CÓMO CONOCÍ A LA PAQUITA
No
andaba sola. Eran dos paquitas en sus motonetas y a pesar de sus uniformes, se
veían sexys. El tipo se fue indignado y ella guardó su lápiz y talonario de
partes bajo el asiento de su verde dos ruedas. Pensé mandarle una felicitación
al alto mando de Carabineros por tener mujeres tan guapas en sus filas. Una de
ellas, la que sacó el parte, vio que la miraba en demasía. Estaba tan casi
encima de ellas que se percató de inmediato.
-
Señor ¿Necesita algo?
Con
razón Mathy me reta ya que a veces me meto en forros impensados. -¿Ahora andas
detrás de las pacas?, me diría. ¡Menos mal que en los conventos no entran
hombres!, culminaría.
Tenía
una estrellita en su hombro. Quizá recién subteniente. Era uno de esos días
calurosos de la semana pasada y ella se sacó el casco que la protegía.
-
¿Pesa mucho su casco?
-
Uff, me dice, casi tres kilos- ¿Y no le da calor?
- ¡Tenemos que usarlo!
Dos
aritos de perlas en sus orejitas como todo símbolo de femineidad. Bueno… casi
todo ya que sus pestañas estaban arregladitas y bajo ese uniforme se veían
atributos varios. Era difícil seguirle la conversación, pero a mis años me
puedo dar ciertos lujitos que otros no pueden.
-
Perdona, pero ¿ustedes son del plan cuadrante?
Tuve
temor que me tratara de ciudadano, pero ella rió y me pasó su tarjeta. -¿Cómo
te llamas?, inquirió. - Te pareces a mi abuelo.
¿Abuelo?
Bueno, al fin y al cabo lo soy, pero me siento de treinta.
La
llamé apenas regresé a mi departamento. Habían dos posibilidades: 1) Que toda
la fuerza del GOPE / OS7 /OS 9/ asaltaran mi cuchitril, o 2) Que ella se
apiadara de este vejestorio y me acompañara a cenar. Como buen observador, no
divisé argolla alguna en sus dedos y me la imaginé soltera y sin compromisos.
-¡Exe!,
qué bueno que llamaste. Fíjate que esto de ser carabinera es un punto en
contra para establecer buenas relaciones. Todos mis amigos son de la
institución, pero me gustaría de vez en cuando variar. Eso de hablar de
procedimientos, de la ley y de la bencina que te queda en la moto, me tiene
chata.
Sofía
(así se llama), quedó de juntarse conmigo a la hora que salía de su servicio.
“Tengo poco tiempo”, me advirtió, así que a junta sería en Ñuñoa. Le propuse La
Fuente Suiza y aceptó encantada. Cuando la vi, no lo podía creer. Ya no era la
paquita… era la mujer. Ajustados jeans sobre unas botas de cuero que ya me las
quisiera. Una polera que poco dejaba a la imaginación y un polar amarillo que
le hacía juego. – Mañana es mi día libre, comenzó diciendo mientras pedíamos
sendos lomitos y cervezas.
-¿Qué
haces?, pregunta.
- Escribo,
le contesto.-¡Huyyy, yo también!, dice ella. ¡Pero lo mío son puras citaciones al tribunal!-¿Me tienes miedo, Exe?
-Para nada. Sólo lamento no haberte conocido antes
-¿Antes de qué?
- Antes de que me pareciera a tu abuelo…
Estuve
a segundos de decirle que me provocaba verla con su uniforme de paquita. En
esos momentos se apareció Mathy en mi subconsciente. ¡Viejo lacho!, me decía.
¡No sé hasta cuándo te voy a aguantar!
Todo
iba por el camino correcto hasta que sonó su celular. Contestó preocupada y
luego de una corta conversación lo apaga. – Me tengo que ir, Exe. Tenemos una
emergencia y debo regresar a la comisaría.
-
¿Y el día libre?
- Son nominales. ¿Me llamas la próxima semana? Lo pasé chancho contigo.
Se
fue corriendo. Quizá a ponerse nuevamente ese uniforme de paquita que tanto me
gustó. A los pocos minutos sentí sirenas y autos policiales por doquier. En uno
de ellos es seguro que viajaba ella. Un viaje que no se sabe si tiene retorno.
Por eso admiro su profesión. Aunque una cosa es admirar su trabajo y la otra es
mirarla a ella.
¡Qué
mes! A la peruanita de la embajada, a la amiga con “sorpresa” y a la chica de a
moto, ahora se suma una paquita. ¡Con razón Mathy me tiene castigado!
Si no
regresa pronto, de seguro sabrán más de Sofía. Se los dejo firmado
Exequiel Quintanilla