y fuera de órbita una servilleta de papel y luego cae
estrepitosamente hacia un costado. Roberto, el matasanos, le toma el pulso y
comenta…
- ¡Si no lo llevamos al hospital, este huevón
se nos muere!
¡Imagínense la batahola que se armó en Las
Lanzas! Muchos clientes pagaron sus cuentas y se retiraron. Otros se fueron sin
pagar. Don Manuel, el regente del lugar estaba alterado: ¡Les juro que hoy se
acabó su puto club!, fue lo más simpático que nos dijo. Suerte la de Efraín ya
que justo estaba pasando por el frente del lugar una ambulancia de una clínica
siquiátrica. El gordo Roberto se puso al medio de la calle y no la deja
avanzar. ¡Soy médico!, grito. ¡Necesito urgente esta ambulancia!
Subimos a pulso a Efraín al vehículo de
rescate y nos apretujamos todos en su interior (con tanque de oxígeno y todo).
El chofer pedía a gritos que nos bajáramos de su máquina y el doctor le pone
delante de sus ojos un antiguo salvoconducto que se había conseguido en la
época del toque de queda. ¡Parte al hospital rápido huevón, le dice al chofer,
después arreglamos!
Lo dejamos en la puerta del nosocomio y
decidimos esperar allí por los resultados de la salud de nuestro amigo. El
doctor jubilado, aun con sus influencias, se consiguió una salita de espera
donde nos pusimos a jugar brisca con unos naipes que nos habíamos robado de Las
Lanzas, cuando el amo del lugar nos conminó a retirarnos. Octavio, buen
cocinero y ladrón, se apropió en el mismo lugar de una botella de ron barato,
así que con las Coca Cola de la máquina expendedora, solucionamos el problema
de la larga noche que se nos venía por delante.
Al rato nos importunaron los pacos de guardia
en el hospital. Querían conocer detalles de la víctima y la ocasión del suceso.
¿Alguno de ustedes maneja? Preguntó inquisitivamente uno de los uniformados
pensando quizá en la ley talibana que rige ahora nuestras calles y carreteras. ¡Ninguno!,
respondimos al unísono. ¡Nadie nos quiere dar licencia de conducir!
A las cuatro de la mañana había ganado dos
casas, tres departamentos y siete millones en efectivo jugando brisca con
apuestas imaginarias. También había perdido a la Mathy, mi gato chino y una
botella de Tatay de San Cristóbal que tenía guardada. A esa hora aparece una
doctora que tras la nebulosa del ron la encontré apetecible y rica. Estaba a
punto de desplegar mis dotes donjuanescas que acarreo en mi ADN, cuando ella me
ordena silencio y nos comenta que Efraín sufrió una crisis diabética y que ya
estaba estable.
- No directamente, le respondí. Nosotros somos su familia desde que lo echaron de su casa.
- ¿Pero?, mujer, hijos, nietos… ¿alguien que lleve su sangre al menos?
- ¡Nadie, colega! Gritó el doctor. Nosotros somos su familia y nos encargaremos de él.
- Está bien. Entonces, ¿quién paga la cuenta?
Nos miramos a los ojos y decidimos llamar a la
bruja de su suegra. Mal que mal, él la confundió y la veterana debería estar
feliz. Hicimos cachipún y fui el elegido para hablar con la vieja.
- ¿Señora Agustina?
- ¿Quién se atreve a despertarme a esta hora?- Soy Exequiel, señora Agustina.
- ¿Y quién eres?
- Soy amigo de Efraín y él está en el hospital. Acá requieren de su presencia ya que necesitan hacerle el Test de Elisa urgente para saber si usted está contagiada.
- ¿Contagiada de qué?
- Sida, señora. Más vale la pena que venga de inmediato para descartar sospechas.
- ¿Sida? ¿A mi edad?
- ¡Es que Efraín me contó sus aventuras!
- Llegaré a las siete de la mañana. Gracias por avisarme.
La doctora miraba incrédula y muerta de la
risa mientras yo conversaba con la abuela de Tutankamón. Tras colgar le comenté
que ella firmaría todos los cargos de Efraín. La verdad era que a la veterana
siempre le había gustado el marido de su hija, pero por razones familiares lo
acusaron a la justicia.
- Mañana tendrá la firma que necesita,
doctorcita.
- No me digas doctorcita, dime Raquel.- ¿Te puedo llamar uno de estos días, Raquel?
- Cuando quieras Exequiel.
- No me digas Exequiel, dime Exe.
- Como quieras Exe. Me tinca que lo pasaremos bien…
Amanecía cuando llegué a mi departamento. Me
saqué los zapatos y dormí vestido. Sonreí antes de quedarme dormido ya que el Círculo
de Veteranos (r) permanecería indemne.
La próxima sesión la haremos en el mini departamento de Efraín. Definitivamente
queremos que sepa que no está solo. Por lo menos, en este club, entre viejos
nos entendemos.
Exequiel
Quintanilla