SANTIAGO TIENE OLOR A FRITURA… PARÍS A CHANEL
Que perdonen mis nuevos lectores (y lectoras) el título de esta crónica, pero a pesar de todo lo que puedan decir, como por ejemplo “este país es una mierda pero es el mío”, estoy convencida que los aromas son importantes para descifrar la cultura de un país.
Y de eso tengo experiencia. Y no es que sea una millonaria que ande de país en país oliendo su idiosincrasia. Por mi trabajo tengo la suerte de conocer muchos lugares y lo que más me queda en la memoria son los aromas. Soy una especie de baúl aromático y por eso en Lobby quisieron que plasmara mis experiencias, no sólo olfativas, sino también las hedonistas y las etéreas.
Es cierto que Paris huele a Chanel. Tan cierto como decir que huele a sobaco en las horas punta del Metro (Chemin de Fer Métropolitain o como quieran llamarle), y eso no es precisamente estar en el Olimpo. Sin embargo, cuando se sale a la superficie todo cambia y realmente se siente un aroma diferente.
Buenos Aires y Mendoza huelen a café. A café y a simpáticos herederos de una cultura italiana que nos hace falta. ¡Por Dios que es necesario sentir los aromas! Lima huele a frutas, Bangladesh a curries, Miami a desinfectante barato y Santiago a fritura.
Ni siquiera a ajo, como los españoles o los árabes. Acá predomina un aroma a aceite quemado que ni siquiera Chanel ni Givenchy pueden amortiguarlo. Ni los perfumes de Antonio Banderas ni de la Carolina Herrera sacan el olor a aceite quemado de nuestras calles.
Amo París cuando estoy allá. Adoro Santiago cuando estoy acá. Amo Saint-Germain-des-prês tanto como el barrio Lastarria. Pero el olor (ya que no es aroma) de Santiago, me exaspera. Definitivamente, el hedor a fritura supera mis pretensiones.
¡Quiero aromas… no olores!
Jacinta Baquedano
Que perdonen mis nuevos lectores (y lectoras) el título de esta crónica, pero a pesar de todo lo que puedan decir, como por ejemplo “este país es una mierda pero es el mío”, estoy convencida que los aromas son importantes para descifrar la cultura de un país.
Y de eso tengo experiencia. Y no es que sea una millonaria que ande de país en país oliendo su idiosincrasia. Por mi trabajo tengo la suerte de conocer muchos lugares y lo que más me queda en la memoria son los aromas. Soy una especie de baúl aromático y por eso en Lobby quisieron que plasmara mis experiencias, no sólo olfativas, sino también las hedonistas y las etéreas.
Es cierto que Paris huele a Chanel. Tan cierto como decir que huele a sobaco en las horas punta del Metro (Chemin de Fer Métropolitain o como quieran llamarle), y eso no es precisamente estar en el Olimpo. Sin embargo, cuando se sale a la superficie todo cambia y realmente se siente un aroma diferente.
Buenos Aires y Mendoza huelen a café. A café y a simpáticos herederos de una cultura italiana que nos hace falta. ¡Por Dios que es necesario sentir los aromas! Lima huele a frutas, Bangladesh a curries, Miami a desinfectante barato y Santiago a fritura.
Ni siquiera a ajo, como los españoles o los árabes. Acá predomina un aroma a aceite quemado que ni siquiera Chanel ni Givenchy pueden amortiguarlo. Ni los perfumes de Antonio Banderas ni de la Carolina Herrera sacan el olor a aceite quemado de nuestras calles.
Amo París cuando estoy allá. Adoro Santiago cuando estoy acá. Amo Saint-Germain-des-prês tanto como el barrio Lastarria. Pero el olor (ya que no es aroma) de Santiago, me exaspera. Definitivamente, el hedor a fritura supera mis pretensiones.
¡Quiero aromas… no olores!
Jacinta Baquedano