martes, 22 de octubre de 2019

EL REGRESO DE DON EXE




DE FEIJOADAS Y OTRAS MENUDENCIAS

Cuando le conté a Sofía -mi paquita- de mi amistad con Lulú, ni siquiera se sorprendió. ¡Estamos en el siglo XXI!, comentó. “A estas alturas es normal que existan chicas como Lulú e incluso hombres “como tu conserje”.

¿Carlitos gay? Sin duda los tiempos habían cambiado. No me atreví a preguntarle a Sofía si ella pertenecía a “ese club” ya que si fuese efectivo habría dado vuelta mi mundo en 180°. No podría ser –pensé- ya que ella está casada con otro paco y antes fuimos fogosos amigos con raspe. Pero -según mi paquita- ello no es impedimento para que existan lelas, gays o incluso transexuales. “Hay más de los que te puedas imaginar”, concluyó.

Todo esto mientras hacíamos el almuerzo del sábado pasado. Con dos estufas a gas y un frío de mierda recordaba esos veranos en Ñuñork en que ella cocinaba sólo con un mandil con pechera que me habían regalado en uno de mis condumios. Ahora, en cambio, estaba más abrigada que hijo único.

Cambió un poco la temperatura cuando le preparé un sour con jengibre que bebimos en copa catedral. Ella, por su parte, había aprendido una receta de feijoada que incluía cerveza negra, cachaza y jerez. En una olla tenia los porotos negros y en otra un caldo oscuro con unas costillas de chancho que estaba cocinando a fuego lento. Sofía, como haciendo un ejercicio de sanación mental, me contaba de las siete protestas que se tuvo que mamar durante la semana y de las magulladuras que le deja el uniforme de combate que utilizan. Lo que más lamenta es que luego de sacarse cresta y media en las marchas y meter preso a cuanto encapuchado encuentran con bombas molotov, al día siguiente persiguen a los mismos de la jornada anterior. “Estamos para el hueveo”, dice muy seria.

Al segundo sour se comenzó a relajar y dejó de contarme cosas de la comisaria y de su marido que está “pasándolo la raja en Puerto Cisnes”. Poco a poco el calor comenzó a traspasar su piel y se sacó su grueso sweater para quedar con una polera verde bien chic que decía en la espalda “GOPE”. – “Nunca pensé sacarme el sweater, Exe. Así que te tendrás que contentar con esta polerita institucional…”

Como el frente del mal tiempo estaba avisado, mis pertrechos eran suficientes para no salir de casa durante todo el wikén. Sofía agradeció el gesto ya que sus papás no estaban en la capital y ella no quería estar sola. Como los horarios los determina el estómago, almorzamos como a las cuatro de la tarde y entre miradas van y miradas vienen, pensé que el bajativo lo beberíamos en el dormitorio, con sabanitas nuevas de 300 hilos de origen egipcio.

Tras dos platos de feijoada (que estaba realmente maravillosa) y dos botellas de Cacique Maravilla, un vino tinto de la cepa país que elaboran en Yumbel y que está para mascarlo, decidimos hacer un alto para descansar (de tanto comer) y lavar los trastos. Como en la cocina cabe una persona, me asigné como lavador oficial de platos mientras Sofía buscaba en la radio alguna música ad hoc para nuestro evento privado. Estábamos en eso cuando golpean la puerta. ¿Tienes invitados?, pregunta. Al ver que hacia un gesto negativo con la cabeza dice: ¿abro?

Era Lulú. Menos mal que mi paquita sabía toda la historia así que las presenté y ninguna se hizo rollos. Se saludaron de beso como si se conocieran de toda la vida y se sentaron en el sillón mientras yo seguía lavando platos. Me pareció una eternidad estar en la cocina mientras ellas hablaban despacito, cosa que yo no escuchara sus comentarios. Preparé una bandeja con tres copas de Oporto y un plato con un queso gorgonzola y láminas de peras que me había llegado de regalo. Me integré a la charla y me tuve que sentar en una silla pequeña frente a ellas ya que el living es diminuto. Sofía y Lulú reían cuando hice un brindis y pregunté la razón de tantas risas.

No paraban de reírse cuando Lulú me pasa una cajita envuelta en papel de regalo. ¡Que lo abra! ¡Que lo abra! Gritaban al unísono. Bebí un sorbo de mi Oporto y me apresté a abrir ese liviano paquete que estaba en mis manos. Me puse colorado de vergüenza cuando aparece una caja de Viagra (versión genérica, obvio) a la vista y risas de Lulú y Sofía.

¿Y por qué esto?, pregunté haciéndome el de las chacras. Lulú se levanta del sillón y me pregunta ¿tuviste un tren eléctrico cuando eras chico?

- Nunca, le respondí
- Ahora lo tienes en tus manos, querido. Serás una locomotora.

Aun no se me pasaba el sorocho cuando Lulú se fue. Sofía queda mirándome y con cara inocente pregunta
- ¿Petrolero o eléctrico?
- ¿Aunque sea a vapor?

Saca de su cartera un par de esposas, me las muestra y pregunta ¿te detengo o tú me interrogas?

Estoy seguro que muchos pensarán que el Viagra es lo máximo. ¿Ustedes no creen que posiblemente fue la feijoada?

Exequiel Quintanilla