martes, 29 de noviembre de 2011

LA COLUMNA DEL ESCRIBIDOR











CASA SILVA
Más que una viña, un producto turístico

Vengo llegando de Casa Silva, allá en San Fernando. Hace un par de años me habían prometido un viaje que nunca se realizó por motivos varios. Y más que una columna, esta crónica es una reflexión acerca de los anexos, o podríamos llamarlo también amenities que hoy por hoy tienen las viñas para tener consumidores leales. La idea es una y se multiplica rápidamente: un destino turístico y con algo de snobismo produce en el visitante un cambio en sus expectativas. La viña ya no es una bodega con mangueras y olor a vino. Hoy, una viña es un espacio donde se le da valor agregado al vino y donde se concretan grandes negocios.

Y aunque no lo crean, los viñateros se gastan sacos de plata para arreglar sus propiedades. Ya no son una bodega, son un producto turístico que obviamente les deja pérdidas que también pueden ser millonarias. Pero para estar presente en los mercados hay que tener una imagen. Y eso hacen muchas bodegas en Chile.

Hace años atrás, después de un almuerzo fui a dejar a Miguel Torres al hotel Sheraton, donde se hospedaba. En el camino me habló de su proyecto: quería hacer un restaurante en su viña en Curico y me encomendó que sondeara a algún chef que quisiera hacerse cargo del lugar. Conversé con varios y todos colocaban cara de incredulidad. ¿Un restaurante en una viña? ¿Está loco Miguel? ¿Es una broma?

Si respeto debemos tenerle a Miguel Torres es por eso. Innovó en Chile y trajo ideas foráneas para elaborar vino. Construyó lindas bodegas y transformó su viña en un ejemplo (con restaurante y todo), donde se podían probar sus vinos. Ese ejemplo lo siguieron muchos. En la actualidad casi todos. Las bodegas son otra cosa luego de la llegada de Torres a Chile en los años 90. Hay algunas impresionantes y otras no tanto, pero todas están en la misma carrera de mostrar una buena imagen y una linda cara.

Casa Silva no escapa a esta realidad. Con hotel (7 habitaciones), bar, restaurante, medialuna, cancha de polo, club house y otras atracciones (como una bonita colección de autos antiguos), la bodega luce sus mejores galas. La viña se hizo grande en el año 97 cuando decidieron elaborar sus propios vinos ya que antes lo vendían a terceros. Y mal ojo no tuvieron ya que durante estos años han obtenido importantes galardones y cada día están preocupados de mejorar sus productos. Desde su popular Doña Dominga (¿Quién no ha bebido alguna vez uno de estos?) a un singular Altura, de noventa mil pesos la botella, para destacar sus viñedos ubicados en Los Lingues, Angostura (San Fernando) y Lolol.

Lindo campo ya que no todo son viñedos. Bosques de eucaliptos rodean la medialuna donde los turistas conocen el arte del rodeo. A un costado, un gran quincho techado donde se realizan almuerzos campestres. Y todo al lado de la carretera. Un lujito de esos que da alegría conocer.

Cordero al palo era el desafío. ¿Vinos? Los que uno quisiera de una amplia variedad de cepas. Cuecas y mote con huesillos de postre. Bajativos a la orden. ¿Algo más?

Si. Gentileza. No sólo de los patrones (léase los dueños de la viña), sino la de todos sus empleados. Además tuvimos la suerte de catar sus vinos Premium (donde predominan los carménère) y también un par de blancos, como el Cool Coast, un sauvignon cercano al Pacífico. Además el Quinta Generación, un mix de cepas muy atrayentes; un microterroir carménère del 2007 y su famoso Altura 2005, del cual producen sólo nueve mil botellas anuales.

Es curioso ya que las antiguas bodegas que conocía pasaron a la historia y las nuevas son las que me atraen. No siempre todo tiempo pasado fue mejor y eso hay que agradecérselo a los empresarios del vino. Hay un antiguo cuento donde se consulta cuál es la formula para que un multimillonario se convierta sólo en un millonario: la gran mayoría dice que comprándose una viña. Y no dejan de tener razón. Hay que tener cojones para convertirse en empresario vitivinícola. Cojones… y muchísimo dinero. (Juantonio Eymin)