martes, 26 de mayo de 2020

LOBBY MAG





EN ESPERA DE LA REACTIVACIÓN 
DE NUESTRA HOTELERÍA Y GASTRONÓMÍA

 Año XXXII, 28 de mayo al 3 de junio, 2020 



GRANDES LEYENDAS: Hemingway en París
LECTURA PARA QUEDARSE EN CASA: El vino, fuente de salud
MIS APUNTES: ¿Qué tipo de bebedor es usted?


GRANDES LEYENDAS



HEMINGWAY EN PARÍS

Desde hace unos cuantos años, una de las paradas obligadas para los sibaritas en París es el Bar Hemingway del Hotel Ritz. Elegir un trago de su amplia carta de cócteles puede ser una forma no tan costosa de degustar un rato de los espacios de un hotel símbolo del lujo y la clase alta desde sus inicios. Como sugerencia para tomar, podría ser un Dry Martini a manera de homenaje al medio centenar -según cuenta la leyenda- que se bebió el escritor para celebrar el desalojo de los nazis cuando tenían ocupado el Petit Bar del Ritz como cuartel general de la Luftwaffe.

Hay una historia que afirma que, para finales del año 1945, el mismo Hemingway consumó el desalojo de los alemanes enfundado en su traje de militar y acompañado de unos pocos soldados. El periodista norteamericano, corresponsal de la guerra, llegó al hotel en un jeep cargando una potente ametralladora, pero al parecer ya el enemigo había abandonado el hotel y a Hemingway no le quedó más que celebrarlo con 50 Martinis secos.

Si los Martinis no son de su agrado, no importa, este no es el único episodio legendario que vincula al escritor y al bar, o por lo menos, con alguno de sus cócteles. Otra de las historias célebres de esos vibrantes años es la que el mismo Hemingway contaba sobre el Bloody Mary, asegurando que este cóctel había sido inventado especialmente para él por el mítico bartender Fernand Petiot.

Cualquiera sea su elección, probablemente será más económica que dormir en alguna de sus costosas habitaciones, pero, además, si se trata de encontrar el testigo más fiel de la entrañable relación entre el escritor y el Hotel Ritz, el bar es el mejor lugar.


LECTURA PARA QUEDARSE EN CASA



EL VINO, FUENTE DE SALUD
(Ser pobre es poco saludable)

Teniendo en cuenta el carácter gastronómico de este magazine, no nos parece oportuno entrar en excesivos tecnicismos, ya que se necesitaría un gran espacio para desarrollar en profundidad tan complejo tema del vino, pero sí apuntar que una de las grandes conclusiones a que han llegado las distintas ciencias médicas del pasado fin de siglo y que presumiblemente marcará la pauta de este explosivo XXI: ser pobre es poco saludable.

A mediados del siglo XX, y con la excepción algunos grandes sabios, como el Dr. Grande Cobián, que consiguió popularizar sus amplios conocimientos científicos en materia de nutrición, divulgando de una forma sencilla y rotunda dos hechos básicos: 1º- que la dieta más saludable “consiste en comer de todo, pero moderadamente” y 2º- que el aceite de oliva es enormemente beneficioso para la alimentación humana. En esos entonces la salud pasaba por la abstinencia, hasta el punto de que cuando un paciente declaraba que no fumaba, no bebía, no comía en exceso, ni era aficionado al fútbol, el médico se ponía fuera de sí porque, al no tener nada que prohibirle, desbarataba todos sus esquemas y la consulta terminaba con la conclusión de aquel cliente no tenía el menor derecho a estar enfermo.

Cuando por el contrario algún bon vivant caía en manos de alguno de aquellos médicos y solía preguntar: "Oiga doctor, y con este régimen draconiano ¿piensa usted que viviré muchos años más?". El galeno respondía afirmativamente, aunque para sus adentros pensase: “De vivir, no vivirás más tiempo, pero no te imaginas lo largo que se te hará”.

Pero hete aquí que las grandes multinacionales de la alimentación descubrieron que una opinión médica vendía sus productos mejor que la más agresiva campaña de publicidad y, a partir de ahí, la ciencia avanzó en un par de décadas como no lo había hecho nunca. Se descubrió que el mortal colesterol ya no se combatía con ayuno y acelgas hervidas, si no comiendo salmón ahumado, jamón ibérico o italiano y pan con ajo y tomate, pero eso sí, con aceite de oliva virgen de primera prensada en frío. ¡Qué bien! Gracias a las lipoproteinas de alta densidad (HDL), en este siglo vamos a morirnos sanísimos.

¿Y el vino?
Pues con la tinta bebida sucede lo mismo.

El legado francés
Toda la movida del resveratrol, los antioxidantes, el HDL, etcétera, surgió a raíz de ponerse moda la dieta mediterránea y comprobar lo bien que vendía la idea de productos saludables.

Diversos estudios comprobaron estadísticamente que en los pueblos mediterráneos el porcentaje de muertes por afecciones cardiovasculares era notablemente inferior al de los anglosajones (y también los sudacas) y a partir de ahí se comprobó que eran los hábitos alimenticios los responsables de todos los males.

En nuestros países nos morimos igual, o sea, todos, pero de gripe, de una puñalada, o de un cólico; pero el sistema circulatorio lo conservamos como una rosa.

Dentro de ese mismo estudio se comprobó que Francia, país donde comen patés y mantequilla desde la amanecida, entraba sin embargo en los porcentajes propios de aquellos que se alimentaban tan saludablemente sólo a base de garbanzos y aceite de oliva, y ahí empezó la cosa a torcerse hasta que por fin los científicos dieron con el quid de la cuestión: los franceses son tan borrachos como los españoles, italianos o griegos o chilenos.

Esa era la clave y como además el hallazgo podría servir para duplicar las exportaciones a otros países donde comían con Coca-Cola. ¡Un tremendo negocio!
Ya es un hecho innegable que el vino es un producto no sólo saludable sino hasta terapéutico, prácticamente imprescindible para gozar de buena salud.

Durante la primera conferencia de los vinos de mesa con indicación geográfica, el doctor Miguel Ángel Lasunción, explicó como cualquier iniciativa terapéutica o de prevención de la arteriosclerosis debe corregir el hipercolesterolemia, además de evitar la oxidación y la agregación plaquetaria, tres factores de riesgo contra los que actúa el vino cuando se consume moderadamente.

Como decía al principio de este artículo, sería pretencioso incluir en estas páginas un mínimo resumen de todo lo que se ha descubierto sobre las propiedades beneficiosas del vino, pero, basándome en las palabras del antes citado galeno, sí hay una conclusión que suele pasar inadvertida y que argumento como eje fundamental de este humilde aporte.

Dice Lasunción: “su consumo moderado, inteligente y regular puede ejercer una acción cardiosaludable”.
¿Qué significa el término “inteligente” en su discurso? Pues que el vino debe ser bueno.

Los vinos baratos no tienen ni resveratrol, ni antioxidantes, ni HDL, ni nada de nada que beneficie nuestra salud.

Comerse un sánguche de cafetería en el aeropuerto, con jamón industrial y con vino proveniente de un envase tetrapack, es malísimo; pero un plato de jamón ibérico acompañado de unas copas de un tinto de alta expresión del valle del Maipo, eso es mano de santo para todos los males.

A mi pobre suegro, que no llegó a estos descubrimientos, le prohibieron comer arrollados, sardinas en lata y beber vino, y claro, se murió.
Con la nueva medicina del siglo XXI hoy gozaría de excelente salud.

Hay que beber vino, pero de forma “inteligente y regular”, o sea de la máxima calidad y varias veces al día durante los 365 días del año. De esa forma mantendremos una salud a prueba de bombas, y si nos morimos, pues mire usted, eso es lo que a todos nos espera.

MIS APUNTES



¿QUÉ TIPO DE BEBEDOR ES USTED?

“En la mesa y en el juego se reconocerá al caballero”. Lo decía mucho mi padre porque a él a su vez se lo decía su madre. Ante el vino pasa algo similar. Bien en una comida, y en una cata de vinos, cada cual se comporta acorde no sólo a lo que sabe de vino, si no a lo que le han enseñado en casa. Y sí, hablando de educación, hay cinco tipos de comportamiento claramente diferenciados: ¿No se ha fijado? Compruébelo en esta nota,
 











Baco en la tierra
No le gusta el vino. Quizá algún día le gustó. Pero no lo disfruta. Lo que de verdad le gusta es dar la matraca, demostrar todo lo que sabe, llamar la atención, centrar la conversación en torno a la “gran complejidad, madurez, fluidez, frescura y armonía de sensaciones que aporta el vino en boca” y similares, aunque a los demás les dé lo mismo. Además, si alguien dice algo sobre el vino él siempre sabrá más. Los hay en todas partes. Y sí, suele ser pariente suyo (por desgracia).

El fastidioso egocéntrico
Es del estilo anterior, sólo que su exotismo reside en su falta de empatía hacia el resto de comensales. Hablando de vino es capaz de hacer dormir al negro Piñera a las una de la mañana en una discoteca. Le preguntamos por una uva y analiza su ADN. Los bostezos por parte de sus interlocutores le animan más para así demostrar que existen siete tipos de color burdeos. Además, suele ser aficionado a hacer maquetas con fósforos de los edificios más famosos del mundo. Es una especie a encerrar.

El mojigato culto
Le molesta y lo hace ver. Sabe de todo, y de vino también, claro. Actitud hedonista, lleva bufanda y una novela rara bajo el brazo. Si las copas no le gustan pedirá que las cambien, al igual que devolverá el vino si no está a su temperatura adecuada o se indignará si la carta de vinos no es lo suficientemente cool. Se puede aprender bastante de él porque de saber, sabe, pero hay que bajarle los humos. Es una especie a investigar.

El gozador
Sabe. Y sabe que sabe, pero le da igual saber. No se nota. No habla del vino si no le preguntan y le da pena el fastidioso egocéntrico. Disfruta del vino, lo comparte, se ríe, come, se niega a pagar 13 lucas por un gin-tonic por mucha parafernalia que lleve y sabe hacer del vino un lugar común de entretenimiento. “Bienaventurados los justos, aquí hemos venido a disfrutar”, dice. Las novelas se leen en casa y las copas son un medio, lo importante es que el vino esté bueno y no sea muy caro. Es una especie a promocionar.

El Bukowski
No sabe ni quiere saber. Le da igual tinto, que blanco, que aguarrás. Que entone, es lo importante. Sigue saliendo de fiesta hasta las siete de la mañana a pesar de tener 53 años. Pero claro, viviendo en casa de sus padres, cualquiera. Ha bebido más vino que los cuatro casos anteriores, pero no es capaz de diferenciar un vino a granel de uno pasado por barrica. Es una especie en extinción.

Para pasar un buen rato o hacer una cata, lo ideal es dar con gente de entre el tercer y cuarto perfil. Bueno, eso creemos, no conocemos los vicios ni intereses de ustedes.