MEDALLAS Y VERDADES
Hace años que nos llama la atención esto
de las medallas que otorgan los concursos de vino (y últimamente de aceites de
oliva), donde claramente ninguna etiqueta se repite entre los diversos
certámenes. Para el lector común y corriente, en que el vino sólo es un placer
y no un líquido sometido a exámenes sensoriales y papilares, los concursos –y
las guías- no son más que una forma de alimentar los egos de los enólogos y viticultores,
ya que en muy pocos casos ven un incremento en las ventas de su producto
“premiado”.
Jurados y destacados paladares del vino
(y de los aceites) se mueven prácticamente por todo el mundo para participar en
concursos y ser testigos de la seriedad de los mismos. Si bien es cierto que en
nuestro país la cultura del vino ha crecido enormemente, su consumo continúa
bajando y las ventas se concentran en un alto porcentaje en el vino Tetra o
envases mayores. La botella ¾ no es, a no ser que tengamos fiesta, una
necesidad importante en nuestra sociedad. Por otra parte, los nuevos vinos
“boutique o garaje” no son relevantes en las cifras totales de venta y consumo,
ya que son conocidos sólo por los especialistas en el tema.
Nos llamó la atención un artículo
publicado en eldesconcierto.cl y firmado por Gonzalo Rojas, escritor y profesor
de vitivinicultura e industria del vino en la Facultad de Economía y Negocios,
U. de Chile, que opina -entre otros puntos-, que “las viñas chilenas se han ido
transformando en simples tomadoras de pedidos, haciendo vinos a gusto del
cliente, olvidándose casi por completo de sus –otrora fieles- clientes
nacionales. Ha sido así como, entre el negocio de la venta de uva, de mosto
concentrado, de los vinos a granel que le meten a los chinos, de los vinos
ácidos que le gustan a los ingleses y los vinos con gusto a palo que le gustan
a los estadounidenses, se nos olvidó cómo eran los vinos que se tomaban en el
Chile pre-moderno. ¿Tan malos eran los vinos chilenos, que hubo que borrarlos
del mapa de un solo plumazo?
Y sigue: “en menos de veinte años, las
viñas chilenas se las arreglaron para hacer un maravilloso negocio: producir
vinos buenos, bonitos y baratos; primeros para el mercado inglés, después para
vender en EE.UU. y ahora, a China. Y vamos comprando cubas, barricas, trayendo
enólogos importantes, mandando los vinos a las ferias internacionales,
sobándole el lomo a los jurados (léase: gurús), de modo que en menos de dos
décadas, pasamos 1 a 100 km/h y ya a nadie le importó cómo eran los vinos que
se tomaban en Chile. Lo importante era cómo comenzar a producir los vinos que
le gustaban a los ingleses y los demás consumidores del Primer Mundo, que,
claro, estaban dispuestos a pagar un mejor precio por un vino exótico de un
país exótico, aunque tampoco tanto, no más de los US $3 por botella ($1.800),
que es el promedio actual de los vinos chilenos que se exportan.”
Ante tanta verdad junta, ¿tendremos que
seguir entregando medallas? (JAE)