LLAMADA
EQUIVOCADA
Me
encerré unos días luego de mi frustrado affaire con Abril, esa peruanita de
miedo que conocí en la embajada de su país. Mi paquita no me contestaba el
teléfono y aunque no lo crean, eso me duele. Sinceramente no estaba haciendo
nada malo, pero a ella no le gustó para nada que un vejete como yo tratara de
seducir a una jovencita.
Aún
recuerdo sus palabras: “¡Es bonita la guacha esa, pero es mucho para ti!”
Decidí
hacer un acto de contrición para sopesar mis siguientes pasos. Estoy consciente
que cada día que pasa me gustan más las chicas sub-40, pero también sé que mi
paquita tiene la sartén por el mango y siempre espera, tranquila, que regrese
como un perro fiel a su regazo. Por eso cada cierto tiempo me corta los
suministros básicos. La hembra Alfa me conoce.
Cuando
sonó mi celular, un día al atardecer, discurrí que era ella. ¡GANÉ, MIERDA!,
pensé, pero era una llamada equivocada…
-
¿Francisco?- pregunta
-
Lo siento, chica –respondí. Si es el mismo Francisco que yo ubico, te
equivocaste por un número.
-
¿Cierto?
-
Tan cierto que estás hablando conmigo y no con Pancho
-
¿Y tú? ¿Quién eres?
Parece
que la chica tenía ganas de hablar y le sobraban los minutos del celular. Yo,
que no escuchaba voz alguna femenina desde hace días, le seguí el juego.
-
Soy Exe.
-¿Exe
qué?
-
Exe, -le dije-. El que tiene casi el mismo teléfono que tu tal Francisco.
-
¡Me da risa todo esto!
-
¿Por?
-
Llamé al Pancho ya que me había invitado a cenar, ¡pero hace tres días que no
sé nada de él!
-
¡Qué malo es!, - le comenté con el fin de alargar la conversación.
-
¿Dónde vives Exe?
-
¿Aun no sé tu nombre y ya quieres saber dónde vivo?
-
Perdona. Me llamo Antonia y vivo en Ñuñoa
Como Leonardo Favio respondí: - ¡Huy!!!
¿Ñuñoa?, ¡¡¡yo también!!!
….
A
falta de Francisco bueno será Exe, pensé. Hicimos una cita a ciegas en La
Destilería, una taberna que está detrás de la plaza Ñuñoa y a dos cuadras de mi
departamento. Quedamos de juntarnos a las nueve de la noche y la esperaría en
la puerta. Ninguno de los dos sabía con qué se encontraría. Eso es lo
emocionante de una cita a ciegas.
Llegó
regia y despampanante. Abrigo de gamuza y debajo una minifalda de esas que uno
no puede evitar mirar las piernas. Antonia era linda. Nariz respingada, buenas
pechugas y mejor trasero. Al verme me regaló un beso cuneteado que me dejó
viendo estrellitas verdes. Entramos a La Destilería y nos sentamos bien
aislados en una mesa chiquita. Ella pidió un Baileys, el cola de mono de los ricos,
y yo una cuba libre en Zacapa. Ella hace un mohín y dice:
-
Gracias Exe. Por hoy olvidaré a Francisco.
Tomé
sus manitos, finas y grandes y seguimos conversando. Al segundo Baileys y al
segundo ron, se puso más cariñosa y comenzó a tocar uno de mis muslos. ¡Exe!,
me dije… ahora sí que se alinearon tus planetas. Esta noche será buena y larga.
Le
dio hambre. Yo, como un caballero le ofrezco algo para comer. Pidió un sánguche
con hartas papas fritas de las cuales yo me hice cargo de algunas. Ella cambió
de trago, esta vez un vodka tónica…y ahí comenzó el descalabro.
Tímidamente
puse mi mano en su rodilla y un poco más arriba. Ella se deja y me mira a los
ojos. ¿Vives solo?
Los
vapores del alcohol me tenían algo trastornado, pero razoné que no era
conveniente llevarla a mi departamento. Mal que mal mi paquita tiene llaves
para entrar y no sería agradable otro escándalo a mediados de semana. Inventé a
un sobrino que estudiaba en la universidad y que vivía conmigo, mientras
calculaba cuánto me saldría una aventura en algún hotelito de la calle Marín o
las cercanías.
Contemplo
su cara y algo me llama la atención. Dulce como se ve, de labios carnosos y
apetitosos, descubro en su cuello un gran desarrollo de su nuez de Adán. Y eso
es sólo de hombres. Ella se percata de mi desconcierto y pregunta:
-
¿No te importa?
-
¿Qué?, pregunté temblorosamente.
-
¿Que sea una chica con sorpresa?
¡Era
un hombre! ¡Y no se rían, carajo! Todo me dio vueltas. Pensé en Sofía, que le
estaba poniendo los cuernos nada más ni nada menos que con un travesti; en la
cuenta de los Baileys y del lomito; en el beso cuneteado y en mi mano en su
muslo; en su perfume caro y en el interés de ella (¿o él?) por seguir una
conversación telefónica sin destino.
-No
te preocupes, –dijo. Puedo hacerte feliz.
Por
primera vez en la vida me dio jaqueca. Me dolía la cabeza pero más la
conciencia. Exe, el tipo de las mil y una aventuras había caído en desgracia y
estaba comenzando a pagar sus culpas. Rápidamente saqué la mano de sus piernas,
pedí la cuenta y me excusé con Antonia (¿o Antonio?) no sin antes entregarle el
número de celular de su amigo que yo tenía. Ella (él), me lo agradeció con un
beso en la mejilla.
Como
nunca, llegué a ducharme al departamento. El agua fría expía las culpas, dicen.
Encendí el celular y tenía cinco llamadas perdidas de mi paquita.
Definitivamente quedarme encerrado en casa me hizo mal. No me gusta para nada.
Maldición.
Las chicas con sorpresa tampoco son de mi agrado. Eso me pasa por lacho. Lo que
pasa, amigos, es que fui confeccionado el siglo XX, y este nuevo mundo me quedó
grande. Sorry.
Exequiel Quintanilla.