martes, 1 de octubre de 2019

LOBBY MAG

                                          
                                        
                                           LOBBY MAG
Año XXXI, 3 al 9 de octubre, 2019 
Solo la verdad, toda la verdad, nada más que la verdad.
LA LISTA DE LA SEMANA: Siete sangucherías adictivas
MIS APUNTES: Sarita Colonia
LA COLUMNA DEL ESCRIBIDOR: ¿Qué beben y qué bebían los chilenos?

LOBBY MAG


SIETE SANGUCHERÍAS ADICTIVAS
John Montagú -el IV conde de Sandwich- nunca se imaginó los alcances de su afición de comer emparedados. Hoy nuestros sánguches chorrean, pero aun así son testimonio de que entre dos rebanadas de pan la vida es bastante más entretenida. En nuestro listado, las más clásicas, populares y adictivas sangucherías de la capital. 

 
FUENTE ALEMANA: La regalona
Parte de nuestra memoria colectiva, La Fuente Alemana nace en los años 60 cuando los hermanos Siri compran una fuente de soda a mal traer. Desde ahí que se ha convertido en la regalona de los lomitos y otros productos de cerdo y vacuno que son consumidos en un mesón en forma de U donde al interior un grupo de amables señoras preparan los pedidos, entre los que destacan los mejores lomitos, churrascos, gordas y rumanos de la capital. Su secreto está en el pan y en una excelente salsa de tomates que reemplaza al kétchup. Un local sencillo, agradable y siempre repleto. (Alameda 58, Santiago Centro)

LOMIT’S:  La clásica
Si usted anda por Providencia y tiene esa duda terrible que asalta a los comilones cuando quieren comer rico, váyase al Lomit’s, hogar de una de las mejores sangucherías de la capital. Un imperdible es el Pernil, en marraqueta tostada con mantequilla y palta fileteada. Suena muy rebuscado, pero si lo piden no se arrepentirán. Aparte de Chacareros de ensueño y la Mechada Luco que son para aplaudir, las papas fritas son de las mejores del sector, bien calientes, crujientes por fuera y un puré por dentro. Y brillan más que el sol. (Av. Providencia 1280)

 

CIUDAD VIEJA:  El primer sanguche gourmet
Emplazado en una esquina de puro poder, Ciudad Vieja ha sido capaz de proponer una carta llena de sánguches que son una relectura a la cocina en Chile de los últimos años y lo tradicional de nuestra mesa, De su extensa carta, destacan sánguches como el Veguino (dos sopaipillas con arrollado y palta); Lengua (refinado, con pesto y cebollas asadas); Lomo Saltado y Ají de gallina (sí señor, en sánguches) y Costillares en variadas preparaciones. Ciudad Vieja es una sandía calada. José Luis Merino –su dueño-  es de los que sabe y por lo mismo cada visita es un agrado. Además, el bolsillo sonríe. (Constitución 92, Barrio Bellavista)

FUENTE MARDOQUEO: Lo mejor del barrio
Ganó su prestigio en base a la calidad e higiene. Pocas veces visto, cocina a la vista con cocineras de impecable blanco y sus respectivas mascarillas. Su especialidad es el Lomito, aunque nadie se ha quejado de sus Chacareros o Barros Luco. Es que son tan grandes y sabrosos que es difícil que un amante de los sánguches salga decepcionado del lugar. Tienen algunos ingredientes para agregarle a los platos y la clásica cerveza que a estas alturas es inseparable. Dicho esto, no hay empacho en asegurar que Fuente Mardoqueo posee los mejores lomitos de Santiago. No sé si los mejores del país, pero a nivel capitalino ganan lejos. A pesar de ya tiene sucursales, en el barrio Yungay es un imperdible. (Libertad 551, Santiago Poniente)

 
JOSÉ RAMÓN 277: El triunfo de las marraquetas
Cuando todos hablan de la hamburguesa de garbanzos (para los vegetarianos) o el sánguche de prieta (para los más carnívoros), es que algo está sucediendo en este local instalado en un pasaje del Barrio Lastarria. Acá el tema va por los ingredientes y la atención a sus clientes. Las porciones son enormes (a marraqueta completa) y no escatiman en entregar productos frescos e inteligentemente bien preparados. Vale la pena conocerlo (Pasaje José Ramón Gutiérrez 277 B. Barrio Lastarria)

DOMINÓ: El rey del completo
Desde sus inicios, en 1952, en su ya tradicional local de Agustinas, Dominó ha sobrevivido a las mudanzas del centro gastronómico de la city capitalina por su alto nivel de adaptabilidad a los nuevos tiempos. Desde el centro de Santiago se ha expandido -respetando todos sus principios- a varias ciudades de Chile llevando como emblema la vienesa, en especial el llamado “Dominó” que ha conquistado a medio Chile con su especial mezcla de salsa verde, tomate y mayonesa. Un ícono de los sánguches creados en nuestro país. (Agustinas 1016, Santiago Centro) 

DOCETRECE: Su majestad el pan
Luego de 40 años de tradición como emporio de barrio, la familia Pla dio un giro y transformó una esquina de la actualmente agitada Tobalaba en una atractiva sanguchería de moderno diseño. Se las jugaron con el pan, la materia prima más importante de los sánguches y acertaron medio a medio, ya que el producto es inmejorable. Acá, los sánguches fueron bautizados con los nombres de las calles de la comuna, un valor agregado que los clientes agradecen. Se suma a ello una gran variedad de cervezas, vinos y cócteles; platos para compartir y excelentes chorrillanas, que deben ser las mejores de la capital. (Tobalaba 1213)

 

MIS APUNTES


 
SARITA COLONIA
Sarita Colonia descontrola, vulnera y cual travesti, viste de manera diferente la cocina peruana. Juega con el cliente ya que es inusual. Acá se entra a un mundo paralelo entretenido y sabroso. Raro pero elegante. ¡Único!
 
Cuando se habla de “travesti”, lo primero que llega a la cabeza es la imagen de un señor vestido de señorita. Por años lo travesti en nuestro país estaba relegado a cabarets y círculos cerrados, como la famosa Tía Carlina y su Ballet Azul. Eran otras épocas donde las costumbres eran diferentes en un Chile con una enorme raigambre católica, algo que no sucede en la actualidad.

En los años 90 llegó a Santiago Gino Falcone, en esos entonces un joven arquitecto y diseñador peruano, que se propuso, junto a los propietarios de la tienda de telas Hogar, darle un vuelco al diseño de los hoteles y restaurantes de la capital. Rápidamente tuvieron el éxito que planearon y literalmente “vistieron” con telas los muros de grandes hoteles de la ciudad. Pero Falcone tenía en mente abrir su propio restaurante y logró, el año 2000, abrir el primer Sarita Colonia, en homenaje a la santa homónima peruana, patrona de los pobres, de los desamparados y de los marginados por la sociedad.

A poco andar se convirtió en el “must” de la escena artística santiaguina y aparecen los “Sarita Lovers”. A cuatro años de su apertura el local cierra y aparecen los “Viudos de Sarita” los cuales durante los diez años de ausencia pedían su reapertura. Por ello, Gino Falcone y José Salkeld, cabezas del nuevo local, trabaron junto a diferentes artistas y cocineros en una nueva propuesta y así abre Sarita Colonia – Cocina Peruana Travesti, un lugar donde la demencia kitsch y el maximalismo se expresan para contar diversas historias entrelazadas con lo religioso, la muerte, la vida, la amistad y la gastronomía.

“Productos locales y sazón peruana, travestidos con sabores del mundo y un gran trabajo en equipo son las claves de esta nueva carta”, nos señala el chef peruano Juan Andrés García.

Muestra de aquello es que, de entrada, la carta ofrece cuatro tipos de ceviches (fríos y calientes): el Ceviche de Chochas, Pulpo y Almejas (13.900); el Ceviche Tradicional (12.900), el Ceviche Carretillero (13.900) y el recién estrenado Ceviche de Esturión a las Brasas con Plátano Asado y Chalaca de Ostiones (14.900). Todos tan geniales, que el visitante debería al menos, comer con fruición un par de ellos.

El Esturión, pez conocido por producir el caviar Beluga y cuyas primeras especies chilenas en cautiverio nacieron hace diez años, es un producto recientemente incorporado a esta cocina travesti y que engalana dos preparaciones en estreno que mezclan productos chilenos con sazón peruana. El cebiche y el Esturión asado con curry negro y puré de yuca (14.900).

La nueva carta incorpora sabores del Puerto del Callao, como un maravilloso Arroz Norteño con Mariscos al Pil Pil (14.900), además de fideos de masa de arroz chinos con condimentos de la India y gnocchis italianos con chimichurri oriental, por nombrar algunas de sus nuevas preparaciones.

De Pe a Pa, ya que incluso los postres son un delirio. Su nueva Torta de chocolate (5.900) es adictiva y la Pavlova de chicha morada (5.900) es realmente una genialidad de la repostera encargada.

Si a todo esto le sumamos una coctelería de autor muy renovada, una carta impresionante de vinos y cervezas, más un servicio de sala impecable, Sarita Colonia merece estar posicionado entre los mejores restaurantes de nuestra capital. Acá todo deslumbra, impresiona y asombra.

Si el lector conoce el Sarita Colonia, regrese pronto ya que la nueva carta merece otra visita. Si, por el contrario, aún no ha tenido la oportunidad de conocerlo, hágase un tiempo lo más pronto posible, reserve una mesa y no se pierda uno de los restaurantes más exóticos de la capital (y del país). Nada se le puede comparar y nadie, en su sano juicio, podría imitarlo. Es único y exclusivo.

Tan bueno, que dan ganas, después de que pase esta vida, tener presencia en uno de los nichos que, intervenido por diversos artistas, recuerdan a los amigos y familiares muertos. No hay duda que acá se preocupan de todo y de todos. (JAE)

Sarita Colonia: Loreto 40, Recoleta / 22881 3937

 

LA COLUMNA DEL ESCRIBIDOR


 
¿QUÉ BEBEN Y QUÉ BEBÍAN LOS CHILENOS?
¿Qué se bebía antes?, fue la pregunta que me hizo una joven periodista amante de comida y de la bebida y que motivó esta reflexión. ¿Antes de qué?, le pregunté, dado que el actual lector puede confundirse rápidamente ante una pregunta que quizá nunca se hizo, ya que muchos piensan que siempre se ha bebido de todo en nuestro largo país.

Antes del 60, ni idea, respondí, ya que mis primeros recuerdos se remontan a la época en que Chile fue sede del Mundial de Fútbol del año 62. En esos entonces la lista era larga, pero casi todo elaborado de forma artesanal, salvo dos o tres ejemplos. Vino blanco y tinto (olvídese de las cepas, valles y otros demases ya que ello sólo se aprendió a inicios de los noventa). Coñac Tres Palos, Anís del Mono, Menta (frappe), pilsener (Malta, Bilz y Pilsener, como debía ser, sin marca ni etiqueta), champaña nacional para el Año Nuevo, aguardiente de Doñihue y unas incipientes botellas de pisco Control de 30°, completaban en aquellos entonces el panorama alcohólico nacional. 

Poco a poco la industria local fue amononándose para entregar otras variedades. El “fuerte” como le llamaban, creció de la mano de Licores Mitjans y de una pequeña fábrica valdiviana bajo la marca Fehrenberg. En los bares sólo entraban hombres (una ley no escrita pero absolutamente valedera), y lo más alcohólico de las fiestas juveniles eran unas grandes poncheras con champaña (poquito), mucha Ginger Ale y helado de piña.

El pisco comenzó a ganar terreno cuando alguien descubrió que, uniéndolo con Coca Cola, era un placer. Mucho antes de que el pisco sour fuese aperitivo de moda (junto a la vaina, elaborada con un insoportable vino añejo nacional), la piscola se convirtió en uno de los combinados más consumidos por los chilenos, obvio que tras el vino.

El gin también tuvo su época. Más que nada en los bares y discotecas en los años setenta. Booths y elaborado bajo licencia de Mitjans, el gin con gin fue bandera de los más exquisitos de la época. Años que también conquistó paladares el Martini, cuando descubrieron mezclarlo con pisco y creando el pichuncho.

De los 60 a los 70 fue una larga década. También el whisky comenzó a ser bebida de las familias pudientes, esas que podían traerlo desde Mendoza o Buenos Aires. Old Smuggler era su marca y muchos aun la recuerdan como uno de los placeres más grandes de sus vidas.

Pasados los años 70 y con el dólar a $ 39 y una verdadera etapa de la “plata dulce”, comenzaban a llegar al país las primeras importaciones de whisky, donde el etiqueta roja era el súmmum. Un poco más de cuatro dólares era el precio en el comercio de esos tiempos. Miro para atrás y creo que nunca se bebió más whisky que en esos años.

Aunque no lo crean, el vino seguía igual: blanco y tinto. A decir verdad, la industria vitivinícola estaba en pañales aún. La Fundación Chile logró –en el año 1988- traer a dos expertos de la Universidad del Vino de Francia, Michel Mathieu y Albert Golay, quienes dictarían el Primer Seminario de “Catación” de Vinos y Pisco. La meta era “buscar las fórmulas precisas para que cada día se sepa más como seleccionar y servir el vino”. Los asistentes, entre ellos varios empresarios vitivinícolas, descubrieron que aparte del cabernet sauvignon había una gran variedad de cepas que se podían explotar en el país.

Desde los años 90 en adelante, se comenzaron a vivir las modas: creció la industria vitivinícola a la par con el descenso de bebedores de vino per cápita. México se puso de moda y el Tequila apareció sonriente en Santiago, pero fue solo un sueño fugaz. Se llenó el país de licores importados y el marketing se impuso a la calidad del producto. Hoy la gama llega incluso a la venta de Absenta, por años prohibido en muchos países del mundo.

Hoy manda la variedad. El pisco sour (el nacional) ha bajado de su pedestal y ahí apareció el espumante. Los tragos mixológicos tienen su target y la cerveza es lo que más se consume en el país (70 lts. per cápita). En la actualidad, creo y pienso, se bebe menos, pero de mejor calidad, y a pesar de todas las leyes dictadas durante estas décadas, la venta de alcohol sigue creciendo año tras año.

Clarito como el agua… (JAE)