miércoles, 19 de enero de 2011

LA NOTA DE LA SEMANA

SOMOS LO QUE COMEMOS

Hace unos días una lectora nos envió un mail para reflexionar sobre las noticias que han aparecido últimamente en la prensa y que tocan directamente el tema de la obesidad en nuestro país. El tenor de la carta (de la cual publicamos las expresiones más interesantes) dice lo siguiente.

“Viendo todas las noticias respecto del aumento explosivo de la obesidad en Chile y los males asociados a ella, como el alcoholismo, es necesario enfrentar la realidad. La llamada "dieta chilena" es culturalmente antagónica a la dieta mediterránea. En nuestro país no existe la dieta mediterránea ya que ésta no consiste sólo en una lista de ingredientes sino que en la forma de preparación de los alimentos, la frecuencia y las cantidades ingeridas. Aunque nuestra dieta parezca similar en muchos aspectos a la mediterránea, los hábitos alimentarios tradicionales están hoy amenazados por cambios culturales y por el boom de la comida rápida. La gran diferencia está dada por el consumo de azúcar y de aceites comestibles de dudosa calidad, asociada a nuestra pasión por las frituras.

Chile tiene récords absolutamente espantosos:

1.- Primer lugar de niños obesos en el mundo
2.- Los mayores consumidores de pan
3.- Los mayores consumidores de helados
4.- Uno de los líderes en consumo de gaseosas

Además, el patrón cultural que nos define es de terror: mientras más grandes las porciones, más honrada es la dueña de casa. Ojalá los platos sean “con baranda": porciones cercanas al kilo de alimentos por ingesta. Porotos con riendas y un trozo de cuero de chancho (3.800 calorías); arrollado huaso con papas mayo (3.500 calorías) y así, suma y sigue.

La diferencia de hábitos en los turistas. Mientras el europeo recorre el mundo con un yoghurt, zapatillas y una cámara, visita museos, transita por calles y parques, acumulando recuerdos culturales, el chileno sólo acumula recuerdos gastronómicos. Vuelve, casi sin excepción, con notorios kilos de más.

Creo que los chefs y los restaurantes conscientes de este tema tienen mucho que decir. Desde indicar la cantidad de calorías ingeridas, incorporar más pescado, aceites de oliva y canola, etc., etc.

Nuestra lectora tiene mucha razón en sus dichos. Sin embargo hay aspectos que no compartimos y que ciertamente nos hacen reflexionar acerca de esta materia.

Sin tomar en cuenta algunas exageraciones del texto, como que el alcoholismo sea un mal asociado a la obesidad, y otras incongruencias, pensamos en Lobby que el publico que asiste a restaurantes (sea el que sea), no va a contar calorías ni espera menús de corte sano. No podemos culpar a los restaurantes de la obesidad que existe en nuestro país.

Más preocupan otros temas que no son afines a nuestra revista y que ciertamente son los que han gatillado la obesidad de las personas. Desgraciadamente, y como dice un humorista, pasamos de la citroneta a la 4 x 4 (de desnutridos a obesos) sin darnos cuenta el descalabro que dejábamos en el camino y en esto el consumo de aceite de oliva no tiene nada que ver. (Y eso que no nos metemos en el tema de la tristeza o la depresión que sufre gran parte de los chilenos).

Somos un país donde comemos y bebemos como cosacos. Eso nadie lo puede desmentir. Pero los restaurantes no son los culpables de la obesidad ni del alcoholismo de nuestra población. Es un problema cultural que no se soluciona en una década ni en dos. Ninguno de nosotros estará vivo cuando se superen estos temas. Este es un problema de Estado (y decimos Estado ya que no es del gobierno de turno). El Estado le puso vitaminas y sal al pan. El Estado fomentó (sin querer) el consumo de carne y dejó de lado el pescado a pesar de los kilómetros de costa que tenemos el privilegio de poseer. El Estado es que debe plantearse políticas inteligentes para que en cien años más seamos más sanos (más bien dicho los que vivan en esa época).

En la actualidad, sólo la comida que entregan en clínicas y hospitales es sanísima. Pero, ¿pagaría usted por alimentarse allí?

Comer en restaurantes es un placer hedonístico que nada tiene que ver con la alimentación. Y echarle la culpa a los locales gastronómicos de los males de nuestra población no es justo. Nuestros restaurantes no están hechos para enseñar ni alimentar, están para gozar la comida y punto.