martes, 5 de marzo de 2013

LOS CONDUMIOS DE DON EXE

AFTER OFFICE
El que mucho abarca…

- ¿Así que en un funeral, eh?
- No te entiendo, Sofía.
- No te hagas el de las chacras, Exe. No te resulta.
- Aun no te entiendo, preciosa.

De mal modo toma un diario que tenía en el sofá y me lo pasa.

- Averígualo solito y tómate tu tiempo. Yo ahora salgo con una amiga a un after office.
- ¿After qué?
- After office, menso.

Estaba tan emputecida que mi instinto de supervivencia no me dejó decirle que estaba envidiosa ya que como paca que era, no le permitían sacarse fotos. Pero me contuve y tras el portazo que dio me quedé solo y con el diario en cuestión. No tenía idea pero ahí estaba yo, bebiendo un pisco sour en la terraza de un bar de Providencia con Abril, la peruanita colorina que había venido una semana a Santiago y que nos juntamos para hacer recuerdos… recuerdos ya que debido a que en  febrero no hay noticias, los ágiles reporteros de la prensa inventan páginas sociales veraniegas.

Abril, la peruanita
¡Con razón mi Sofi estaba furiosa!

No quise esperarla ya que no valía la pena. Como aun era temprano y mi día no podía terminar de abrupta manera, llamé por teléfono a Margarita, una jovial argentinita que tiene una especie de boutique en Providencia. ¿Me aceptas una invitación a cenar? -pregunté con mi mejor voz de conquistador. Ella, sin desvanecerse -ya que nadie se desmaya por mi a estas alturas de la vida-, me contesta que feliz lo haría, pero que tiene un par de problemas familiares que le impiden aceptar el convite.

Opción uno: un fracaso. Me acordé de la Fran pero me contestaron que estaba en Miami en un curso; de Jacinta, y otra vez fallé ya que estaba visitando el casino de Talca. ¡Michelle, ella sí!, pero otro error. Era su día libre. Tras cinco llamados posteriores a Maca, Eva, Renata, Anita y Claudia, llegué a la conclusión que mi after office seria muy aburrido. Menos mal que no me deprimo ya que si así fuera ese día estaba para el suicidio. ¿Dónde mierdas quedaba mi fama? ¿Qué dirían si me ven tomándome un trago sin compañía en algún tugurio de mala muerte?

Mala cosa.

Con la puteada de la paquita no tenía hambre y ara variar su teléfono no lo contestaba. Caminé un rato por Coventry con la mirada puesta en las rayitas que hace el cemento entre un bloque y otro de la acera. ¿Por qué no habrá un bar en esta calle?, feliz habría entrado a uno a beber un martini en vodka.

Sin horizontes de algo entretenido esa tarde-noche, regresé a mis tierras. Llegar a la Plaza Ñuñoa a la hora en que un millón de autos pululan por las calles de Santiago no es fácil. Cuando llegué al departamento me encuentro con una hoja de cuaderno de matemáticas (con espiral) que con un plumón rojo Sofía había escrito “Perdona Exe, son sólo celos”.

¿Celos? ¿De qué? ¿De varios pisco sours?

¡Mujeres! Con razón dicen que no hay que entenderlas, sólo hay que quererlas.

Casi dormía cuando sonó el teléfono. Pensé que era mi Sofía pero era la Fran.

- Querido… te llamo desde Miami… ¡supe que me andabas buscando!
- Cierto, pero ya pasó.
- Nada de eso. Te espero el jueves a cenar. ¡Tengo mucho que contarte!
- Pero…
- Nada de peros, Exe. El jueves a las nueve de la noche. ¡Te llevo de regalo una cajita de puritos!

Yo sé que a nadie le falta Dios, pero aquí me la están tirando con pala. Ahora, y con la cueva que ando, capaz que aparezca el domingo en las sociales de El Mercurio cenando con la Francisca.

Definitivamente tendré que irme paso a paso. Los incendios se apagan de a uno y no todos juntos. ¿Qué hago si Margarita también me llama para invitarme a cenar?

Tiene razón mi uniformada cuando dice que me voy a ir al cielo –o al infierno- en pelotas, con una piscola en la mano, una corbata puesta como cintillo indio en la cabeza y que seré titular en “La Cuarta”. Definitivamente no soy un buen ejemplo. Pero lo comido y lo bailado…

Exequiel Quintanilla