martes, 4 de febrero de 2014

LOS CONDUMIOS DE DON EXE



EL FALLO ME PILLÓ EN PERÚ

¿Se acuerdan de Abril, la peruanita que conocí en Santiago? ¿No?, bueno, ¡yo sí!, ya que nunca me olvidé de ella. Hace una semana me mandó un mail preguntándome si estaba dispuesto para acompañarla unos días en Máncora, allá en el Perú.

Eran días de tensión. Acá pensábamos que los jueces nos quitarían hasta el alma. Ver a un suspiroso ministro hablar del fallo era una desgracia anticipada. En el Perú la cosa era distinta: vivan un jolgorio colectivo pensando que todo estaba a su favor. Los jueces darían el fallo el lunes y yo el viernes volaba tranquilamente a Lima. ¿Estupidez o usted no ha escuchado nunca que dos pendejos tiran más que una yunta de bueyes?

Ni les cuento lo que me demoré en llegar a Máncora. Lo único que les digo que está en el norte del Perú y cerca de la frontera con Ecuador. ¡Te esperaré en Piura!, me dijo junto con avisarme que podía pasar a buscar los pasajes a LAN.

Piura me recibió con un calor sofocante y tropical. Abril me recibió con su largo pelo rubio al viento y unos pantaloncitos infartantes. ¡A la mierda La Haya!, pensé cuando subíamos a una van que nos llevaría a Máncora, mi destino al menos por diez días.

Dormí doce horas seguidas en una casa en la playa llena de palmeras y cerca del mar. Desperté en una habitación que aparte de aire acondicionado, un ventilador giraba lentamente en el techo. Miro por la ventana y encuentro a Abril al lado de la piscina y tomando desayuno. Ducha rápida, cambio de ropa por una más liviana y de color claro para atenuar el calor y ya con hambre, también fui por café y frutas.

Hace calor en Máncora. Es lo único que les puedo contar hasta hoy, horas en que trato de despachar esta nota. Abril vive el día entero con bikini o tanga (depende la hora), un pareo de algodón y hawaianas. Maneja un viejo escarabajo pero todo el mundo la saluda. Es tan conocida que en estos momentos termino de escribir esta nota en el banco principal de este balneario, en la oficina del gerente, para enviarlo vía Internet a Santiago. - “Lo único que le pido don Exe”, dice el gerente, el único tipo que he visto con corbata en este pueblo, es que no mande fotos muy pesadas. La conexión no está en sus mejores días.  – Ya tendrá tiempo de contarles a sus amigos chilenos de nuestra linda Máncora.

Despacharé esta nota y luego me iré de parranda con Abril. Bueno, eso de despachar no es tanto ya que dejaré esta crónica lista y luego una secre del banco la enviará por el correo interno de su oficina, según el acuerdo que llegué con el capo del banco. –Son las normas, me dice, aunque la señorita Abril sea la hija del dueño del banco.

- ¿La hija del banquero?
- Lo siento Exe, no había querido decírtelo.
- ¿No trabajabas para Sodexo?
- Aun trabajo ahí, lo que pasa es que Sodexho es de mi papá acá en Perú.
- ¿Alguna otra sorpresita?
- A decir verdad, Exe, te llamé para que me ayudes.
- ¿Cómo?
- Necesitaré toda tu comprensión Exe querido. En marzo me voy a vivir a Santiago durante un par de años.
- ¿Y?
- ¿Me ayudarás, Exe?

Bendita petición. Me imagino lo feliz que se pondrá mi paquita. Al ¡obvio! respectivo, seguimos nuestros periplos y condumios en Máncora. Me llevó a comer pizzas & cerveza al Chan Chan; lasaña al Volentieri; a bailar al El Faro Lounge, y así, suma y sigue.

Me deja sólo para ir a sus clases de kitesurf, una mezcla rara de tabla de surf y paracaídas que hacen volar sobre las olas. Yo la miraba desde la casa-club, mientras me zampaba el primer chilcano del día.  

Me enteré del fallo leyendo el diario Correo de Piura. ¡Ganamos!, leí. Debo confesarles que me dio sed. Sed y ganas de comerme un cebiche de conchas negras antes de que entren en veda, plato que comí con fruición mientras miraba la costa y trataba de encontrar a Abril entre las decenas de paracaídas que subían y bajaban al agua.

Más no puedo contarles ya que este mail lo manda una secretaria del banco. Lo único que les digo es que si algún día llegan a Máncora se encontrarán con mil chicas similares a Abril; que es lindo y barato, y que a mi regreso a la capital conocerán el fin de una historia que estoy viviendo en la playa de Vichayito.

¡Hasta la próxima!

Exequiel Quintanilla