LOS PABILITOS DE LA FOTÓGRAFA
Hace unos días me percaté de algo que no
le había dado importancia en mi vida pero que poco a poco se ha ido
exacerbando. ¡Me descontrolan los pabilitos! A decir verdad es un fetiche que
tengo metido en la cabeza y sin llegar a ser una enfermedad, cada vez que veo
una lola con una polera con pabilitos, las palmas de las manos comienzan a
picarme. Hay veces que llego al paroxismo cuando veo que tras una polerita con
tiritas, sobresalen otras, de diferente color, haciendo una especie de composé
o contrapunto a mi libido.
Lo que tiene que suceder, sucede. Y
últimamente estoy culpando a mi gato chino los avatares que me suceden. Claro
está que mi libreta de amigas se ha convertido este último tiempo en una página
triste y desolada. Ellas los prefieren jóvenes y capaces de sortear una fiesta
con música electrónica (léase bum bum, bum bum) al sonido de grandes parlantes
y un par de latas de bebidas energéticas para no decaer. Yo, bien lo saben,
prefiero una cena a la luz de lo que sea, bien regada y un buen vino para
enamorar.
Con Mathy (en la reserva y en su eterna
Iquique) y mi paquita, ya casada y con sus interminables turnos nocturnos, no
encontraba qué hacer. Busqué la respuesta en el gato. Éste seguía meneando su
pata izquierda de arriba hacia abajo y les juro que me sonrió. Últimamente creo
más en el gato que en cualquier otra figura: mil quinientos millones de chinos
no pueden estar equivocados. Pensado y hecho, me armé de valor para aventurarme
por las calles nocturnas de mi querida Ñuñoa.
Me dio nostalgia cuando percibí que
todas las chicas andaban acompañadas con sus parejas. Era, por así decirlo, uno
de esos sábados de fin de año y de reencuentros con sus minos habituales.
Visité el subterráneo de los estacionamientos de la Municipalidad, la plaza y
un par de cuadras alrededor, Las Lanzas (donde aproveché de beber un Pillin –
pisco con Ginger Ale-… y nada de nada. En eso estaba cuando se me aparece un
ángel. Bueno, no era un ángel, era una angelita. Una fotógrafa de modas que
había conocido tiempo atrás. De jeans, polera raída y zapatillas me saluda con
una pasión que no entendí en principio. La polera le caía por los hombros y
dejaba ver las tiritas de su sostén.
- ¡Exe,
que gusto verte!
- El
gusto es tuyo, para mí, un placer. ¿Qué haces en Ñuñoa querida?- Vengo a sacar unas fotos para un especial de una revista con ropa alternativa. ¿Y tú, qué haces acá?
- Yo vivo en Ñuñork. ¿Quieres beber algo?
- Dale Exe, las modelos son más lentas que cascada de manjar, así que acepto. ¿Qué bebes?
- Pillín, una variante del chilcano peruano.
- ¡Me tinca! ¿Tú invitas? Mira que en esta profesión aparte de pagar mal, pagan tarde, mal y nunca.
Cada vez que la miraba, más me gustaba
la guacha. No era problema de pechugas más o pechugas menos, eran sus pabilitos
los que me tenían casi esquizofrénico. La flaca tenía hambre así que pedimos
unas papas fritas con huevos estrellados mientras las modelos se cambiaban de
ropa. Mientras comíamos, yo miraba sus pabilitos y llegué a la conclusión que
estaba enfermo… un enfermo muy especial.
- ¿Me acompañas a la sesión de fotos?
- ¿Puedo?
- Bueno… digo que eres mi asistente.
- ¿Y qué tengo que hacer?
- A decir verdad, nada. Pero si llevas un termo con vodka tónica, capaz que mucho.
Los pabilitos de la fotógrafa me tenían
fuera de sí. Hablé con don Manuel, el amo de Las Lanzas y me prestó un termo de
dos litros. Le puso hielo, una botella de vodka y rellenó con tónica. - ¿De dónde
sacas minas tan ricas?, preguntó.
- Llegan
de la nada, respondí ufano.
Estuvimos, bueno, ella estuvo hasta las cinco de la madrugada sacando fotos. La plaza, la iglesia, los restaurantes, los paraderos de buses, la Muni, los edificios cercanos e incluso varias modelos tiradas como muertas en los pasos de cebra. Entre foto y foto, vaciábamos el termo con la fría pócima. Yo, eterno fetiche, sólo miraba pabilitos. Les juro que la próxima semana iré al siquiatra a preguntar si esto es una parafilia o simplemente una simple calentura. Pero definitivamente las cintitas me transportan al más allá.
Las tomas terminaron de madrugada. Todas –y todos- estábamos
reventados. Mi amiga fotógrafa pregunta si puede dormir en mi departamento. –No
me da el cuero para llegar a Providencia, dice.
Me recibe el gato de la suerte con su
pata inmovil. Al condenado se le habían acabado las pilas. Le ofrecí a la
fotógrafa la habitación de las visitas. Ella se tira en la cama y se queda
dormida al instante. Le saqué sus zapatillas y la cubrí con una manta mientras
miraba esos pabilitos que tanto me gustaban. Cierro la puerta (por fuera) y voy
directo al gato para increparlo. Le cambio las pilas y me voy a acostar. Cierro
mi puerta (por dentro) y el amanecer me pilló pensando en esas albas cintitas
que me enloquecieron.
Mañana mismo voy en búsqueda de pilas de
larga duración. Ojala de uranio. Para que no falle el gato cuando el goleador entra en
el área chica.
¡Feliz Año Nuevo!
Exequiel
Quintanilla