EL MERCADO DE LA ESTACIÓN CENTRAL
La Estación Central
tiene enclaves de tiempos perdidos en todos sus rincones; vórtices inmaculados,
sobrevivientes de épocas, de eras que ya no son nuestras. La animita de
Romualdito, por ejemplo, permitió conservar el único trozo original del
antiquísimo muro en que se hallaba, que dividía el recinto de la vieja estación
de ferrocarriles con la calle Borja. Y, por allá por Toro Mazotte, vivió el
fallecido maestro folclorista Nano Núñez, aprendiendo cueca de niño con sus
vecinos de un cité del frente a su casa. Al final de esta calle, en la esquina
de Ecuador, desde el cambio de siglo ofrece sus perniles y pipeños sin
comparación la "Picá Pancho Causeo", uno de los más tradicionales
restaurantes del sector. La ex Alameda de las Delicias sigue siendo engalanada
por la Pila del Ganso y, por calle Gorbea, restaurantes como "El
Hoyo" y "El Campesino" aún son postales vivientes del Santiago
que se fue, archivado en los álbumes fotográficos blanco y negro.
No es raro que el
comercio haya enseñoreado con tanta fuerza al barrio, permitiendo la
sobrevivencia de algunas de sus unidades históricas, hasta hoy. La intensa
movilización de pasajeros en la Estación Central, durante los años dorados del
ferrocarril en Chile, hizo cundir la hotelería, los restaurantes, los
hospedajes y los emporios. Sus cuadras eran, de hecho, el segundo centro
histórico de Santiago, tan concurrido y agitado como el principal. Sus
mercados, particularmente, tenían la vitalidad de la plaza de abastos de
Mapocho, alimentados por un intenso intercambio de productos, la mayoría de
ellos provenientes del sur en los abundantes cargamentos de los trenes.Fue así como empezaron a configurarse las características del barrio comercial de terminales ferroviarias, en el entorno de Estación Central, con las características que hoy podemos reconocerle en San Francisco de Borja, Exposición o en Meiggs.
Hablamos del pequeño
pero pintoresco y aglomerado Mercado Estación Central, o más conocido como La
Viseca, ubicado exactamente a un lado del terminal ferroviario, cruzando la
calle. Su dirección principal es Exposición 126 y Conferencia 175, pero tiene
entradas por todos los demás lados de la cuadra en la que está inserto, en las
calles Salvador Sanfuentes, Sazié y Conferencia. Una galería de pasajes cortos
llenos de mercaderías y donde destaca desde sus primeros tiempos el tránsito no
sólo de clientes y curiosos, sino también de los innumerables animales que por
allí pululan esperando un comprador: patos, gansos y pollos, preferentemente.
Quizás sea ésta su principal característica. Les acompañan gatos y perros
mascotas de los locatarios. Todos en paz entre sí, pues el Mercado Estación
Central es territorio neutral.
Los pasajes están
dominados por el comercio en el primer nivel. Unos 50 locales, que más parecen
una comunidad de ventas. Tarros de más de un metro de altura con porotos,
lentejas, quínoa y comida de animales. Canastas con huesillos, higos secos,
trigo, nueces, etc. Fardos de cochayuyos gigantes, como para alimentar a una
familia grande por varios meses. En los costados, jaulas y conejeras: pájaros,
loros, gallinas, patos, uno que otro perrito y toda clase de conejos se sacuden
haciendo ruidos, graznidos, gruñidos, cloqueos, piados y cuanta onomatopeya se
conoce. Un estilizado ganso pasea como animación de un dinosaurio del Discovery
Channel entre la gente. Se vuelve tímido sólo si alguien se le acerca
demasiado. Un colorido gallo hace lo propio, por el sector de las jaulas.
Pieles de conejos y de cabritos apiladas en el local vecino, les advierten de
su destino probable a todos estos animales.
El centro del lugar es
una especie de patio, pero la cantidad de cubas con frutos secos, legumbres y
cereales lo hacen estrecho. Todo a precios que parecen sacados del sueño de un
economista. El segundo nivel es de ventanas, con algunas plantitas. Típicas
casas populares del sector, aunque con un aire que recuerda un barrio antiguo
de las caletas del puerto de San Antonio, lamentablemente demolido hace poco
tiempo. Antes, el pasaje era con piso de tierra, pero fue pavimentado en
tiempos posteriores.
También son iconos de
este sector bares-restaurantes como "El Colchagüino", "Doña
Blanca" y "El Tropezón", ubicados en las encrucijadas de los
pasajes y las calles externas que forman el mercado. Tienen fama de buenos:
calidad, atención, precio, sabor de sus carnes y, por supuesto, de tradición
popular. Adentro del pasaje, al centro, también existe un popular restaurante
motejado con el mismo nombre del mercadillo, favorito de muchos folkloristas
desde hace generaciones.
En fin, acá en La
Viseca hay de todo: es una feria surtida tipo FISA pero criolla y popular, y
que, a diferencia de la otra que se hacía en Los Cerrillos, ésta sí sobrevivió
al tiempo. Con cuecas incluidas, más toda una academia de folklore "en
terreno".
Pese a la crisis
económica, parece ser que muchos santiaguinos aún necesitan descubrir las
bondades y variedades que ofrece al gusto y al bolsillo este pequeño pero
conglomerado mercado, además de la posibilidad de pegarse un pequeño viaje de
tiempo-espacio hasta las ferias de abastos de siglos anteriores, con un grado
de realismo como ningún parque temático imaginable lo podría ofrecer. Es una
maravilla para el investigador poder estar presente en un mercado de estas
características y no tener que repetir el cada vez más común ejercicio de
resignarse a imaginar patrimonio y escenas de costumbrismo nacionales ya
desaparecidas. (Urbatorium)