TURQUÍA
Donde nada parece ser realNo es difícil toparse con una musulmana vestida con una burka entrando a una tienda de Victoria Secret a comprar lencería del primer mundo. Ellas también disfrutan el libre mercado.
Mientras bebo una copa de vino junto a
Karin von Oetinger, una de los 37 chilenos que viven en Turquía, me explica que
en ese país no hay grandes bebedores ni alcohólicos, “ya que con el precio que
tiene el vino, se necesita ser millonario para beberlo”, dice.
Como un contrasentido, estábamos
bebiendo un aceptable sauvignon blanc sentados en mullidos sillones en uno de
los más impactantes palacios de la ciudad. El Ciragan Palace Kempinski
Istambul, situado a orillas del Bósforo y con una vista impresionante al sector
asiático de una ciudad que vive entre dos continentes. A un lado Europa, con
todo el lujo de los imperios romano y otomano y al otro Asia, donde Estambul se
extiende para dar cabida a sus doce millones de habitantes. Allí, donde un día
se fundó Constantinopla y actual tierra de musulmanes, el vino es quizá un lujo
sólo para los turistas.
Turistas que llegan por millones: el año
pasado este país recibió 30 millones de extranjeros y eso se nota en una ciudad
que bulle desde el amanecer hasta altas horas de la madrugada. Yo era uno de
ellos y estaba absolutamente embobado con Estambul. Karin me cuenta que es
porteña y un día llegó a esta ciudad y se enamoró de un turco propietario de
una agencia de turismo. Ahí armó su vida y se le ve feliz. ¡Salud por ello!, le
respondo.
Hice durar bastante mi copa. Es cierto
que le están poniendo empeño para mejorar la calidad de sus caldos, pero
sinceramente les será difícil tecnificar su débil estructura vitivinícola. Sin
embargo la curiosidad me llevó a solicitar una carta de vinos del restaurante
del hotel para ver alguna referencia en los valores de los vinos. Varios
botones de muestra: una copa de Veuve Clicquot Posardin Brut $ 27.200 de
nuestros pesos. ¿Vino chileno? Si. Tres etiquetas y todas de San Pedro: 35 Sur
Sauvignon blanc y syrah a 50 mil pesos y un carménere 1865 en la no
despreciable suma de $ 115.000.
Pensé que por estar en este lugar de
lujo el precio de los vinos andaba por las nubes. Así que otro día, y en otro
hotel ubicado en la Plaza Taksim (el epicentro de Estambul), hice el mismo
ejercicio: una copa de vino turco, cinco mil de nuestros pesos y una botella de
vino del mismo origen varía entre los 25.000 y 52.000. Nuestro Miguel Torres
también estaba presente con un chardonnay Gran Viña Sol a 50 mil de nuestros
pesos. Pensé en un trago y me entusiasmé con un mojito, $ 10 mil de los
nuestros y con una diminuta porción de ron.
La gastronomía es infinitamente más
económica si se buscan lugares sencillos que los hay por montones: pescados en
las orillas del Bósforo; comida turca en toda la ciudad y en carritos
callejeros donde venden choclos asados, castañas, dulces turcos, unas geniales
pizzas turcas con queso de cabra y los infaltables kebab. Lo internacional se
puede conseguir en los sectores de alto nivel donde lo europeo es sin duda muy
bienvenido.
La historia
Mi afán periodístico dejó de lado los
placeres de la comida y la bebida para seguir la historia de esta ciudad sólo
con agua embotellada. Todo lo imponente de Estambul se emplaza en pocas
cuadras, así que fácil es conocer en una mañana monumentos históricos como el
museo Santa Sofía, construido en el año 360 dC. Y que antes fue una basílica
ortodoxa y luego una mezquita musulmana.
A un par de cuadras se erige la Mezquita
Azul (1609), lugar de oración de los musulmanes y atracción turística de cuanto
viajero pise estas tierras. Ya en el exterior, los restos del hipódromo,
gigantesca construcción que albergaba a cien mil espectadores y que en la
actualidad sólo se pueden observar tres grandes monumentos: el obelisco egipcio
construido por el faraón Thutmose III 1549-1503 a.C; la serpiente (479 a.C) y
una columna de piedra que data del siglo IV.
Pero el verdadero éxtasis se produce al
conocer la cisterna Yerebatan, que es la más grande de las 60 cisternas que
fueron construidas en Estambul durante la época Bizantina. Como no había agua
dulce suficiente dentro de las murallas que rodeaban la ciudad, construyeron en
el año 532 un gran depósito y ahí guardaban el agua traída a través del
acueducto de Valente. Bajo tierra, tiene 336 columnas repartidas en 12 hileras
de 28 y situadas a 4 metros de distancia en un área de 10.000 m2, tiene 8
metros de altura y aproximadamente su capacidad es de unos 80.000 m3 de agua
dulce.
Los mercados
Dos grandes mercados son los favoritos
de los millones de turistas que recorren Estambul en el año. El Mercado de las
Especias (publicado la semana pasada en extenso) y el Gran Bazar. El rincón
gourmet del Mercado de las Especias fue mi gran favorito. Todas las especias
del oriente tienen su espacio en este lugar donde el regateo es parte
fundamental de una compra. Si no se regatea, hasta el vendedor se molesta. Lo
mismo sucede en el Gran Bazar, gigantesca construcción que alberga cerca de 4
mil locales y donde se pueden encontrar las imitaciones más grandes del mundo.
Desde relojes por dos dólares (que nadie sabe cuánto durarán) hasta imitaciones
de carteras de marca a precios significativamente más económicos que las
originales. Cuero del bueno y del malo y vendedores que hablan español son toda
una tradición en este lugar.
El
Bósforo
Un recorrido por el Bósforo es
imperdible para quien visite Estambul. Este estrecho separa Europa de Asia y en
sus orillas se pueden ver fastuosos palacios, mezquitas, “yalis”, que son casas
de madera de altísimo valor y otras construcciones similares. Para un mortal
que viene del sur del mundo, escuchar que una de las casas de madera que está a
orillas del estrecho se vendió en 80 millones de dólares, tiendo a pensar que
es una broma. Pero cuando diviso los yates que usan sus propietarios entiendo
que acá vive lo más granado del mundo. Con razón en Estambul abundan las
mejores marcas y tiendas del orbe y están las mayores cadenas hoteleras a nivel
global llena de lujos asiáticos. ¿El gato mirando la carnicería? Posible. Pero
no da envidia ya que al menos se puede conocer una nueva realidad que se abre a
nuestra vista.
CAPADOCIA
De hadas, globos y trogloditas¿Será así la luna… o marte? Un verdadero paisaje marciano me recibe en la región de Capadocia tras una hora y minutos de vuelo desde Estambul. Un pequeño aeropuerto con una gran pista de aterrizaje para los miles de turistas que visitan esta región que se formó hace 3 millones de años con la erupción de los volcanes Erciyes, Hasandag y Malendiz. Las cenizas, lava y barro cubrieron toda la meseta de Anatolia Central con un grosor de decenas de metros. Al enfriarse esa masa caliente, se contrajo y agrietó. Luego con la erosión provocada por la nieve, agua, aire y cambios de temperatura, se crearon las formas más insólitas y alucinantes que se pueden ver en este mundo.
La mayoría de las rocas están
agujereadas. La Capadocia es como un queso gruyère. El hombre vivió en el
interior de las rocas hasta hace 50 años. Él las moldeaba a su gusto,
convirtiendo su interior en cocinas, almacenes y sobre todo en famosas iglesias
y monasterios.
Por estas tierras han pasado multitud de
civilizaciones, hititas, frigios, bizantinos, romanos, otomanos, etc., y todos
ellos, ante la falta de madera, ocuparon la roca y la trabajaron moldeando
establos, monasterios, habitaciones y hasta ciudades subterráneas donde se
escondían en tiempos de guerra.
Algunos aún siguen viviendo en estas
casas trogloditas, utilizándolas como tiendas de recuerdos o como palomares.
Realmente impresiona.
Si ver estas verdaderas esculturas desde
suelo firme es impresionante, divisarlas desde las alturas es algo fantástico
(180 euros por persona y sin opción a regateo). Cada día y al amanecer se eleva
una centena de globos aerostáticos con el fin que los turistas se lleven las
mejores imágenes en sus recuerdos y en sus cámaras. Una hora flotando en aire
al vaivén de la suave brisa matutina. A pesar de que son las cinco y media de
la mañana, el sol aparece en el horizonte y vuelve estas fantasmales rocas en
algo vivo y hermoso. Kilómetros y kilómetros de viviendas perforadas en la roca
es quizá la mejor reminiscencia de Los Picapiedra, la referencia más cercana
que tengo para hacer entender al lector este místico lugar. A las seis y media
de la mañana, bebíamos un raro espumoso turco para celebrar mi primer viaje en
globo.
Ciudades
subterráneas y pueblos perdidos
Con el advenimiento a la democracia en
Turquía, las nuevas autoridades ofrecieron a los antiguos habitantes de las
rocas, dignas viviendas en varios pueblitos que están a diez minutos entre uno
y otro. Así aparecen Nevsehir, Avanos, Ortahisar, Ürgüp, Mustafapasa y Goreme,
todos ellos convertidos en la actualidad en villas que viven del turismo.
En 1963, un habitante de Derinkuyu, en
la región de Capadocia, derribando una pared de su casa-cueva, descubrió
asombrado que detrás de la misma se encontraba una misteriosa habitación que
nunca había visto; esta habitación le llevó a otra, y ésta a otra y a otra… Por
casualidad había descubierto una ciudad subterránea, cuyo primer nivel pudo ser
excavado por los hititas alrededor del año 1400 a.C. (Recientemente arqueólogos
turcos encontraron una ciudad inmensa que data de hace cinco mil años)
Los arqueólogos comenzaron a estudiar
esta fascinante ciudad subterránea abandonada. Consiguieron llegar a los
cuarenta metros de profundidad, aunque se cree que tiene un fondo de hasta 85
metros.
La ciudad fue utilizada como refugio por
miles de personas que vivían en el subsuelo para protegerse de las frecuentes
invasiones en las diversas épocas de su ocupación, y también por los primeros
cristianos. El interior es asombroso: las galerías subterráneas de Derinkuyu
(en las que hay espacio para, al menos, 10.000 personas) podían bloquearse en
tres puntos estratégicos desplazando puertas circulares de piedra. En los niveles
recuperados se han localizado establos, comedores, una iglesia (de planta
cruciforme de 20 por 9 metros, con un techo de más de tres metros de altura),
cocinas (todavía ennegrecidas por el hollín de las hogueras que se encendían
para cocinar), prensas para el vino y para el aceite, bodegas, tiendas de
alimentación, una escuela, numerosas habitaciones e, incluso, un bar.
La ciudad se beneficiaba de la
existencia de un río subterráneo; tenía pozos de agua y un magnífico sistema de
ventilación (se han descubierto 52 pozos de ventilación) que asombra a los
ingenieros de la actualidad. ¡Y todo eso 1400 años antes de Cristo!
Turquía fue una verdadera clase de
historia en vivo y en directo que terminó con una copa de vino de Capadocia a
horas de mi regreso a Santiago. Un viaje maravilloso y enviciante. (Juantonio
Eymin)
Cómo llegar: Sao Paulo
–Estambul en un vuelo directo y sin escalas (12 horas) vía Turkish Airlines,
con tarifas desde US$ 1.050 más impuestos. En Santiago comparten códigos con
TAM. Para viajar a Capadocia, Turkish y
otras líneas de bajo coste y precio.
Dónde dormir: De
preferencia en hoteles cercanos a la Plaza Taksim donde se concentra la mayor
cantidad de hoteles de Estambul. La plaza Taksim es un gran centro de actividad
gastronómica y posee numerosas tiendas y espectáculos. En Capadocia, grandes
hoteles y también limpias posadas a elección en cualquiera de los pueblitos de
la región.
Dónde comer: En la
infinidad de restoranes y carros que tiene la ciudad y en todos sus barrios.
Desde tres dólares en adelante. El agua es potable pero se recomienda beberla embotellada.
La cerveza Efes es la más solicitada y por su valor, reemplaza a los vinos y
otros alcoholes.
Museos: Todos
tienen un valor cercano a los 10 dólares la entrada.
Visa a Turquía: No se
requiere