LA GENERACIÓN “Y” EN LA COCINA
Partamos de cero. Una columna de opinión
debe darle al lector las pistas necesarias para saber quién les escribe y si
deben tenerme algo de credibilidad, ya que con el advenimiento de los blogs y
las redes sociales, cualquiera se las da de profesional en cualquier materia.
Por ahí he leído que bebieron un chardonnay de Pérez Cruz que es un poema…
cuando esa bodega no elabora blancos. En fin. En esto de la gastronomía y los
vinos hay mucho paño que cortar y a pesar de que nuestro Chile es pequeñísimo,
no faltan los abrazos con puñales en la espalda.
En este pequeño mundo de verdades y
mentiras, la moda gastronómica no se queda atrás. Cada día que pasa, la
influencia extranjera es más valorada por nuestros cocineros y muchos de ellos
no disimulan el orgullo de haber trabajado pelando papas en algún restaurante
español o francés de respeto: “Trabajé tres semanas con Santi Santamaría”, es
una carta de presentación que aún no pierde vigencia en nuestro terruño.
A pesar de que aún existen estos
vendedores de ilusiones que nos maravillaron alguna vez con humo glacial,
deconstrucciones y birlibirloques varios, están apareciendo semillas de algunos
cocineros que van tras el rescate de nuestro producto. Cocineros de una
generación que le da más importancia a su carrera personal por encima de su
carrera laboral; que desean estar en contacto con nuestras raíces más que con
los vaivenes de la moda gastronómica mundial. La gracia es que conociendo las
técnicas, las aplican con su propia personalidad, algo que los podría convertir
en verdaderos cocineros.
Los hay repartidos por todo Chile,
nuevas caras como las de Diego Prado, un cocinero irreverente que actualmente
está en España haciendo clases en el Basque Culinary Center; Pedro Salazar, que hace poco trabajaba feliz
recogiendo y cocinando morchelas y setas de los bosques sureños para la
felicidad de los pasajeros y clientes del hotel Valle Corralco, en las
cercanías de Temuco y hoy es un contento emprendedor de comida callejera en
Pucón con su food truck (por así decirlo); o Nicolás Gárate, que a sus 23 años
ya tiene un nombre tras ganar varios concursos gastronómicos, entre otros de
sus méritos. Esta nueva generación no
busca la plata ganada fácilmente como medio para ser felices. Ellos manejan muy
bien el presente, no les interesa mucho el pasado y se despreocupan por el
futuro. Esta generación de intercambio pronto estará en nuestras cocinas y
restaurantes.
Al menos, yo creo en ellos. Aún son
pocos y esperamos muchos más. Ojala sea una verdadera generación de recambio. (JAE)