martes, 22 de marzo de 2016

CRÓNICAS CON HISTORIA


 
EL MERCADO DE LA ESTACIÓN CENTRAL
La Estación Central tiene enclaves de tiempos perdidos en todos sus rincones; vórtices inmaculados, sobrevivientes de épocas, de eras que ya no son nuestras. La animita de Romualdito, por ejemplo, permitió conservar el único trozo original del antiquísimo muro en que se hallaba, que dividía el recinto de la vieja estación de ferrocarriles con la calle Borja. Y, por allá por Toro Mazotte, vivió el fallecido maestro folclorista Nano Núñez, aprendiendo cueca de niño con sus vecinos de un cité del frente a su casa. Al final de esta calle, en la esquina de Ecuador, desde el cambio de siglo ofrece sus perniles y pipeños sin comparación la "Picá Pancho Causeo", uno de los más tradicionales restaurantes del sector. La ex Alameda de las Delicias sigue siendo engalanada por la Pila del Ganso y, por calle Gorbea, restaurantes como "El Hoyo" y "El Campesino" aún son postales vivientes del Santiago que se fue, archivado en los álbumes fotográficos blanco y negro.
No es raro que el comercio haya enseñoreado con tanta fuerza al barrio, permitiendo la sobrevivencia de algunas de sus unidades históricas, hasta hoy. La intensa movilización de pasajeros en la Estación Central, durante los años dorados del ferrocarril en Chile, hizo cundir la hotelería, los restaurantes, los hospedajes y los emporios. Sus cuadras eran, de hecho, el segundo centro histórico de Santiago, tan concurrido y agitado como el principal. Sus mercados, particularmente, tenían la vitalidad de la plaza de abastos de Mapocho, alimentados por un intenso intercambio de productos, la mayoría de ellos provenientes del sur en los abundantes cargamentos de los trenes.

Fue así como empezaron a configurarse las características del barrio comercial de terminales ferroviarias, en el entorno de Estación Central, con las características que hoy podemos reconocerle en San Francisco de Borja, Exposición o en Meiggs.

Hablamos del pequeño pero pintoresco y aglomerado Mercado Estación Central, o más conocido como La Viseca, ubicado exactamente a un lado del terminal ferroviario, cruzando la calle. Su dirección principal es Exposición 126 y Conferencia 175, pero tiene entradas por todos los demás lados de la cuadra en la que está inserto, en las calles Salvador Sanfuentes, Sazié y Conferencia. Una galería de pasajes cortos llenos de mercaderías y donde destaca desde sus primeros tiempos el tránsito no sólo de clientes y curiosos, sino también de los innumerables animales que por allí pululan esperando un comprador: patos, gansos y pollos, preferentemente. Quizás sea ésta su principal característica. Les acompañan gatos y perros mascotas de los locatarios. Todos en paz entre sí, pues el Mercado Estación Central es territorio neutral.

Los pasajes están dominados por el comercio en el primer nivel. Unos 50 locales, que más parecen una comunidad de ventas. Tarros de más de un metro de altura con porotos, lentejas, quínoa y comida de animales. Canastas con huesillos, higos secos, trigo, nueces, etc. Fardos de cochayuyos gigantes, como para alimentar a una familia grande por varios meses. En los costados, jaulas y conejeras: pájaros, loros, gallinas, patos, uno que otro perrito y toda clase de conejos se sacuden haciendo ruidos, graznidos, gruñidos, cloqueos, piados y cuanta onomatopeya se conoce. Un estilizado ganso pasea como animación de un dinosaurio del Discovery Channel entre la gente. Se vuelve tímido sólo si alguien se le acerca demasiado. Un colorido gallo hace lo propio, por el sector de las jaulas. Pieles de conejos y de cabritos apiladas en el local vecino, les advierten de su destino probable a todos estos animales.

El centro del lugar es una especie de patio, pero la cantidad de cubas con frutos secos, legumbres y cereales lo hacen estrecho. Todo a precios que parecen sacados del sueño de un economista. El segundo nivel es de ventanas, con algunas plantitas. Típicas casas populares del sector, aunque con un aire que recuerda un barrio antiguo de las caletas del puerto de San Antonio, lamentablemente demolido hace poco tiempo. Antes, el pasaje era con piso de tierra, pero fue pavimentado en tiempos posteriores.
También son iconos de este sector bares-restaurantes como "El Colchagüino", "Doña Blanca" y "El Tropezón", ubicados en las encrucijadas de los pasajes y las calles externas que forman el mercado. Tienen fama de buenos: calidad, atención, precio, sabor de sus carnes y, por supuesto, de tradición popular. Adentro del pasaje, al centro, también existe un popular restaurante motejado con el mismo nombre del mercadillo, favorito de muchos folkloristas desde hace generaciones.

En fin, acá en La Viseca hay de todo: es una feria surtida tipo FISA pero criolla y popular, y que, a diferencia de la otra que se hacía en Los Cerrillos, ésta sí sobrevivió al tiempo. Con cuecas incluidas, más toda una academia de folklore "en terreno".

Pese a la crisis económica, parece ser que muchos santiaguinos aún necesitan descubrir las bondades y variedades que ofrece al gusto y al bolsillo este pequeño pero conglomerado mercado, además de la posibilidad de pegarse un pequeño viaje de tiempo-espacio hasta las ferias de abastos de siglos anteriores, con un grado de realismo como ningún parque temático imaginable lo podría ofrecer. Es una maravilla para el investigador poder estar presente en un mercado de estas características y no tener que repetir el cada vez más común ejercicio de resignarse a imaginar patrimonio y escenas de costumbrismo nacionales ya desaparecidas. (Urbatorium)