PAGANDO CULPAS
La tercera es la vencida, pensé. Luego de mi pequeño affaire con Abril, esa peruanita maravillosa y con Antonia, la chica con sorpresa, decidí ponerme serio y tratar (al menos tratar) de no mirar para el lado. Mi objetivo era recuperar la confianza de Mathy, que aun estaba molesta con la colorina del país del norte.
Al mal tempo buena cara, me dije, y a malas faltriqueras, cena en casa, pensé. Pero para lograr mi objetivo tendría que sensibilizarla. Mathy estaba más difícil que capar un zancudo así que decidí mandarle flores para comenzar a ablandarla. Como no me faltan las amigas, llamé a una vieja conocida (no tan vieja en realidad) que tiene una florería en Vitacura y le pedí (rogué) que le enviara cinco rosas rojas y una blanca (ese es un detalle que las mata) a su domicilio. Vanessa, la florista, me celó y me concedió el deseo siempre y cuando nos viéramos pronto.
- Soy capaz de regalarte las flores Exe, -me comentó.
Le prometí visita y me senté en el bergere a esperar el llamado de Mathy.
Dicho y hecho. A las cuatro de la tarde suena mi celular. Era ella.
- ¡Querido!, No sabes cuanto me gustan las rosas.
- Lo sé. Por eso te las envié. (Decir la verdad lo puede hacer cualquier idiota. Para mentir hace falta imaginación.)
- ¿No estás molesto conmigo?
- Al contrario, Mathy. Y me encantaría que vinieras a mi departamento este fin de semana. Te tendré unas ostritas, espumoso Zuccardi (que me había llegado de regalo), y una sorpresa especial.
- ¿Una sorpresa como la guacha peruana esa? ¡Mira que te veo otra vez en las mismas, y ya sabes lo que te hago!
- No querida. Nunca más tendrás esas sorpresas. (Ojalá, pensé, ya que la sorpresa me la dio ella)
- ¡Eres un viejo lacho Exe!
- Y tu una vieja rica…
El sábado a mediodía partí por los abastos. Xabier Zabala, el vasco de Infante 51 colaboró por la reconciliación con dos trozos de cola de buey al carménère que hace a las mil maravillas. – Las papas fritas las compras cinco minutos antes en el McDonald’s, me advierte. –Os juro que vais a pasarlo de miedo, ¡chaval!
De ahí a las Ostras Calbuco de Bilbao. 50 unidades de borde negro y esas chiquitas pero guatoncitas. Vino tinto tenía ya que me había llegado un petit verdot de la viña Pérez Cruz. Para el bajativo, Araucano. Lista la cena del sábado. De ahí a la eternidad.
A las seis de la tarde comencé a acicalarme: ducha, shampoo y acondicionador (no se para qué ya que estoy medio pelado), ropa limpia sport con camisa cuadrillé en composé. Las ostras en el refrigerador. La cola de buey en una olla junto a sus jugos. De postre (se me había olvidado contarles), unas sopaipillas pasadas que me regaló Tomás Olivera (que hace unas semanas se hizo cargo de Casa Mar) y que me las envió a la casa. Todo listo. Mi pequeño comedor con luces indirectas y unas velas para la reconciliación.
Me senté a esperar. A esperar y esperar. Emulando a Sabina, me dieron las ocho, las nueve y las diez… No quise llamarla ya que el orgullo no me lo permitía. De repente…un mensaje de texto. Era Mathy: “ Lo siEnto Exe”, (ella no domina bien el teclado de su celular)… “tu creIas que con unas rosas me ibas a ablandar? que te sirva de lecciOn. COmete tus ostras y ojalA te den alergia”
Golpe bajo. Un uppercut en el bajo vientre. Abrí en solitario la botella de Zuccardi y bebí dos copas de un zuácate. Guarde la olla con la cola de buey en el refrigerador junto a las ostras y las sopaipillas. Intenté llamarla pero su celular estaba fuera de servicio. Definitivamente estaba enojada. A decir verdad, emputecida.
La noche estaba benigna así que decidí dar una vuelta por la Plaza Ñuñoa. Eso para bajar mi rabia y mi resentimiento. Una gitana quiso sacarme la suerte. No muy convencido me negué. Más allá, un flaco de larga barba y gorro de jamaicano ofrecía tarot a luca la pregunta. Los restaurantes de la plaza, repletos, y yo sin nada que hacer.
Regresé a mi departamento y le regalé las ostras al conserje. Terminé mi botella de espumoso mientras veía por veinteava vez el DVD Duro de Matar, en espera eterna para que Bruce Willis no se saque los zapatos y no se haga bolsa las patas. Pero no fue así.
Pero como dijo la Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó… “Después de todo…mañana será otro día”
Exequiel Quintanilla
La tercera es la vencida, pensé. Luego de mi pequeño affaire con Abril, esa peruanita maravillosa y con Antonia, la chica con sorpresa, decidí ponerme serio y tratar (al menos tratar) de no mirar para el lado. Mi objetivo era recuperar la confianza de Mathy, que aun estaba molesta con la colorina del país del norte.
Al mal tempo buena cara, me dije, y a malas faltriqueras, cena en casa, pensé. Pero para lograr mi objetivo tendría que sensibilizarla. Mathy estaba más difícil que capar un zancudo así que decidí mandarle flores para comenzar a ablandarla. Como no me faltan las amigas, llamé a una vieja conocida (no tan vieja en realidad) que tiene una florería en Vitacura y le pedí (rogué) que le enviara cinco rosas rojas y una blanca (ese es un detalle que las mata) a su domicilio. Vanessa, la florista, me celó y me concedió el deseo siempre y cuando nos viéramos pronto.
- Soy capaz de regalarte las flores Exe, -me comentó.
Le prometí visita y me senté en el bergere a esperar el llamado de Mathy.
Dicho y hecho. A las cuatro de la tarde suena mi celular. Era ella.
- ¡Querido!, No sabes cuanto me gustan las rosas.
- Lo sé. Por eso te las envié. (Decir la verdad lo puede hacer cualquier idiota. Para mentir hace falta imaginación.)
- ¿No estás molesto conmigo?
- Al contrario, Mathy. Y me encantaría que vinieras a mi departamento este fin de semana. Te tendré unas ostritas, espumoso Zuccardi (que me había llegado de regalo), y una sorpresa especial.
- ¿Una sorpresa como la guacha peruana esa? ¡Mira que te veo otra vez en las mismas, y ya sabes lo que te hago!
- No querida. Nunca más tendrás esas sorpresas. (Ojalá, pensé, ya que la sorpresa me la dio ella)
- ¡Eres un viejo lacho Exe!
- Y tu una vieja rica…
El sábado a mediodía partí por los abastos. Xabier Zabala, el vasco de Infante 51 colaboró por la reconciliación con dos trozos de cola de buey al carménère que hace a las mil maravillas. – Las papas fritas las compras cinco minutos antes en el McDonald’s, me advierte. –Os juro que vais a pasarlo de miedo, ¡chaval!
De ahí a las Ostras Calbuco de Bilbao. 50 unidades de borde negro y esas chiquitas pero guatoncitas. Vino tinto tenía ya que me había llegado un petit verdot de la viña Pérez Cruz. Para el bajativo, Araucano. Lista la cena del sábado. De ahí a la eternidad.
A las seis de la tarde comencé a acicalarme: ducha, shampoo y acondicionador (no se para qué ya que estoy medio pelado), ropa limpia sport con camisa cuadrillé en composé. Las ostras en el refrigerador. La cola de buey en una olla junto a sus jugos. De postre (se me había olvidado contarles), unas sopaipillas pasadas que me regaló Tomás Olivera (que hace unas semanas se hizo cargo de Casa Mar) y que me las envió a la casa. Todo listo. Mi pequeño comedor con luces indirectas y unas velas para la reconciliación.
Me senté a esperar. A esperar y esperar. Emulando a Sabina, me dieron las ocho, las nueve y las diez… No quise llamarla ya que el orgullo no me lo permitía. De repente…un mensaje de texto. Era Mathy: “ Lo siEnto Exe”, (ella no domina bien el teclado de su celular)… “tu creIas que con unas rosas me ibas a ablandar? que te sirva de lecciOn. COmete tus ostras y ojalA te den alergia”
Golpe bajo. Un uppercut en el bajo vientre. Abrí en solitario la botella de Zuccardi y bebí dos copas de un zuácate. Guarde la olla con la cola de buey en el refrigerador junto a las ostras y las sopaipillas. Intenté llamarla pero su celular estaba fuera de servicio. Definitivamente estaba enojada. A decir verdad, emputecida.
La noche estaba benigna así que decidí dar una vuelta por la Plaza Ñuñoa. Eso para bajar mi rabia y mi resentimiento. Una gitana quiso sacarme la suerte. No muy convencido me negué. Más allá, un flaco de larga barba y gorro de jamaicano ofrecía tarot a luca la pregunta. Los restaurantes de la plaza, repletos, y yo sin nada que hacer.
Regresé a mi departamento y le regalé las ostras al conserje. Terminé mi botella de espumoso mientras veía por veinteava vez el DVD Duro de Matar, en espera eterna para que Bruce Willis no se saque los zapatos y no se haga bolsa las patas. Pero no fue así.
Pero como dijo la Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó… “Después de todo…mañana será otro día”
Exequiel Quintanilla