martes, 11 de julio de 2017

EL REGRESO DE DON EXE


 
EL MATRIMONIO

Este artículo - anécdota fue escrito por don Exe en pleno verano. Por razones que desconocemos (posiblemente por su extensión), nunca apareció en Lobby, pero esta semana se lo presentamos.
 

Suena el celular. Mi paquita al otro lado de la línea.
- ¡Exe!
-¡Querida, tanto tiempo!
- ¿Cómo te fue con tu primo Axe?
- Se las endilgó un día antes. Lo estafaron dos veces.
-¡Ya me imagino! Es bien bruto ese huaso. Pero realmente no te llamo por eso. Estamos convidados a un matrimonio este sábado.
-¿Matrimonio? ¿Quién se casa?
- La hija de mi padrino.
-¡Pero esa lolita es una pendeja!
- Zapatillas de clavo querido Exe, pero igual tendrás que acompañarme.
- O sea, ¿se casa por las tres leyes?
- No seas mal hablado.
- ¿Y dónde será el sacrificio?
- En la parcela del tío Agustín. En Olmué
- ¿No podían hacerlo más cerca?
- Es una ceremonia casi privada, Exe. Y esta vez trata de no dejarme mal.
- ¿Con cena o sólo misa?
- Con cena y dormiremos en las cabañas que tiene mi tío para sus invitados.
- ¿Sabes quién cocinará?
- ¿Sólo eso te preocupa?

A decir verdad más me preocupaba que hicieran abuela a la segunda señora del famoso tío, la única amiga rica de mi paquita. Rica y rica…, o sea, un tremendo cuero y una inmensa billetera. El tal Agustín la tenía como adorno en la casa y le servía para cerrar buenos negocios. La última vez que me encontré con ella, un año ya, me ofreció su vida si yo le conseguía un sicario. “Lo siento Coté”, le comenté entonces. Prefiero dormir con la conciencia tranquila”. “Sólo bromeaba”, sonrió - “Yo amo a Agustín”.

Llegó el bendito sábado. Lo bueno de las amistades con billete es que te mandan a buscar en una Van para llevarte a destino. Al llegar a Olmué me percaté que las cabañas de Agustín eran un poco más que eso. Era un motel hecho y derecho que estaba camino a Granizo. Poco le gustaron a Mathy el espejo en el techo y en las paredes laterales. Menos cuando prendió el televisor y aparecieron dos tipos que jugaban con las pechugas de una chica muy mona.

Éste es un motel parejero!, grita.
- Cálmate Sofía. De alguna parte tiene que salir el billete que tiene tu padrino
- ¡Pero!
- Nada de peros, mal que mal no es el primero que conoces.
- ¡Pero hoy es una boda cristiana!, dice santiguándose.
- Ya estamos acá, Sophy. Y que sea lo que Dios quiera.

Sofía se veía regia con su vaporoso vestido floreado con chalitas y carterita en composé. Yo, con un ambo de lino de color crema, camisa lila y sin corbata. Mentí que se me había olvidado en Santiago. La realidad era que en Olmué no hace calor… es el infierno mismo. La misma Van que nos llevó a nuestro alojamiento nos pasa buscar para ir a la ceremonia. Allí estaban todos y todas. Los hombres, cagados de calor con sus trajes oscuros y corbatas de seda. Las hembras, divididas en tres: las amigas de la abuela matriarca (casi todas vestidas de jote); las amigas de la Coté (maduritas pero ricas), y las amigas de la novia con unos vestiditos que no dejaban nada a la imaginación. Antes de las ceremonias (2 x 1, igual que un happy hour: civil y religioso al mismo tiempo) pasó un mozo sirviendo jugos y agua. Como más se sabe por viejo que por diablo, me contenté con agua mineral ya que el jugo es un desatino cuando uno está a pleno sol y sin un ápice de brisa.

Y se casaron los niñitos. Más parecían chicos haciendo la primera comunión que calenturientos primerizos.  El tío Agustín, contento ya, les regala la luna de miel en Playa del Carmen, además de un Peugeot del año. No contento, le dice al novio que desde ahora en adelante será su mano derecha en alguno de sus negocios (me tinca que lo va a mandar a regentar el motel). La Cote, la mamá, también contenta, le traspasa el anillo de brillantes que ha permanecido en la familia por generaciones y que se ganó tras casarse con el veterano.

Nos sentamos con unos desconocidos como en todos los matrimonios. Divisé a lo lejos al chef Guillermo Rodríguez y me alegró la tarde ya que esto vendría bueno. Se ocultó el sol y dos copas de espumante Zuccardi entraron por mi guargüero. Sofía tampoco lo hacía mal. Nuestros vecinos de mesa conversaban del precio del cobre y de las repercusiones de la poca inversión en el país. Yo, haciéndome el de las chacras, agarré un muslo de mi paquita y le prometí una buena noche. –“Con la luz apagada eso sí”, me contesta. “No soporto los espejos”.

Como en todas las bodas, fotos con los novios mesa por mesa. Mientras tanto Guillermo Rodríguez se esmeraba para sacar lo mejor de sí. Largos entremeses entre cebiches, arrollados y magret de pato. Menú combinado para hombres (pescado) y mujeres (filete). A decir verdad, no sobró ni faltó nada. Cuando en un matrimonio hay vinos de Pérez Cruz, quiere decir que 1) a la hija se le quiere mucho, o 2) el novio es hijo de Bill Gates o un vástago de Andrónico Luksic.

¿Cómo no ir al baño luego de varias copas de Zuccardi y de Pérez Cruz?

- ¡Vuelve luego!, me susurró Sofía. No soporto a mis vecinos de mesa.
- ¡No se preocupe, amor… es sólo la cortita!

El destino es el destino. Saliendo del baño me encuentro a boca de jarro con la Coté, la madrastra. - ¡Exe!, dice mientras me abraza y me planta un beso en el cogote, ¡No te había visto en toda la noche!

- ¡Cote, qué gusto verte!
- ¿Viniste solo o con la paca?
- Con Sofía
- ¿Viste lo que me hizo esta cabra de mierda?
- ¿Abuela a los 38?
- ¡No sólo eso! Me deja sola con Agustín… y ya no lo soporto
- Hace un año me dijiste que lo amabas
- ¿Estás seguro que yo dije eso?
- Bueno, casi
- Me aburro, Exe. ¡Olmué es una mierda!
- ¿Y qué puedo hacer por ti?
- Mucho, dice y me planta otro beso en el cogote antes de partir tambaleándose a la fiesta.

……

- Te demoraste, Exe.
- Perdona, pero me encontré con la madre de la novia, que andaba a medio filo.
-¿La Coté?
- Sip
- ¿Y ella te manchó la camisa con rouge?

Pocos saben lo que es tratar de dormir en un motel mirándose en el espejo que está pegado al techo mientras tu pareja se hace la dormida en el larguero de la cama. En la cajuela de la habitación habían dejado dos whiskys y una hielera, cortesía de la casa. De ambos hice uno y me lo bebí sentado en el baño. No era lo ideal, pero infinitamente mejor que soportar los bufidos varios que lanzaba Sofía. Juro que para la próxima (si es que hay), me compro una camisa roja tornasol para evitar estos bochornos.

Regresamos a Santiago en silencio, el chofer de la Van pasó primero a dejarla a ella. Luego a mí.

- ¿Algún altercado, amigo?
- Problemas de pareja, respondí
- ¿Por las marcas de labios en su camisa?
- Algo así.
- ¿Le puedo dar un consejo?
- De todos modos
- Pídale a la señora Coté que use rouge indeleble o por último uno no tan rojo.
- ¿Cómo sabe que esta mancha es de la señora Cote?
- Amigo… hace diez años que soy su chofer. Usted no es el primero.

Dura respuesta. Ahora sin pan ni pedazo. Pedí al chofer que me dejara en el Metro U de Chile con la intención de ir por un crudo y una cerveza al Bar Nacional. El destino es el destino pensé por segunda vez cuando cinco cuadras antes de llegar, al chofer se le ocurrió virar en U donde no se podía. Allí estaba la policía. ¿Ustedes, mal pensados, se imaginaban que estaba Sofía, mi paquita favorita? NO SEÑOR… eran dos uniformados con cara de parte. Y la papeleta fue a dar a la billetera del chofer.

Al bajarme de la Van le dije: “Venga con su jefa a pagar el parte. En una de esas salimos los dos beneficiados.”

Por el ruido y el bullicio de los vendedores de la cuadra, no alcancé a escuchar los improperios del piloto de la Van, pero leí sus labios y no era nada bueno… Definitivamente los matrimonios no son mi fuerte.

Exequiel Quintanilla