MY NAME IS
ACKLIN…RENÉ ACKLIN
Un homenaje al
mejor cocinero de nuestros tiempos.
Tengo un par
de diferencias con Bond. Lógico. A él le gusta el Martini “shaken, not stirred”
-batido, no revuelto-, y yo prefiero el vodka tónica. Él tiene licencia para
matar, algo no muy bien visto este último tiempo en épocas de barbaries
surtidas, y yo tengo licencia para ir donde se me plazca ya que vivo solo.
Aparte de ello, creo que Bond y yo podríamos llegar a ser muy buenos
compinches. Él tiene buenas amigas y yo buenos contactos, así que podríamos
formar una dupla de miedo.
Año 2008…
En eso pensaba
cuando Mathy me preguntó si en las Termas de Cauquenes hacía frío a finales de
noviembre. Gracias a que el jefe sufrió una repentina indigestión debido a un
exceso de mero piña que había comido dos días antes, me traspasó su invitación
para degustar la cena de Año Nuevo que cada año organiza René & Sabine
Acklin en sus termas ubicadas en la precordillera de Rancagua. Lógicamente
invité a Mathy y ella, feliz, estuvo un día completo organizando un viaje que
sería de antología.
La idea era
ir, almorzar, ocupar las instalaciones, dormir, desayunar al día siguiente y
regresar a la capital. Una muestra dedicada a James Bond era el enganche de ese
domingo. El mismo tema que se repetirá a fin de año, en la cena de Año Nuevo
que ya es tradicional en este hotel-tinelo que manejan los Acklin padre e hija.
Viajamos con
otra pareja de invitados y “enllegando” como dicen en el campo, nos entregaron
las llaves de la bonita y nueva habitación que nos correspondería. Como era
pasado el mediodía, sólo una refrescadita por aquí y otra por allá ya que nos
esperaban en el bar del hotel. ¿Habrá solamente martini?, preguntaba mi dulce
Mathy pensando que Bond sólo tomaba este brebaje.
- No,
preciosa. Acuérdate que Bond también alucina con el champagne
- ¿Y tendrán
pisco sour?- No creo –respondí-. Pero tendremos que averiguarlo rápidamente
- Vamos Exe, comentó cuando se ponía un par de gotitas de un suave perfume en su cuello. Estoy lista.
Alguien nos
endilgó hasta un salón de conferencias donde estaba preparada la “mise en place”.
Un salón de aperitivos con varias “estaciones” ambientadas en las películas de
Bond. Por ahí, una mesa repleta de ostras de borde negro y Brut de Torres; otra
de caviar de salmón con blinis, huevo, crema ácida y vodka Stolichnaya; una
tercera con centolla a granel; otras con camarones salteados, huevos
benedictinos y tártaro de tacas patagónicas. Más que de Bond parecía parte de
una bacanal romana. Una séptima estación abastecía de licores y preparaciones
variadas a los invitados donde no faltaba el buen vino, los mejores vodkas, gin
y piscos dispuestos para la ocasión.
- No doy más
Exe, me comentó Mathy
- Cuídate
perrita –repliqué- ahora viene el almuerzo…- ¿Almuerzo? ¿Estás loco?
- Sí. Almuerzo, y largo…
- Vamos a tener que dormir sentados Exe. ¿Te das cuenta?
- Preciosa, lo mejor que puedes hacer es dejar de lado ese huevo benedictino que tienes en la mano lista para engullirlo y nos vamos a fumar un puchito para después pasar a almorzar.
Dicho y
hecho. Tras un cigarrillo la mesa ya estaba dispuesta. Un almuerzo de nueve
tiempos nos esperaba. Será, junto al aperitivo, la cena de fin de año que
ofrecerá el hotel a sus comensales. Mathy pensó que no sobreviviría ante tanta
comida. -Ándate con calma, alcancé a aconsejarle cuando llegaban a la mesa “grosas”
lonjas de salmón ahumado con espuma de raíz picante. Parsimoniosamente comencé
a degustar mi plato y ella lo terminó antes que yo. “Qué maravilla” comentaba
mientras bebía un chardonnay muy adecuado para la ocasión. Una sopa de abalones
peruanos con trufas negras frescas llegó a continuación. Mathy, que nunca las
había comido me preguntó por el delicioso aroma que desprendía esa pequeña
lámina de trufa. ¡Esto es un orgasmo gastronómico! me comentó al oído con esa
mirada lujuriosa que pone de vez en cuando. No le respondí ya que pensaba que
comer sería el único placer de este viaje ya que lo demás… estaría de más…
Y seguirían
las sorpresas: un gran trozo de foie gras fresco con morillas y champiñones
pondría a prueba a los paladares más exigentes del país (nótese que ese día
estaban presente gran parte de los especialistas gastronómicos). Notable y
único. No sólo el foie gras. Las morillas, las más grandes que he visto en años
y de un sabor irremplazable.
Tras un
adecuado sorbete de mojito, útil para refrescar las achuras y hacer un alto en
este aquelarre gastronómico, el cordero se hizo presente en un perfecto
“koeftede”, un pastel de cordero elaborado con pan pita y yogurt. Al lado (y
por si acaso alguien aún continuaba con hambre), varios trozos de suprema de
pato al anís estrella.
Un queso de
nuez francés, de rica consistencia y sabor comenzó a despedir este largo
acontecimiento. De ahí, un postre que encantó a todos: frutillas a la albahaca
con galleta de mantequilla con almendras y helado de chocolate para finalizar
con café-café y trufas de chocolate blanco. No podíamos pararnos de la mesa. El
evento había comenzado a mediodía y poniéndose el sol aun estábamos comiendo.
Un cognac en la terraza sería nuestro próximo destino mientras el personal de servicio
aprovechaba de limpiar las mesas para recibir nuevamente a los viajeros que
dormirían en el hotel.
De hecho,
parece que este veterano con un tenedor y un cuchillo es tan peligroso como
Bond y su Walther PPK. Mathy tampoco lo hace mal ya que rato después estábamos
cenando en los comedores de este complejo hotelero y gastronómico.
Dormimos
prácticamente sentados en la cama. Tras caer en un profundo letargo, soñé con
Bond. Miraba mi barriga y se reía. Me cae bien el tipo ese, aunque ande matando
a medio mundo cada vez que se le ocurre. Pero hay cosas que él aún no puede
hacer. Él tiene licencia para matar. Yo para comer. ¡Buen equipo podríamos
armar!
Exequiel Quintanilla / Diciembre 2008