HELENA II Y FINAL
Después de la experiencia de Helena y su moto, dormí casi dos días seguidos. Poco acostumbrado a los excesos de la juventud, recorrimos bares y ambigúes de mi querida Ñuñoa y no faltó el veterano jubilado y aburrido que me preguntaba si ella era mi nieta. Bueno, parecía nieta con esas calzas pintarrajeadas y su atrevida minifalda. Quise llevarla al Teatro de la Universidad Católica y ella, mientras mascaba su cuarto chicle del día prefirió un concierto de música rock en La Batuta.
Ganó La Batuta, obvio, y por eso estaba extenuado. Estoico me mamé dos grupos de rock mientras ella, feliz, bebía cerveza directamente de la botella y besaba a cuanto conocido se le acercara. Mareado con los decibeles de la música, pensaba cómo decirle que nuestras edades y gustos no coincidían para nada. Helena me ve serio, casi congestionado y me dice.
- ¿No te pone contento esta música, tío?
¡Mocosa de mierda diciéndome tío!
Como dicen en el campo, me encabroné y le dije que la esperaba en Las Lanzas. Que si quería y si tenia ganas, fuera para allá después de la tocata. Siguió mascando su chicle y me fui.
Abrumado llegué a Las Lanzas. Por lo menos había menos ruido y más comida. Pedí un pichuncho para comenzar y luego unas guatitas con papas fritas y vino tinto de la casa que sorbí con fruición. Miré alrededor y divisé una mesa donde varios veteranos jugaban dominó pero me miraban y se reían. Dos de ellos me habían visto con Helena y seguramente comentaban mi affaire juvenil. No les di pelota aunque sentía la cara hirviendo. Le dí una vuelta a un diario que olvidó algún parroquiano y sin pensar si ella llegaría al boliche, pedí la cuenta y me retiré a mis cuarteles de invierno.
Al llegar, el conserje me pasa un papelito. –“Se subió a la moto y se fue”, comentó.
Me sentía herido pero a la vez alivianado. Triste, pero a la vez feliz.
Vi la nota cuando entré a mi departamento. Con letra de estudiante de sexto básico leí:
Exe: lo nuestro parese que no tiene destino, eres demasiado viejo para mi. Ojala algun día, cuando sea mallor, nos volbamos a encontrar. PD: Los churrines que dejé colgando en la ducha, no te preocupes… te los regalo.
Mathy, Mathy… ¿Por qué te mandaste a cambiar a Iquique? ¿Qué hago si mañana me topo con otro espécimen como éste? ¿O como ésta?
Agarré la bombacha que estaba en la ducha, la metí en una bolsa de plástico y la tiré por el incinerador. Por el momento no quería más culpas en casa.
Bueno. Por el momento.
Exequiel Quintanilla
Después de la experiencia de Helena y su moto, dormí casi dos días seguidos. Poco acostumbrado a los excesos de la juventud, recorrimos bares y ambigúes de mi querida Ñuñoa y no faltó el veterano jubilado y aburrido que me preguntaba si ella era mi nieta. Bueno, parecía nieta con esas calzas pintarrajeadas y su atrevida minifalda. Quise llevarla al Teatro de la Universidad Católica y ella, mientras mascaba su cuarto chicle del día prefirió un concierto de música rock en La Batuta.
Ganó La Batuta, obvio, y por eso estaba extenuado. Estoico me mamé dos grupos de rock mientras ella, feliz, bebía cerveza directamente de la botella y besaba a cuanto conocido se le acercara. Mareado con los decibeles de la música, pensaba cómo decirle que nuestras edades y gustos no coincidían para nada. Helena me ve serio, casi congestionado y me dice.
- ¿No te pone contento esta música, tío?
¡Mocosa de mierda diciéndome tío!
Como dicen en el campo, me encabroné y le dije que la esperaba en Las Lanzas. Que si quería y si tenia ganas, fuera para allá después de la tocata. Siguió mascando su chicle y me fui.
Abrumado llegué a Las Lanzas. Por lo menos había menos ruido y más comida. Pedí un pichuncho para comenzar y luego unas guatitas con papas fritas y vino tinto de la casa que sorbí con fruición. Miré alrededor y divisé una mesa donde varios veteranos jugaban dominó pero me miraban y se reían. Dos de ellos me habían visto con Helena y seguramente comentaban mi affaire juvenil. No les di pelota aunque sentía la cara hirviendo. Le dí una vuelta a un diario que olvidó algún parroquiano y sin pensar si ella llegaría al boliche, pedí la cuenta y me retiré a mis cuarteles de invierno.
Al llegar, el conserje me pasa un papelito. –“Se subió a la moto y se fue”, comentó.
Me sentía herido pero a la vez alivianado. Triste, pero a la vez feliz.
Vi la nota cuando entré a mi departamento. Con letra de estudiante de sexto básico leí:
Exe: lo nuestro parese que no tiene destino, eres demasiado viejo para mi. Ojala algun día, cuando sea mallor, nos volbamos a encontrar. PD: Los churrines que dejé colgando en la ducha, no te preocupes… te los regalo.
Mathy, Mathy… ¿Por qué te mandaste a cambiar a Iquique? ¿Qué hago si mañana me topo con otro espécimen como éste? ¿O como ésta?
Agarré la bombacha que estaba en la ducha, la metí en una bolsa de plástico y la tiré por el incinerador. Por el momento no quería más culpas en casa.
Bueno. Por el momento.
Exequiel Quintanilla