¿QUIÉN QUIERE ABRIR
UN RESTAURANTE?
En
cada edición de Lobby pretendemos dejar un mensaje -positivo o negativo- de
nuestra gastronomía. Mal que mal conocemos el ambiente desde hace muchos años y
vemos repetitivamente cómo algunos empresarios se dejan llevar por esto del
esnobismo y de la parafernalia gastronómica pensando quizá encontrarse con la
olla de oro que está al final del arco iris. Y, con la pandemia en curso, bueno
es prevenir el futuro, antes de llorar.
Impresionan
los montos que ocupan para instalar los locales. En cualquier escuela de
negocios les habrían dicho que meterse en esto de la gastronomía es algo más
serio de lo que se puede pensar y que muchas veces- la mayoría de ellas- lleva
a un fracaso económico. Aun así, antes de la pandemia se seguían construyendo y
armando decenas de restaurantes en nuestro país. La mayoría busca una casa,
bien ubicada (según ellos) sin siquiera saber los flujos que tiene la calle en
cuestión. Todos contratan a un arquitecto, que para ellos es el mejor asesor,
que les hace gastar millones en cocinas mal diseñadas y caros artilugios que
nunca ocuparán. Pero para ellos el arquitecto es el dios y sólo creen en él.
Lo
peor de todo es que a veces en esta aventura le acompañan chefs de renombre que
desean tener un restaurante propio. El dulce sueño de los chefs que no
comprenden que un restaurante es un negocio difícil y que muchas veces el 8% de
las utilidades que renta un negocio exitoso de esta naturaleza, se va por la alcantarilla
de los gastos no pensados. Aun así, todos están detrás de este rubro… que poco
tiene de negocio.
Meses
pasan buscando las patentes respectivas. Ya sean provisorias o definitivas. La
maraña administrativa es tremenda y es difícil saltársela. Una vez conseguida,
a los seis meses se dan cuenta que aún hay que poner plata del bolsillo para
mantener la situación. Desgraciadamente pensaban en grande, que su local
tendría público de lunes a domingo y realmente sus clientes llegan el viernes y
sábado. Y con dos días de éxito, el lugar apenas se mantiene.
Al
final deciden hacer la pérdida y vender el negocio a otro inversionista que ve
en la gastronomía algo genial. Generalmente alguien cae y compra el lugar… y
otra vez comienza la misma letanía.
Es
triste, pero real