martes, 26 de mayo de 2015

LOS CONDUMIOS DE DON EXE


MY NAME IS ACKLIN…RENÉ ACKLIN
Un homenaje al mejor cocinero de nuestros tiempos.

Tengo un par de diferencias con Bond. Lógico. A él le gusta el Martini “shaken, not stirred” -batido, no revuelto-, y yo prefiero el vodka tónica. Él tiene licencia para matar, algo no muy bien visto este último tiempo en épocas de barbaries surtidas, y yo tengo licencia para ir donde se me plazca ya que vivo solo. Aparte de ello, creo que Bond y yo podríamos llegar a ser muy buenos compinches. Él tiene buenas amigas y yo buenos contactos, así que podríamos formar una dupla de miedo.

Año 2008…

En eso pensaba cuando Mathy me preguntó si en las Termas de Cauquenes hacía frío a finales de noviembre. Gracias a que el jefe sufrió una repentina indigestión debido a un exceso de mero piña que había comido dos días antes, me traspasó su invitación para degustar la cena de Año Nuevo que cada año organiza René & Sabine Acklin en sus termas ubicadas en la precordillera de Rancagua. Lógicamente invité a Mathy y ella, feliz, estuvo un día completo organizando un viaje que sería de antología.

La idea era ir, almorzar, ocupar las instalaciones, dormir, desayunar al día siguiente y regresar a la capital. Una muestra dedicada a James Bond era el enganche de ese domingo. El mismo tema que se repetirá a fin de año, en la cena de Año Nuevo que ya es tradicional en este hotel-tinelo que manejan los Acklin padre e hija.

Viajamos con otra pareja de invitados y “enllegando” como dicen en el campo, nos entregaron las llaves de la bonita y nueva habitación que nos correspondería. Como era pasado el mediodía, sólo una refrescadita por aquí y otra por allá ya que nos esperaban en el bar del hotel. ¿Habrá solamente martini?, preguntaba mi dulce Mathy pensando que Bond sólo tomaba este brebaje.

- No, preciosa. Acuérdate que Bond también alucina con el champagne
- ¿Y tendrán pisco sour?
- No creo –respondí-. Pero tendremos que averiguarlo rápidamente
- Vamos Exe, comentó cuando se ponía un par de gotitas de un suave perfume en su cuello. Estoy lista.

Alguien nos endilgó hasta un salón de conferencias donde estaba preparada la “mise en place”. Un salón de aperitivos con varias “estaciones” ambientadas en las películas de Bond. Por ahí, una mesa repleta de ostras de borde negro y Brut de Torres; otra de caviar de salmón con blinis, huevo, crema ácida y vodka Stolichnaya; una tercera con centolla a granel; otras con camarones salteados, huevos benedictinos y tártaro de tacas patagónicas. Más que de Bond parecía parte de una bacanal romana. Una séptima estación abastecía de licores y preparaciones variadas a los invitados donde no faltaba el buen vino, los mejores vodkas, gin y piscos dispuestos para la ocasión.

- No doy más Exe, me comentó Mathy
- Cuídate perrita –repliqué- ahora viene el almuerzo…
- ¿Almuerzo? ¿Estás loco?
- Sí. Almuerzo, y largo…
- Vamos a tener que dormir sentados Exe. ¿Te das cuenta?
- Preciosa, lo mejor que puedes hacer es dejar de lado ese huevo benedictino que tienes en la mano lista para engullirlo y nos vamos a fumar un puchito para después pasar a almorzar.

Dicho y hecho. Tras un cigarrillo la mesa ya estaba dispuesta. Un almuerzo de nueve tiempos nos esperaba. Será, junto al aperitivo, la cena de fin de año que ofrecerá el hotel a sus comensales. Mathy pensó que no sobreviviría ante tanta comida. -Ándate con calma, alcancé a aconsejarle cuando llegaban a la mesa “grosas” lonjas de salmón ahumado con espuma de raíz picante. Parsimoniosamente comencé a degustar mi plato y ella lo terminó antes que yo. “Qué maravilla” comentaba mientras bebía un chardonnay muy adecuado para la ocasión. Una sopa de abalones peruanos con trufas negras frescas llegó a continuación. Mathy, que nunca las había comido me preguntó por el delicioso aroma que desprendía esa pequeña lámina de trufa. ¡Esto es un orgasmo gastronómico! me comentó al oído con esa mirada lujuriosa que pone de vez en cuando. No le respondí ya que pensaba que comer sería el único placer de este viaje ya que lo demás… estaría de más…

Y seguirían las sorpresas: un gran trozo de foie gras fresco con morillas y champiñones pondría a prueba a los paladares más exigentes del país (nótese que ese día estaban presente gran parte de los especialistas gastronómicos). Notable y único. No sólo el foie gras. Las morillas, las más grandes que he visto en años y de un sabor irremplazable.

Tras un adecuado sorbete de mojito, útil para refrescar las achuras y hacer un alto en este aquelarre gastronómico, el cordero se hizo presente en un perfecto “koeftede”, un pastel de cordero elaborado con pan pita y yogurt. Al lado (y por si acaso alguien aún continuaba con hambre), varios trozos de suprema de pato al anís estrella.

Un queso de nuez francés, de rica consistencia y sabor comenzó a despedir este largo acontecimiento. De ahí, un postre que encantó a todos: frutillas a la albahaca con galleta de mantequilla con almendras y helado de chocolate para finalizar con café-café y trufas de chocolate blanco. No podíamos pararnos de la mesa. El evento había comenzado a mediodía y poniéndose el sol aun estábamos comiendo. Un cognac en la terraza sería nuestro próximo destino mientras el personal de servicio aprovechaba de limpiar las mesas para recibir nuevamente a los viajeros que dormirían en el hotel.

De hecho, parece que este veterano con un tenedor y un cuchillo es tan peligroso como Bond y su Walther PPK. Mathy tampoco lo hace mal ya que rato después estábamos cenando en los comedores de este complejo hotelero y gastronómico.

Dormimos prácticamente sentados en la cama. Tras caer en un profundo letargo, soñé con Bond. Miraba mi barriga y se reía. Me cae bien el tipo ese, aunque ande matando a medio mundo cada vez que se le ocurre. Pero hay cosas que él aún no puede hacer. Él tiene licencia para matar. Yo para comer. ¡Buen equipo podríamos armar!

Exequiel Quintanilla / Diciembre 2008