martes, 10 de noviembre de 2015

CRÓNICAS CON HISTORIA


 
EL REINO PERDIDO DE LAS NOCHES BOHEMIAS

El Barrio Mapocho es como el tesoro del pirata: se sabe que existe pero nadie lo encuentra. Y es que nos acostumbramos a ver esas riberas en permanente desgracia y decadencia: magníficos puentes coloniales destruidos, o un río Mapocho salido de madre destruyendo la ciudad; un enorme mono de neones ya desaparecido, hoteles demolidos, burdeles desalojados, tranvías fantasmas y trenes extraviados en estaciones del tiempo. Hasta las viejas pérgolas pasaron ahora por la picota.
Pero la percepción engaña: Mapocho tuvo un esplendor recordado por los que sobreviven, acaso la más poderosa concentración bohemia que se ha visto en la ciudad y de la que hoy tenemos sólo una tenue imitación o reflujo. Nada se le parece ni se le parecerá: barrios como Plaza Ñuñoa, Bellavista, Lastarria o Brasil no han de acercarse siquiera a lo que ocurrió en la conjunción de la vida en las riberas, con su antropología de cantinas y boîtes, esa de literatos, poetas, pintores y periodistas que se llevaron a la tumba su propia época. Neruda, Plath, Paschín, Isaías Cabezón, De la Vega, Recabarren, Rojas Jiménez, Nicomedes Guzmán, Teófilo Cid, De Rokha, Rakatán, Mundt… que compartían espacio con rufianes como el Cabro Eulalio, el "Zanahoria" o la ninfa fatal Berta “La Coja”, que era terror de los borrachos.
Por sus calles transitadas hasta la amanecida, rebosaba un fuerte comercio de sopaipillas, pan amasado, tortillas, pequenes y huevos duros. A esta fauna se sumaban cuidadores, copetineras, prostitutas y sus chulos; y la tentación bohemia salpicaba hasta Balmaceda, Amunátegui, Teatinos, incluso la ribera chimbera. Sus adoquines reflejaban nombres luminosos de bares, clubes, cafés, salones de baile, billares, fuentes de soda. Semejaba un enclave porteño en pleno río, carácter reforzado por la energía vital de la estación y los buses de la Terminal Norte. Culto a la diversión en todas sus formas: gula, bebida, sexo furtivo, bailables y fiesta. También peleas y justas armadas, pues muchos mártires de la noche tuvieron esta bohemia, ganándose sus cuadras el mote de Barrio Chino.

Aunque ese reino de la noche pereció, sus huellas y fósiles aún son visibles, cuales vestigios de la infinidad de boliches en el expediente dorado mapochino. De los más antiguos era “El Guatón Bar” de Enrique Valenti, por ejemplo, que tenía cuarteles hacia 1910 en calle Puente 884, misma esquina que ocupará después el “El Sansón” en los treintas, a los pies del desaparecido hotel "Excélsior". Más atrás de la misma arteria, en el 798, se hallaba “El Café Ochoa”, llamado así por el apellido de su propietario. Pero los más célebres eran de Bandera: el “Zeppelin” del número 856, quizás primer cabaret nacional, fundado en 1926 por Carlos Simon, pasando después al Negro Tobar, empresario auténticamente gestor de la bohemia “moderna”. El local acabó como depósito de ropa y luego centro de llamadas, y ahora es una tienda de perfumes. Tuvo por vecino a “La Antoñaña” de Félix Gómez, luego en manos de Selim Carraha. Y al otro lado, el restaurante “La Estrella de Chile”. Cerca estaba “Las Torpederas”, otro viejo cabaret relevado por el “Tabaris” del célebre Padrino Aravena. El 868 que fuera entonces del “Patio Criollo”, allí bajo el Hotel Bandera, es hoy una pollería peruana. Y el “Teutonia”, refugio de anarquistas y revolucionarios, tuvo su casa en el 837-843 de un edificio ya desaparecido, número que fuera sede también del “Inés de Suárez”, un tiempo después. En los altos de estos locales estaba el café “París de Noche”, favorito de Mr. Huifa, el más grande periodista deportivo nacional. Y el “Hércules” con sus famosos platos de guatitas, se hallaba al frente, en el 840, donde existía hasta hace poco un centro de llamados. El “Zum Rhein”, en cambio, dominaba al pasaje del número 823, hoy ocupado por un restaurante chino llamado “El Diamante”. El 815, al lado, era del “Oro Purito”, ahora restaurante “Far West”. En la esquina estaba el “Venezia”, de los preferidos de Neruda; y en el 808 el “American Bar” de don Héctor Gioro. “El Dragón” rugía al lado de la actual galería comercial Bandera, en cuyos altos anidó “El Ciclista”; el primero es hoy una tienda de ropa; el segundo se esfumó con incendios y terremotos. Más al sur, por la cuadra del 700, estaba “El Shangay”, después llamado “La Cabaña”.

En San Pablo 1070 estaba “El Jote”, después “Orleans” y hoy “El Imperio”; al frente el “Bar Central” del 1063, de la estimada doña Martita, que hoy es un boliche peruano. En la cuadra del mercado vigilaba las alturas “La Playa Chonchi”, en cuyos comedores se alojaba hasta hace poco el restaurante “Ruina del Machu Picchu”. Hacia el poniente estaba “El Club Alemán” frente a Capuchinos y el “Café del Mexicano” en esquina con Morandé. Cerca, el “Sí, sí, mi nena”, y en el 1155 el “Súper Bar”. Aillavilú, callejón famoso por “La Piojera”, albergó también a “El Victoria”, “El Sótano de Gussa” y el “Chicha y Chancho”, antro para valientes o suicidas donde también corrió sangre. El 856 de Morandé era de “La Querencia”, hoy “Donde Piñita”. En General Mackenna dominó el “Valparaíso”, aunque la clientela lo llamaba “El Huaso Adán” porque su propietario atendía vestido a esta usanza. Al frente, en el demolido espacio del número 1169, estaba “La Clínica”. Más allá, un club bajo nivel de la calle llamado “El Hoyo”, por esta característica. De cara a la Plaza Venezuela se encontraba “El Canario Navegante”. Incluso en calle Rosas había otros locales viviendo de la luz del Barrio Chino, famosos en los treintas: el “Torre Eiffel” del número 1023, que es hoy una tienda de artículos de costura y confecciones.

En fin, la lista sería interminable. Todavía en los ochenta quedaban algunos últimos bastiones, agónicos de estas generaciones, dando la lucha. Y aunque perdieron la guerra contra el tiempo, aún existen esos espacios alguna vez suyos, convertidos ya en sosas tiendas. Locales que fueron escenarios donde brillaron el Trío Moreno, Chito Faró, Porfirio Díaz, el "Ciego" Aravena o Jorge Abril, resonando en ecos de noches interminables de foxtrot, jazz, chachachá, rumba, conga, cueca, tango, mambo… Nostálgica armonía del paraíso para los noctámbulos.

Esto fue una extinción, por lo tanto. Una extinción masiva... Por eso es, entonces, que nada se aproximará a la epopeya de la bohemia perdida del Barrio Mapocho y quizás sea mejor así, guardando su baúl de tesoros desaparecidos en la idealización de un mito sin parangón en la historia de la ciudad de Santiago. (Urbatorium)