martes, 3 de septiembre de 2019

LOBBY MAG


 
LOBBY MAG
Año XXXI, 5 al 11 de septiembre, 2019 
Solo la verdad, toda la verdad, nada más que la verdad.
LA LISTA DE LA SEMANA: Las mejores empanadas de la capital
MIS APUNTES: Piegari: De Buenos Aires a Santiago
DON EXE: El citófono
 

LA LISTA DE LA SEMANA



LAS MEJORES EMPANADAS DE LA CAPITAL
Las Fiestas Patrias se acercan a pasos agigantados y uno de sus clásicos es sin lugar a dudas la empanada, que se convierte en la reina de las mesas en todo el país.

Por ello, y para hacer el trabajo más fácil a los amantes de este manjar dieciochero, el Círculo de Cronistas Gastronómicos, por decimosexta vez, eligió a la mejor empanada del Gran Santiago. Para ello, realizó una degustación a ciegas de un total de 65 empanadas de pino y horneadas de distintas amasanderías, panaderías y supermercados de la capital.

Destacamos en este artículo la calidad de las muestras probadas, francamente superiores a las del año recién pasado. Sorpresivamente, siete de las diez mejores empanadas de Santiago, son amasanderías que nunca habían estado en la lista de las mejores o son locales nuevos. ¿Habrán aprendido que hay que hornear todos los días y no vender las sobras de la semana anterior?

Esta actividad se realizó en el Espacio Gastronómico de Guillermo Rodríguez y contó con el auspicio de Gato Típico Chileno y Pisco Mistral.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Las mejores del 2019

A continuación, se detallan las empanadas que recibieron la más alta puntuación:

1. La Punta, Avda. Manquehue Norte 1.910, Vitacura
2. La Flor, Simón Bolívar 3116, Ñuñoa
3. San Luis, Manuel Montt 2283, Ñuñoa

4. Prem (ex Bokato), Eliodoro Yáñez 2209, Providencia
5. La Méndez, Av. Las Condes 9571, Las Condes
6. Cardamomo, Juan Enrique Concha 435, Ñuñoa

7. La Tranquera, Av. Italia 1294, Providencia
8. Da Dino, Av. Apoquindo 4228, Las Condes
9. Panificadora Tobalaba, Av. Tobalaba 2101, Providencia

10. El Remanso, Andalién 7330, La Florida

 

 

 

MIS APUNTES


 
PIEGARI
De Buenos Aires a Santiago de Chile
El Piegari de Buenos Aires, con más de 21 años de trayectoria, se ha convertido en un ícono gastronómico tanto por la calidad de sus platos como por su servicio de excelencia. Atributos como prestigio, nivel y exclusividad hicieron posible ser reconocido tanto a nivel nacional como internacional. De hecho, y a sabiendas que muchos chilenos que viajan a Buenos Aires lo tienen como uno de sus favoritos, en el año 2011 abrieron en el hotel Noi de Vitacura una sucursal que se presuntamente sería cosa de llegar y abrazarse. Sin embargo, por diversas razones relacionadas con las materias primas utilizadas y un espacio poco atractivo, el proyecto cerró sus puertas.

Y como dice el cuento: del Piegari, nunca más se supo. Sin embargo, José Luis Ansoliaga, un ingeniero agrónomo de profesión y gran amante de la cocina, consiguió en dos años traer a Santiago –y en forma de franquicia- dos de los restaurantes que más le agradaban de la capital porteña. Primero lo hizo con La Cabrera, que consiguió un éxito inmediato y ahora, solo hace un par de semanas logró abrir el Piegari, un desafío mayor, ya que este inesperado retorno no le será fácil.

Aun con algunos detalles de infraestructura y algunos espacios vacíos que pronto se utilizarán como pizzería, los dos comedores (primer y segundo piso) y la terraza, ya reciben a los clientes que vienen por alguno de sus platos insignia, como las Cuerdas de guitarra (10.900), elaborada en casa, con salsa pomodoro y albahaca.

Pero la oferta va mucho más allá que su plato estrella. Bajo las órdenes del chef Eduardo Bessone, la brigada de cocina se esmera en preparar diariamente sus propias pastas y mantener adecuadamente sus carnes, pescados y mariscos frescos, de una carta amplia y para todos los gustos. Si a todo ello le sumamos un excelente servicio (en mi caso un mozo marroquí, de buen talante y genio); una carta apetecible de cócteles, vinos, cervezas y elaborados postres, sin duda alguna el Piegari logrará posicionarse dentro de los buenos “ristoranti” de la capital.

Para el común de los chilenos, la cocina italiana es sinónimo de pasta. Seca o rellena, acá se lucen con unos sabrosos Ravioles de cordero (15.500), el famoso Fetuccini nero con camarones (15.900) y las ya nombradas Cuerdas de guitarra. Aparte, Risotto –al dente- con mariscos (14.900), y un largo etcétera.

Buena apertura. No es barato ni pretendamos que este lugar se convierta en el “Da Carla”. Pero avanzan por buen camino. Ya no ocupan, como en su primera aventura, aceites de oliva rancios y pesados. Hoy, el buen aceite de oliva Las Doscientas reemplazó a lo que fue el comienzo del fin del Piegari del año 2011. Y ese es un gran cambio.

Como todo restaurante recién abierto, hay detalles. Pero como no están en marcha blanca y los precios son los verdaderos, esperemos que los detalles sean solucionados en el corto plazo. Hay tanto restaurante en ese barrio, que el veranito de San Juan podría costarles caro si no mejoran rápidamente los errores cometidos durante su puesta en marcha.

Piegari merece de todas maneras su segunda oportunidad. (JAE)

Piegari: Av. Nueva Costanera 4092 / 22263 3512

 

DON EXE


 
EL CITÓFONO
(Solo para viudas y viudos de Don Exe)

Una cosa es desconectar el timbre debido a los múltiples rin rin raja, pero la otra es sacar de circulación el citófono que está al lado de la puerta de entrada de mi pisito en pleno centro de Santiago. Como bien saben -y se los recuerdo a quienes no leyeron mis textos anteriores-, la crisis (le de mis hijos) fue la causa que me viniera a vivir a un pequeño departamento a cuadras de la Plaza de Armas, cosa que me tiene algo alterado, nervioso, preocupado y –por qué no decirlo- enojado ya que me sacaron del Edén perfecto que era mi querida Ñuñork.

No me atrevo a salir demasiado ya que no he podido entender las calles ni a los que transitan por ella. No logro compenetrarme con esa multitud que habla con acentos que no ubico y tienen diferentes colores de piel. No es que me moleste, pero hay que acostumbrarse… y eso requiere tiempo.

Desde hace una semana al menos y mientras duermo, suena el citófono de mi palacio. Despierto y medio atontado voy a contestar y al decir “Aló” me preguntan: ¿Yovana?


¿Yovana?... ¡qué nombre! Al principio les decía que estaban equivocados, pero luego de despertar dos veces cada noche y respondiendo cada vez peor a los que buscaban a Yovana, me comencé a empelotar. Pasaron tres noches y catorce llamadas al citófono para entender que el asunto se estaba poniendo difícil y debía hablar con los conserjes.

Cuento corto, la tal Yovana vivía en el 1702 y yo en el 1602. Un piso más arriba y sus visitas llamaban a mi citófono ya que la iluminación de la botonera donde están los timbres es pésima. Carlitos, el conserje, me contó que Yovana era nueva, más o menos de 30 años, morenita y de buen “diseño”. ¡Está como para conocerla! –dice, mientras hace un gesto de enroscar el bigote con sus dedos.

……..

- ¿Quién es?
- Soy Exe –le digo- vivo exactamente debajo de tu departamento y tus amigos llaman a mi citófono a cada rato. ¿Podemos conversar?
- Per..dona –tartamudeo. Por supuesto que sí. A qué hora quieres venir.
- No estoy pidiéndote hora. Quiero solucionar el problema del citófono. ¿Te gusta la comida china?

Como era domingo, lo único abierto en el sector era un boliche que vendía comida china a domicilio. Tras su anuencia, pedí wantanes, arrollados primavera, chapsui de pollo y un filete mongoliano. De mi refrigerador saqué una botella de espumoso y la metí en una bolsa junto a dos botellas de merlot que había encontrado días antes de oferta en el Súper. Endilgué mis pasos por la escalera y tras 17 exactos peldaños (TOC le llaman algunos médicos) llegué a su puerta… que también tenía el timbre desconectado.

Yovana era tal cual me la había descrito Carlitos, el conserje. Tras los saludos de rigor y las excusas pertinentes, nos pusimos a comer y beber, cosa que bien hago cuando estoy acompañado. Poco a poco la morocha comenzó a relajarse y a reír, contándome desde su paso por el colegio de monjas hasta su ocupación actual, que por cierto es bastante lucrativa.

Y pareciera que lo es, ya que de bajativo sacó de un armario una botella de Johnnie Walter Azul, de la cual ella bebió en mi nombre y yo en el de ella (el verdadero).

-Es difícil trabajar en el ambiente y llamarse María José –me había dicho-, pero eso no le quita ni le pone a que me guste la buena comida y la buena bebida.

Era tarde cuando me despedí, quedando de acuerdo en pensar cómo solucionaríamos el problema del citófono. Estaba acostándome cuando siento unos golpes en la puerta y al abrir me encontré con Yovana vistiendo una bata de color blanco y una milagrosa pastillita de color azul en la palma de su mano (como en las películas, pero les juro que es verdad). Mientras parpadeo para saber que no era un sueño, la escucho decir:

- ¿Qué tal si arreglamos el problema del citófono ahora y ya?

A nadie la falta un dios…

Exequiel Quintanilla