¿POR QUÉ LO LLAMAN RESTAURANTE?
Ya se ha hablado mucho de la lista de
The World’s 50 Best Restaurants. Uno/ Enhorabuena a los premiados y, si tienen,
a sus directores de comunicación. Dos/ Sigo sin tener dinero para ir a
Copenhague a que la orquesta del señor Redzepi me deleite el paladar. Poco más,
pensé cuando se publicó tan controvertido ranking. Poco más hasta que empecé a
leer comentarios facilitos y ciertamente despectivos hacia los locales que
forman esta clasificación del estilo a: son para pijos, quién paga eso, cuánto
elitismo… y así. Olé la barahúnda de crítica inteligente y constructiva.
Más allá del “si no te gusta, pues no
vayas”, que lo suscribo a muerte, creo que se confunden dos conceptos al igual
que pasa en el mundo del vino y en parte también en el de la música. Una cosa
es un restaurante como mero medio de alimentación y otra cosa es un local en el
que la comida y su presentación son sólo parte de un espectáculo.
Cuando tú te plantas en el Noma no es
para comer algo rápido después del gimnasio. Te plantas para que le hagan el
amor a tus pupilas. Lentamente. Durante el tiempo que sea necesario. Es
exactamente lo mismo que ocurre cuando descorchas un vino de más de 30 euros.
No es el vino de menú ni con el que el que tu madre rocía el guiso. Es el vino
que quieres que te traslade a la última fiesta que ha montado Baco con el resto
de dioses. No es un vino, es una experiencia, una droga, es el Mesquite al que
aspiraba Al Pacino en ‘City Hall’. Y ese vino lo vale. Al igual que lo vale el
Noma, el Can Roca o el Mugaritz.
Si lo que quieres es comer, no pagues
más de 10 euros, no hace falta. Si lo que quieres es beber vino, no es
necesario que pagues más de 9 euros por botella, incluso menos. Pero si estás
loco, estás loco. Y si los hay que pagan 200 euros por ver en directo a Madonna,
Iron Maiden o U2 y encima aguantan largas cola para ello, ¿por qué no se va a
poder pagar 200 o más euros por un espectáculo gastronómico u otros cientos por
una añada antigua de Vega Sicilia, por ejemplo?
Dejemos en paz a los locos. Quizá se
solucione el desaguisado con un cambio lingüístico: que no lo llamen
restaurante. Que no lo llamen vino. Esto es otra película… Que lo llamen por su
nombre. (Pascual Drake. Born to wine)