miércoles, 14 de septiembre de 2011

LOS CONDUMIOS DE DON EXE



EL REGRESO

Mi vida iba viento en popa cuando recibí un mail de Mathy. Regreso mañana en LAN a las 7 de la tarde. Corto y escueto. Atrás quedarían mis últimas aventuras. A partir del día siguiente todo sería diferente.

Menos mal que tenía 24 horas para prepararme. De partida, limpiar mi departamento y sacar de ahí todo vestigio de amores inconclusos y botellas vacías. Partir al supermercado sería mi segunda tarea con el fin de poner algunos yogures en la puerta del refrigerador y dos lechugas que en una semana pasarán directo al tacho de la basura. Más aun, una botella de espumoso para celebrar su llegada y cinco lucas al conserje para que mantuviera la boca cerrada. Eso de los conserjes es grave, ya que no fueron 5 lucas, fueron 20 en total. Tres de planta y uno de reemplazo que alternaron mis panoramas durante este bendito mes de soledad.

Una amiga me había comentado que las mujeres se huelen como los perros, así que ventilé el departamento y trajiné cada rincón en búsqueda de algo que me incriminara. Dura tarea pero eficaz. A las cinco horas mi departamento lucía como una habitación de un cinco estrellas. Sin embargo, y para que no sospechara que había realizado una profunda limpieza, dejé un par de vasos sucios en el lavaplatos, un pimiento rojo podrido en el refrigerador y un pijama (que no suelo usar) en la ropa sucia.

Me preocupé de los detalles: limpiar mi correo electrónico ya que mi último encuentro con Sofía, la paquita, se había convertido en un amor cibernético; luego, pedirle ayuda al conserje para que borrara de mi celular los mensajes que tenía guardados ya que la revolución tecnológica me superó; limpiar la billetera de esas boletas de compraventa que te entregan irresponsablemente los tugurios con el fin que te pillen y por último, botar, con pena, el chullo que me había regalado Abril, la peruanita, unas lindas pulseras de hilo que me puso la loca de la moto y un par de Ray Ban de cuneta que me había obsequiado Sofía, la paquita (esos no los boté, solo los escondí).

Llegó ufana y nada de esquiva. “Fui al casino de Iquique y gané” comentó. “Y quiero invitarte a cenar”.

- ¿Donde?
- Donde quieras Exe.
- ¿Tanto ganaste?
- No tanto… pero te dejé solito un mes entero y quiero ponerme al día contigo.

Mi cerebro comenzó a funcionar rápidamente. Veté Ñuñoa y el Barrio Bellavista. Providencia también. Sólo me quedaban los alrededores de Las Condes y Vitacura. Pero, como caballero que soy, le comenté casi traspirando:

- Tú invitas, por tanto tú pones el lugar.

Cuento corto. Después de dejar las maletas en su departamento el mismo taxi enfiló al Parque Arauco. Allí mismo donde convergen millones de personas al año y a más de alguna conozco, me llevó. No sé la razón, pero intuía que esto no terminaría bien.

Eligió El Otro Sitio. “Quiero comida peruana de verdad”, comentó. “No la de Iquique”. Mientras saboreábamos un pisco sour en un vaso de cerámica y pedíamos unos piqueos para comenzar, se me acerca una jovencita rubia y flaca de buen cuerpo y mejor figura:

- ¡Exe!
- El mismo, respondí.

Me abraza con ternura y Mathy no entendía la situación. La presenté y me percaté que no congeniaron para nada. La rubia, feliz, me comenta: “esos sours corren por mi cuenta y el próximo también”

- ¿Se puede saber quien es esa flacuchenta?
- Es la relacionadora pública de este local
- ¿Y porqué ese abrazo tan apretado?
- Es que no nos veíamos desde hace mucho tiempo, mentí

No era mi día parece. Los astros no se alinearon como correspondía. Dos mesas más allá estaba Colomba, una deliciosa argentina que, a pesar de andar con su novio, me reconoció y corrió a saludarme.

- ¡Exe! Eres un ingrato. ¿Cuándo me iras a ver?

De castaño a oscuro se estaba poniendo la cena. Cebiche para Mathy, tiradito para mí; arroz con mariscos para ella, parihuela para mi; picarones de postre para ambos y otro sour para tratar de componer las relaciones. Poco habló Mathy. Sin querer queriendo estaba molesta a horas de su llegada.

Terminó el suplicio, me dije cuando pedimos la cuenta. Mathy había traído de la Zofri de Iquique una buena botella de whisky que me invitó a degustar. Más que rápido abandonamos el lugar y ya en la calle tomamos un taxi para dirigirnos a su bulín, allá en las cercanías de Nueva Costanera.

Pero las desgracias no vienen de a una. Vienen todas juntas. Como era 11 de septiembre y ese día se juntan muchos celos y recelos, una patrulla de carabineros detiene el taxi donde viajábamos. Cuando la vi, mi corazón comenzó a galopar. Era Sofía, la paquita de la motoneta verde.

Tanta mala suerte junta era inconcebible, ero ahí estaba ella, pidiéndole las cédulas de identidad a todos los que hacía detener. Le pasé el mío y como estaba oscuro ella no me reconoció al momento, pero cuando vio mi nombre, se asomó por la ventanilla del taxi y pregunta:

- ¡Exe! ¿Eres tú?

Fue el acabose. Mathy se mordía los labios de la rabia acumulada y sin resentimiento alguno me dejó botado en Vitacura, sin whisky ni arrumacos. El taxista, gentil, ofreció llevarme a mi querida Ñuñoa en un día difícil por las barricadas y los cortes de luz. Se lo agradecí pero le conté que mis faltriqueras estaban maltrechas. “Me pasa su reloj y después la plata”, comentó. Yo, feliz, ya que el reloj me había costado dos lucas en la calle Bandera.

Sólo a mí tienen que pasarme estos avatares. Es cierto que Santiago es un pañuelo y que las sorpresas pueden ser constantes, pero eso Mathy poco lo entiende. Mañana tendré que mandarle flores e invitarla a mi departamento este fin de semana dieciochero. Por el momento sólo me queda esperar que se le quite la rabia. Y como a nadie le falta un dios, me senté en mi bergere con la TV encendida para beberme un guindado que me había enviado mi primo Axe que vive en Renaico. Allí me quede dormido. Soñé que Mathy pillaba churrines en el refrigerador y sostenes debajo de los cojines del living. Desperté como si hubiese sido una pesadilla y revisé todo sin encontrar rasgo alguno.

Creo que comenzaré a portarme bien. Me olvidaré de mis chicas sub 35 y caminaré tranquilo por la vida con Mathy. Me ha soportado durante años y merece que le responda de la misma forma. El lunes sin falta comienzo mi dieta sentimental.

¿Me creen?

Exequiel Quintanilla

Nota del autor: Las fotos que ilustran esta crónica fueron honrosamente sustraídas del sitio www.800.cl