¿SOUVENIR O
ROBO?
Yo nací en esta ribera del Arauca vibrador / Soy hermano de la
espuma /
De las garzas de las rosas / Y del sol y del sol.
No sé la razón, pero cuando veo los
noticiarios de televisión me acuerdo de la canción “Alma llanera” el clásico
venezolano que se canta desde 1901. Cuando veo el desmadre de los robos y
asaltos en todo el país llego a la conclusión que no tenemos alma llanera…
somos de alma ratera.
¿Qué diferencia hay entre aprovecharse de las
circunstancias y apropiarse de un plasma en un saqueo o de un salero en un
restaurante? ¿Pocas? ¿Muchas?
Desgraciadamente tenemos en Chile el complejo
(o la excusa) del souvenir. Creemos que llevarnos un tenedor, una servilleta o
un salero no le hacemos daño a nadie. Las toallas de los hoteles son recuerdos
imborrables de jornadas épicas vividas en ellos. El que logra llevarse una bata
con logotipo es un héroe y la muestra como uno de sus trofeos favoritos. No
falta en las mesas de la gente “bien” un pimentero y un salero con el logo de
un restaurante de categoría. Incluso muchos conspicuos se hacen de un set de
cubiertos de pescado tras varias visitas al mismo local.
La cultura del robo (o de la sustracción de
especies) no es sólo nuestra. Pero, ¿de qué podemos quejarnos si un Poder Judicial
con poco poder persuasivo deja en libertad a cualquier ladrón de supermercados,
cuando muchos salen de los restaurantes y hoteles con pertenencias que no les
son propias?
Para cualquier empresario hotelero y
gastronómico, renovar especies que se han apropiado sus clientes es tanto o más
caro que uno o diez plasmas. O sea, si el delito pequeño no se puede
dimensionar, sigue siendo tan vil como el delito grande.
Y esa es una cultura que debemos borrar en
nuestro país. Nos hemos acostumbrado a llevarnos objetos pensando que no le
hace daño a nadie y sin embargo eso no es verdad. Perjudicamos las
infraestructuras de los negocios y los grandes esfuerzos que ellos han
realizado para ofrecernos un buen ambiente y una mesa (o una habitación) a la
altura del costo de la cuenta. Pero en el costo del consumo no están incluidas
las copas, los cubiertos, las servilletas -y según varios empresarios
consultados-, hasta los platos.
No estamos justificando el robo y los
asaltos. Pero tampoco justificamos el robo de un salero. Ambos son (y hay que
ser claros en este aspecto), delitos contra la propiedad. Cuando vamos a la
tienda de nuestra preferencia y nos gusta algo, regateamos y compramos un producto,
pero no nos apropiamos de él porque nos gustó. Y no nos engañemos entre
nosotros. Si tenemos la oportunidad de comprar algo robado a un vil precio, lo
hacemos. Y eso pasa en toda la gama de clases sociales de nuestro país.
Estos últimos años hemos aprendido una
lección. Nuestra sociedad permitió y fomentó la existencia de los delincuentes,
anarquistas talibanes, traficantes, marginados sociales e incluso ladrones de
cuello y corbata que se pasean en caros vehículos y asisten a misa todos los
domingos. Eso es culpa nuestra. De los 17 millones de chilenos que no supimos
que para educar hay que dar el ejemplo. Nos sentimos atraídos por el dinero
ajeno y pensamos que, si surgimos gracias a él, no es delito. Cuando los de
arriba y los que tienen el poder roban a manos llenas, ¿no es un ejemplo para
los más desposeídos?
No es un tema fácil. Se necesitarán
generaciones para terminar con este tipo de situaciones. Pero alguien tiene que
decirlo y tratar de emprender esta titánica tarea. Por lo menos este escribidor
piensa que es el momento de comenzar a frenar esta cultura del robo hormiga (y
el grande). Si somos más honrados, capaz que sirva de ejemplo. (JAE)